La esquina
José Aguilar
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Yo te digo mi verdad
Ninguna de las reacciones que provoca el ‘caso Koldo’ es agradable. Del asco a la indignación, pasando por la decepción, en una catarata de sensaciones que sobrepasa de manera natural el concepto de ‘presuntamente’. Nadie está exento de que le engañe alguien de su confianza, pero la cadena de responsabilidades debería obligar al ex ministro Ábalos a evitarnos a todos la vergüenza de verlo sentado aún en el escaño, desobedeciendo al partido que lo colocó ahí, igual que él colocó a Koldo García en el lugar en el que, presuntamente, aprovechó para enriquecerse ilícitamente (otro día a lo mejor nos preguntamos cuántos enriquecimientos son lícitos). Pero hay más miembros del Partido Socialista que deberían preguntarse si es imprescindible seguir en su puesto, como todos los que ayudaron al antiguo asesor a medrar bajo su paraguas, aunque no fueran conscientes de ello. No digo yo que haya que convertir esto en el ‘caso Sánchez’ pero parece normal pensar que el PSOE debe hacer una severa revisión de la manera de conducirse que ha llevado hasta esto, y seguir limpiando(se).
Si algo demuestra este caso es la facilidad con la que, en este país, se designa para ocupar cargos públicos a personas que no tienen en su currículum más mérito que el de pertenecer al propio partido o el de haber hecho favores (sean del tipo que sean) que hay que devolverles. Y cómo es igual de fácil que éstos no se pongan el límite de la decencia en su manera de actuar. Y de qué manera este mal está extendido a todas las formaciones políticas con algo de poder institucional, incluso entre las que presumen de su comportamiento con la corrupción.
El asunto del presunto fraude de la pareja de Isabel Díaz Ayuso es muy diferente, claro, pero no por eso es un tema menor. Si Pedro Sánchez tenía al delincuente en sus filas, la presidenta madrileña lo tiene en su cama. No sé si debe elegir entre dimitir o separarse, pero si yo fuera tan alta representante de un Ejecutivo, estaría ahora muy disgustada con alguien que ha admitido haber defraudado 350.000 euros a la Hacienda pública, es decir a la caja de la que sale la financiación de mis políticas y mis inversiones. O sea alguien que no cumple con sus obligaciones conmigo y con toda la comunidad que dirijo. En cambio, ella ha preferido negar lo que su propio novio ha admitido, y atacar a los funcionarios públicos por cumplir con su deber, y a la prensa por hacer lo propio. Maneras de actuar que retratan.
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