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Análisis

alejandro piñero

Historiador y profesor en el IES Padre Luis Coloma

Historia, magistra vitae est.

Para cuando estas palabras estén siendo leídas las notas de la recién estrenada PEBAU circularán por los tablones de nuestros centros de secundaria. La rueda de la educación continúa. Poco importa ya si el resultado fue o no el adecuado o si la preparación fue o no la correcta. Olvidados ya los errores la siguiente meta del calendario espera. Este es un sistema de resultados. Quizás por eso buena parte de los problemas que adolece nuestro sistema educativo pasen inadvertidos la mayor parte de las ocasiones.

El lector crítico extrañará una explicación más plausible a tamaño estruendo mediático como el originado en torno al desarrollo de la prueba de Historia. Quizás sea hora de apuntar algunas de las anomalías de las que se derivan semejante espectáculo.

Las pruebas que regulan el acceso a la universidad en el marco de la comunidad andaluza llevan bastantes años basadas en un modelo de colaboración entre la propia institución universitaria y los centros de secundaria en aras de un proceso lo más equilibrado, justo y, por qué no decirlo, sencillo para ambas partes. Las famosas coordinaciones entre ambas instituciones regulaban la forma y el contenido de las pruebas derivadas de la normativa marco que puntualmente la Junta de Andalucía aprobaba en plazo y forma. Pues este año, no ha sido un año normal en este sentido.

La normativa que concretaba el desarrollo de la prueba de acceso a la universidad fue publicada en el mes de diciembre por el ministerio como un bonito aguinaldo. Transcurridos ya tres meses de clases desde septiembre. Por si fuera poco de las tres reuniones que acostumbrábamos a tener de cara a la planificación de la prueba tan solo hemos asistido a una. Y esta se celebró a mediados de febrero, cuando el curso ya acumulaba cinco meses transcurridos. Muchos de los profesores que se enfrentaron a estas reuniones, vieron cómo la planificación de las clases de todo un curso se iban al traste ante una nueva prueba de la que nadie había oído hablar. De las otras dos nada hemos sabido, porque la consejería no ha tenido a bien reunirnos para planificar la prueba del curso que viene. De modo que como el lector crítico percibirá estamos en el mismo punto que a principios de septiembre: es decir sin saber nada. Bien cierto es que existen causas a nivel nacional que pueden explicar, en parte, esta acumulación de retrasos: como la interinidad del gobierno el pasado curso o el retraso en las negociaciones de cara a la aplicación de la Lomce. Pero eso a los alumnos poco les va a importar.

Aun así la cosa no queda ahí. No sean ustedes tan inocentes como para pensar que unos malos resultados en una prueba derivan solo de una casuística tan administrativa. La cosa es más compleja y ahonda sus raíces en lo más profundo del sistema educativo. ¿Alguien se ha preguntado cómo vamos a impartir los contenidos de la asignatura de Historia de España con carga de tres horas semanales? ¿Sabía usted que la Historia ya no es obligatoria en primero de bachillerato? ¿Es usted consciente de que en otras comunidades como Madrid o Aragón esta misma asignatura goza de una carga horaria mayor? ¿Había usted reparado en que nuestros alumnos compiten con sus rivales de otras comunidades para una misma prueba en desventaja? La asignatura de Historia, como las letras y las humanidades en general vienen sufriendo un repliegue paulatino en el peso de los temarios. Y eso no parece preocuparle a nadie, salvo que afecte a sus opciones de promoción. A un servidor, que imparte clases en bachillerato desde hace años, le apena mucho que sus vecinos y conciudadanos solo protesten ahora que el cúmulo de despropósitos nos ha llevado a esta triste situación. Pero la verdad es que los errores vienen de lejos y el problema va mucho más allá.

He visto pasar por los pupitres a generaciones de alumnos brillantes que se ganan el derecho del mañana con su trabajo concienzudo y su dedicación excepcional. Su trabajo y el cariño que les tengo me hacen sentir como propias sus dificultades y hago mías sus quejas. Mis alumnos, que son sus hijos, merecen una planificación mucho mejor, una competencia más justa con alumnos de otras comunidades y lo que es más importante, un conocimiento de la Historia más completo. No lo pierdan de vista, la historia es la maestra de la vida.

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