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La columna

Pedro Sevilla Gómez

El aborto

Para protestar por la reforma de la Ley del Aborto que, entre otras crueldades, pretende autorizar el aborto libre dentro de los tres primeros meses, algunos movimientos sociales van a fabricar, no sé con qué materiales, unos muñequitos que a tamaño real representen a un feto de doce o catorce semanas, donde podrá apreciarse que aquello es ya una criatura y que suprimirla es impedir el desarrollo de una vida genuina e irrepetible. Genuina, irrepetible y sagrada. Los muñequitos, imagino, serán entregados, entre otros, a los miembros del Gobierno, con especial dedicatoria a doña Bibiana Aído.

A mí me parece que hacen muy bien estos movimientos, porque aunque no creo que una imagen valga más que mil palabras -sería ridículo que un escritor otorgase primacía a la imagen sobre la palabra, al objeto sobre la evocación-, el enfrentarse a su víctima en tamaño real, aunque ésta esté hecha de barro, o de plástico, puede remover el corazón de nuestra ministra de Igualdad e incluso el corazón, tan rojo y progresista, de don José Luis Rodríguez Zapatero.

Pero bien pensado creo que la iniciativa tiene pocos visos de prosperar. La progresía oficial está urdida con múltiples entramados dictatoriales, con muchos y muy sutiles tratados de hipocresía, de corrección política, y si uno, o una, no quiere caer en desgracia y perderse un montón de almuerzos y otras prebendas, tiene que decir sí a todo, aunque para sus adentros piense que es una perrería. Así, muchas y muchos modernos de nómina que sientan en su corazón que es un crimen matar a un ser que aún no ha nacido -pero que ya es- y que es una barrabasada esconder a una niña de dieciséis años para que aborte a espaldas de su madre, dirán que sí a doña Bibiana, le reirán la gracia y aplaudirán su intervención en el Parlamento. Ser progre implica a veces un sacrificio muy grande: beber los cubos de aguas fecales de la hipocresía. Claro que luego se enjuagan la boca con buenos Riojas y con los mejores cavas catalanes, vaya lo uno por lo otro.

Auguro poco porvenir a estos muñequitos. Con todo, bienvenidos sean. Que se repartan en Institutos y en Parlamentos autonómicos, en el Banco Azul y en los bancos de las plazas con palomas. Que don José Luis y doña Bibiana se enteren, a tamaño real, que no hay nada más progresista que la vida. Ni más sagrado.

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