José Manuel Grandes Merello

La cultura de la sobriedad

Cuán necesario sería vivir en una cultura de la sobriedad. Me siento muy afortunado de pertenecer al primer mundo, con lo que eso conlleva, pero eso no implica que no pueda tener una mirada crítica.

El consumo humano es necesario para la producción, la producción es necesaria para generar riqueza y la riqueza o renta es signo de prosperidad y bonanza. Cuán a favor estoy de esa cultura de la prosperidad que tiene como principio, la meritocracia.

La meritocracia entendida como el valor del esfuerzo, la digna remuneración, ya sea económica, ya sea a través del prestigio social, que da el sacrificio.

Sin embargo, el consumo masivo, el trabajo desmesurado y la acumulación de bienes sin medida, para mí, están lejos de esa sana cultura del esfuerzo, porque, a veces, supone la necesidad de competir por puro hedonismo, no por servicio, de acaparar experiencias para satisfacer tu ego, no para enriquecerte, de "ascender" por buscar el reconocimiento social, no para compartir lo que tienes.

Entregar tu tiempo es más valioso que pagar facturas. Dar conversación a alguien, para romper el hielo, saludar sin interés, son gestos más sanos y auténticos que sugerir planazos.

Uno de los lastres del primer mundo, es que muchos padres de familia se ven abocados a priorizar la promoción profesional, al tiempo de calidad con los suyos.

Qué pena que ya los adultos no se acostumbren tanto "a perder su tiempo" con sus hijos jugando al scalectrix o al llevarlos a la calesita de la feria.

No hace poco, escuché el testimonio de un matrimonio joven y feliz con dos hijos, que acabó rompiéndose porque el padre se dejaba la vida en el trabajo.

La sobriedad, el tiempo de calidad, de entrega pura, del valor de la intimidad, de los momentos gratos, sencillos son compatibles con el tesón, el esfuerzo y la excelencia laboral y eso supone un desgaste y una negación de apetencias propias, una ascética, a lo que no están dispuestos a vivir los que solo quieren vivir para sí.

Aunque de los otros también tengo ejemplos cercanos, no abundantes pero sí reales.

Adquirir hoy el señorío no es fácil, porque ser señor que no "señorito", es lo más parecido a la seriedad, a la responsabilidad y a la sobriedad y eso significa apostar por algo y enfrentarte a la batalla...,eso significa no dejarse llevar por la cultura ganadora del "siempre más", que no asume pérdidas, no acepta la equivocación, no pone límites y no tolera la lentitud.

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