Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

La autoridad moral de la “izquierda”

Y es que ni existe esa pretendida “autoridad moral” que los usurpadores zurdos proclaman, ni la “izquierda” de hoy es la izquierda que fue, ni izquierda de nada, a pesar de que “ellos”, no les queda otra, se proclamen herederos de los que pensaron, actuaron y sí vivieron de manera bien diferente, os sea, coherente, muy al contrario de como lo hacen nuestros cínicos “progresistas” de hoy día.

Fueron acontecimientos obligados a ocurrir. No hay poder capaz de enfrentar la fuerza de la Historia. La Revolución Francesa de 1789; la guerra de Secesión de los que luego fueron los Estados Unidos de Norteamérica, en 1861; la Revolución de Octubre de 1917, en la repulsiva Rusia de los zares; la revolución Cultural en la China de Mao-Tse-Tung, en 1966; hitos, entre los más importantes de una larga lista, abocados a tratar de cambiar la trayectoria de un mundo en decadencia. Fue la lucha contra una desigualdad insoportable y repugnante, contra la esclavitud, la miseria de muchos y el insultante exceso de unos pocos, la hambruna y la condena a un progreso prohibido. Los oprimidos se alzaron contra los opresores, lo que iba a ser dejó de tener plaza en un futuro en el que sólo contaban los inaceptables privilegios de los pocos dueños de todo, fueron los miserables, los explotados, los despreciados o los aplastados, los que escribirían, a golpes, renglones en libros para los que, hasta entonces, nadie les había dejado.

Las ideas, cuna de la revolución, dieron cobijo a la unión, de aquí surgió la fuerza, luego fue la decisión: luchar para vencer o morir para no perder, hacer realidad, al fin, un cambio sustancial e curso de los tiempos en los que el hombre puede escribir.

De la voluntad para cambiar el presente y no condenar así el mañana, son siempre dueñas y responsables las mentes útiles y privilegiadas, conocedoras e ilustradas, capaces de arrastrar a las gentes y empujar a las masas. La tragedia, la insufrible desventura, no está en la estúpida necesidad que tienen los humanos para recurrir a la violencia como medio para hallar “solución” a los grandes conflictos, que también, si no en la perversa condición de nuestra naturaleza, que nos aboca, las más de las veces, a buscar con ahínco el provecho propio a despecho de causar, con ello, el mal ajeno; y es así como escribimos la Historia.

Las dos revoluciones en Europa, a las que me he referido, así como el levantamiento en la China de Mao, y la guerra civil entre gringos, nacieron a causa de la imposición permanente de una injusticia insufrible y monstruosa entre los unos y los otros. Tuvieron que estar y vivir, sentir y sufrir las personas que gestaron los ideales necesarios para hacer brotar ideas suficientes que levantasen y movilizasen a las masas; y de esos, ya no quedan.

El comunismo, hablo de la ideología y sin entrar ahora en otras disquisiciones, pudiendo ser solución a ciertos males endémicos de nuestra especie, devino en epidemia contagiosa e infecciosa: trajo a las sombras de nuestro mundo -en este desgraciado caso no podemos hablar de “dar a luz”- dos bastardos, malnacidos y letales, que pervierten, de modo sistemático, hipócrita e impenitente las vidas de muchísimos habitantes del planeta que, aún, no tenemos opción de abandonar: los “comunistas” y el “socialismo”. Si tiene, por favor, la amabilidad de fijarse, antes de que algunos les dé un síncope, verán que he entrecomillado ”comunistas”, puesto que, de los que escribo, nada tienen que ver con la doctrina que dicen sostener, y “socialismo”, porque, lo que como tal se nos presenta, nada tiene que ver, tampoco, con los supuestos que el imperio de lo social exigiría; así que en política, comunistas y socialismo, “sensu stricto”, no existen. Si quieren, les concedo la mínima excepción posible, que sin dudad confirma la regla.

Aparecieron, “comunistas” y “socialismo”, a la sombra del cinismo y la ambición -repito: no me refiero al comunismo ni al socialismo-; vinieron, para quedarse: una vez hallado el atajo, hacen la ley, y quien la hace, hace la trampa; y se quedaron porque dieron con el filón para vivir como líderes no siendo más que patanes mediocres.

Es incontestable, así lo creo, la autoridad moral que, sin duda, tuvieron muchos de los padres creadores, y continuadores leales, de la izquierda -otro día les cuento de dónde viene esto de “izquierda”- y del socialismo de pata negra, sin adjetivos, que lucharon por que la injusticia no hiciese sombra a la Justicia, que se sacrificaron para intentar lograr derechos iguales para todos, que pensaron y dieron pie a ideas grandes, persiguieron fines altruistas y magnánimos, buscaron respuestas a preguntas olvidadas por molestas o inconvenientes; estoy convencido de que es así. Ahora bien, de ahí a que, esa autoridad moral, la pretendan seguir ostentando los zánganos y filibusteros, los canallas, hipócritas y embaucadores, los mercenarios, corruptos, falsarios, peinaovejas y rastrojeros, que se esconden detrás de siglas e ideologías a las que insultan con su bellaca actitud, ¡pues no!, va a ser que no. Lo único que esta indeseable ralea tiene es bajeza, ni siquiera moral, ya que para ser “bajuno”, moralmente hablando, debiera al menos haber moral que traicionar, y “estos” no la conocen. Simple, llano y cierto.

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