Antonio Gallardo

Carta abierta a mi alcaldesa

Daltonmanías

Querida Pilar: Quiero ser de los primeros que te feliciten en tan venturoso día. Y ya que te estoy escribiendo te voy a abrir mi acongojado corazón.

Siempre he creído que yo soy el anciano al que medio Jerez llamaba 'el viejo mimado' de la señora Alcaldesa. Debo confesarte que yo mismo creí que tenía ese privilegio. Y había razones para creerlo, porque incluso conservo una carta tuya en la que me colmabas de elogios que yo, inocente, me creí.

Digo esto porque no hace mucho tiempo mi Alcaldesa asistía a los pregones que yo daba, de lo cual yo me sentía muy orgulloso, hasta el extremo de pensar:

--"Caramba, soy el viejo mimado de Pilar Sánchez"…

Pero esa torre de ilusiones que yo me estaba construyendo ha empezado a derrumbarse poco a poco. Incluso me asalta la tentación de pensar que has cambiado a tu viejo preferido por otro viejo que, aunque nacido en Jerez, ama a Sanlúcar más que a su propio pueblo. Me estoy refiriendo a José Manuel Caballero Bonald, condiscípulo mío en los antiguos Marianistas.

Yo comprendo que no tengo la capacidad poética, la merecida fama de ese señor, ni tampoco tengo su acento chicano, ni una fundación en la calle Caballeros.

Empecé a sentir celos de él cuando tú afirmaste que es la figura más destacada de la literatura jerezana. Yo, que creo que el mejor poeta que hay en Jerez se llama Francisco Bejarano, sentí que me herían el corazón, sin intentarlo, dos firmes alfileres, porque sentí la angustia de no ser tu viejo preferido y porque sigo creyendo que Bejarano es nuestro mejor poeta.

Doy de lado tan desagradable asunto. Pero no puedo soportar la idea de que te hayas olvidado de mí tan olímpicamente.

¿Tú crees, Pilar de mi vida, que yo me puedo quedar tranquilo cuando te vas de viaje y no sé dónde estás? ¿Crees que te puedes ir a China o a Finlandia sin que me telefonee alguien, por ejemplo, Loli Barroso?

¿Por qué me dabas palmaditas en la espalda cuando me tenías cerca y me acariciaba tu sonrisa embriagadora, capaz de alterar el ánimo de todos los ancianos de un geriátrico?

¿Por qué me llevaste a cenar contigo y los demás premiados, el año pasado cuando me regalaron el Casco del desconocido Guerrero del Guadalete?

Yo podría decirte ahora como en la canción de Luisa Ortega, la hija de Manolo Caracol: -"Tú eres mi noche y mi día, mi pecado y mi virtud, tú eres mi norte y mi guía, tú eres mi gloria y mi cruz… A Dios pongo, a Dios pongo por testigo de lo que me pasa a mí, no puedo vivir contigo pero tampoco sin ti".

Que no crea nadie, porque se equivocaría por completo, que yo estoy enamorado de mi Alcaldesa, a mis años. Eso sería carnavalesco. Lo que sí ocurre es que yo soy un viejo muy sensible a las muestras de afecto, como los perritos falderos, y no me acostumbro a que me hayas cambiado por otro anciano que ama a Sanlúcar mucho más que a su propia tierra, tal vez por las acedías que allí se pescan.

En los dichosos días en que tú me prodigabas delicadezas que me turbaban, me aseguraron en voz baja que me pondrían una calle a mi nombre. Que me iban a publicar una biografía-antología de lo que yo escribo, que no es gran cosa. Que me pondrían una placa en la calle en donde nací. Y, por último, me prometieron que no subirían más los impuestos, ya que mi economía no los resiste.

Pues bien, Pilar de mis gozos y mis penas: nada de eso se ha cumplido y la presente indiferencia que muestras hacia mí, de un tiempo a esta parte, han desembocado en dos hechos concretos y teatrales que hacen tambalear mis dos protésicas piernas. Te cuento…

Hace tres años puse en escena mi "Navidad Flamenca" dos noches en Villamarta. Ninguna de las dos noches tuve el placer de verte en el teatro. A pesar de los aplausos que recibí, cuando bajo el telón, lloré pegado a él por la parte de adentro como un niño desengañado. Y, por si fuera poco, este miércoles pasado, ocho de octubre, dimos José Luis Zarzana, Enrique V. de Mora, y servidor, el Pregón de la Coronación canónica de la Virgen del Valle…

Yo comprendo, Pilar mía, que tienes mucho trabajo, que tenías que cortar una cintita en no sé qué sitio ese mismo día, que a la mañana siguiente tenías que estar en el Villamarta para entregar más cascos históricos. Por cierto, los cascos históricos, que yo sinceramente pienso que deberían realizarse a la medida de cada cabeza, no encajan en ninguna. Ni en la mía ni en la de Paco Cepero.

Siguiendo con lo mismo, siento mucho haber caído en desgracia ante ti, como debió ocurrirle al extinto Beni de Cádiz una noche que paseaba por la Tacita de Plata. Cuentan que iba acompañado por el chispeante y también desaparecido cantaor Pericón de Cádiz.

En su deambular nocturno se detuvieron ante la casa de don José María Pemán y contemplaban extasiados la gran placa que preside la fachada de dicha casa.

Ambos cantaores estuvieron un rato largo leyendo todos los méritos y atributos que ostentaba la egregia placa. De repente preguntó el Beni a su acompañante:

-¿Te has fijado, Pericón, la cantidad de cosas que hizo este hombre?

-Po se han quedao cortos. Pemán era mucho más que todo eso que hay ahí escrito.

-Oye, Pericón, ¿y cuando yo me muera, que pondrán en la fachá de mi casa?

-¿Qué van a poné, Beni..? Se vende.

Por lo tanto, Pilar: te suplico que, si me dedican una calle o una placa, intervengas tú ordenando que la "Ciudad del Flamenco", en la cual cantarán probablemente los descendientes de el "Niño de la Berza", se alargue un poco concretando que es la "Ciudad del flamenco Antonio Gallardo". Si esto es demasiado pedir, no lo hagas, hija. Ya me estoy acostumbrando a vivir de desilusiones pretéritas.

Te quiere, todavía, tu antiguo viejo mimado:

Antonio.

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