Qe Ganemos Jerez -Podemos- exija que no haya azafatas con vestimenta atractiva y, según los ojos que miren, provocativa en el Gran Premio de España de Motocilcismo es coherente. Es coherente con su programa, donde se incluye la voluntad de luchar contra la cosificación de la mujer en el marketing, algo por cierto regulado por ley. Y es coherente con su congénita vocación cosmética; es decir, de lanzar mensajes con mucha pegada y muy poca urgencia social (en una ciudad con muy serios problemas económicos, dicho sea de paso), de hacer ruido con pellizco epidérmico: de estar en las redes sociales -y en esta pieza que usted lee-, de provocar adhesiones inquebrantables de los mundos progresista y feminista oficiales, y equivalentes rechazos. Podemos y su conducator Iglesias son, a su manera, unos hachas del marketing político. No pocas veces, del humo propagandístico.

Es razonable y argüible que a alguien pueda no gustarle, por considerarlo degradante, el papel de las azafatas y paragüeras. De hecho, las vueltas ciclistas catalana y vasca y muchas carreras de coche estadounidenses han suprimido ese aderezo del show. Ellos sabrán. Pero la manía de exigir prohibiciones que tiene este partido tan joven resulta chocante, aunque bien mirado los jóvenes suelen ser más radicales (comunistas y fachas son censores por igual). Quien vive prohibiendo aquello que no entra en sus esquemas no puede ir por la vida de tolerante. Los flagelos poseedores de la verdad dan miedito: suelen acabar conculcando derechos.

Y después están las chavalas, las prímulas esplendorosas de largos fémures que ingresan un dinerito sustancioso por este trabajo: su derecho a hacer lo que quieran sin salpicar ni a ser consideradas meros objetos de deleite visual de sátiros y menos sátiros. A ellas les encanta ser seleccionadas, se divierten un montón, se pagan gastos que en los que no podrían incurrir sin las carreras y -salvo aquella que así lo desee, y muy bien que hace- no está entre las exigencias de su trabajo el rozarse las rodillas frente a un canijo vestido con un mono lleno de publicidad ni ningún otro servicio propio de prostituta. Cabe, por último, plantearse si es coherente adorar el anual Orgullo Gay y su porcentaje chabacano a más no poder y exigir la prohibición de las azafatas de circuito. A ver si no va a resultar que son unos machistas del quince, que ven guay el grosero culto al sexo anal que a veces existe en la espectacular marcha homo y degradante que una chica joven se gane un dinerito en minifalda y tacón (¿y qué?).

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