Ahora el propio nombre del cuentahílos me encandila y lo paladeo pensando que esa palabra debería ser capaz de contar hilos y tramas, de desenmarañar aquello que no llegamos a entender con su modesta lupa. Podríamos llevarlo en el bolsillo y utilizarlo a modo de brújula cada vez que una insignificancia nos desconcertara el ánimo. Nuestra alma se convertiría en esa piedra preciosa, en esa esmeralda, en la que el joyero posa el cuentahílos para descubrir su pureza, sus verdines, su color, sus fisuras y todo aquello que la hace única y valiosa. Es verdad que siempre habría quien apoyara de manera permanente el cuentahílos en su propio ombligo observando con pasmo los pliegues y repulgos de este, absorto en su inutilidad. La mayor virtud del cuentahílos es engrandecer las cosas pequeñas pero también mostrarnos los defectos o la falsedad de lo que solo es pura apariencia.

Me gustaría desde esta columna mostrar con mi "cuentahílos" a los lectores del Diario las cosas pequeñas que a menudo pasan desapercibidas, hacerlas visibles y reinstaurarlas en su orgullo. Acercar su lupa a rincones de Jerez hoy olvidados, a personajes que nunca han querido figurar o no se les ha hecho justicia, a sentimientos que solemos disimular, pero también, mirar de manera impertinente aquello que no me gusta o me parece falso. Detenerme en lo que pasa y no en lo que queda, conseguir ser fugaz como el tiempo. Espero que lo disfruten conmigo.

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