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Yo te digo mi verdad

Inmigrantes peligrosos

Nadie necesita más solidaridad que el expulsado de su tierra por el hambre, la guerra o el deseo de buscar una mejor vida

Por más que estrujo mi no tan limitado cerebro no logro comprender la prevención, el miedo e incluso el odio al inmigrante que alberga la ultraderecha y expresa sin pudor, hasta despiadadamente en cuanto tiene ocasión o, más bien, buscando la ocasión. No pierden ni una para alertar de los peligros que contra la salud (“el tifus ya está en Canarias”), la seguridad nacional (Ayuso dixit) e incluso la personal (“vienen hombres jóvenes en edad militar y ponen en peligro a nuestras mujeres”). De ahí que incluso alguno de estos enloquecidos representantes ultras haya propuesto “marcarlos como a los animales”.

Más bien parece que todo esto no es racismo ni xenofobia puesto que ninguno abomina de los futbolistas negros, ni de los jeques árabes, sino de lo que Adela Cortina denominó con gran acierto ‘aporofobia’, es decir odio a los pobres, a los que vienen sin nada y, peor aún, pidiendo. Y lo más asombroso de esto es que tales manifestaciones, alarmas y advertencias vengan de gente que se reclama guardiana de la esencia cristiana, esa que en su origen consideraba bienaventurado al pobre y al perseguido.

También suele ser gente que se proclama defensora de la historia gloriosa de España, y de uno de sus fundamentales capítulos, el que habrían escrito los descubridores y conquistadores en tierras luego llamada americanas. Digo yo que para inmigrantes peligrosos, todos esos extremeños, andaluces, vascos, castellanos… que llegaron al continente y las islas de allá el océano, armados con sus galeones artillados, sus aterradores caballos y su religión única e impuesta, tomando posesión de bienes y tierras de quienes llevaban siglos viviendo allí. Para peligrosos para la salud, los españoles que llegaron y exterminaron comunidades enteras con las epidemias de viruela, enfermedad desconocida para los nativos. Para dañinos con la seguridad nacional, tantos reinos cristianos y blancos que propiciaban expediciones a África para sacar de allí a las personas y tratarlas como mercancías en los mercados de esclavos y en sus plantaciones. Por no hablar de cómo trataron a las mujeres tantos jóvenes en edad militar desfogados.

La solidaridad internacional debe ser uno de los rasgos de esta Europa que queremos que sea algo más que toda esa historia, que parecía superada. Y nadie necesita más solidaridad que el expulsado de su tierra por el hambre, la guerra o los simples y humanos deseos que han movido desde antiguo a la Humanidad a desplazarse en busca de una mejor vida.

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