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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Sociología sacra

CIENCIAS, propiamente dichas, se les llama a las disciplinas capaces de demostrar algo de manera clara e irrefutable. A las demás investigaciones, relativamente nuevas por lo general, que intentan explicar el comportamiento del alma humana, se les dice pseudociencias, no como denominación despectiva, sino porque a las conclusiones se llega por terrenos resbaladizos. No he leído todavía ningún tratado sobre la manera de celebrar la Semana Santa en el sur de España, ni siquiera sé si existe tal estudio. He leído bastante en revistas, universitarias casi todas y con un público lector restringido a los ambientes académicos, sobre las rivalidades entre cofradías en barrios de pueblos pequeños, una rivalidad previa a las cofradías mismas, una veces por rencillas entre las parroquias y sus privilegios, otras por la procedencia de los repobladores tras la Reconquista, o por competencias económicas o de clases.

Lo cierto es que en la Semana Santa confluyen una serie de sentimientos, sentimentalismos, fetichismo, fe, superstición, devoción, afición, sentido estético, tradición, cohesión de un grupo, símbolos y señas de identidad que hacen muy difícil sacar conclusiones definitivas o, por lo menos, las teorías básicas, como la Ley de la Gravitación Universal, desde las cuales se vayan elaborando otras más completas. Es más complicado todavía porque los grupos vinculados a las hermandades de penitencia son muy heterogéneos: desde el hombre de fe que ve en una asociación pía dependiente de la Iglesia una manera válida de vivir el cristianismo, hasta el no creyente, y aun no bautizado, que por tradición familiar desde la niñez es aficionado al lujo estético de los cortejos procesionales, sin más teologías, y que se siente alimentado espiritualmente con la contemplación de la puesta en escena de una obra de arte.

Pero como la fe es un don y tiene caminos milagrosos para iluminar a los escogidos, la belleza de la liturgia y la teatralidad de las ceremonias comportan una forma de emoción, de pureza espiritual. ¿Cómo caer en bajos instintos, en groserías y feísmo después de ver una imagen envuelta en incienso, entre cánticos, capillas musicales, órganos e instrumentos de luto, encajes, bordados y joyas? Sirve de contención. La liturgia pretendía traer el cielo a la tierra, no hacerle sitio a lo vulgar en los templos. El último concilio hizo lo que puedo para acercar, afeándolos, los ritos a la gente sencilla, pero la gente sencilla se quedó con los fastos de la Semana Santa. El pueblo fiel se ha aplebeyado y es penoso verlo como espectador de los cortejos sacros; pero los cortejos, y la religión en muchas de sus manifestaciones, siguen siendo populares sin caer en la vulgaridad. Queda aún ese espacio estético para el estudio de los sociólogos, aunque luego las conclusiones no gusten por igual a todos.

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