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Habladurías

Fernando Taboada

Las prisas, ni para los delincuentes

NO se habla de otra cosa: los errores judiciales. Será porque no faltan ejemplos. Recuerdo el caso de aquellos profesores italianos que, aparte de pasar unas vacaciones entre rejas, estuvieron a punto de ser linchados por los padres de unos alumnos algo bromistas que habían presentado contra ellos denuncias falsas por abusos sexuales. Qué ricos. Pero no hay que ir tan lejos. En España también cuecen habas y no es raro que -entretanto se apulgaran los expedientes en los despachos- te cruces por la calle con algún psicópata cuyo historial delictivo baste para rodar ocho o diez películas de terror.

¿Y aquí dimite alguien? Que no me entere yo. Buscar responsables de estas negligencias, cuando en el barullo judicial hay tanta gente implicada, es una trabajera. Si en el bar donde desayunamos es habitual que nos sirvan el café frío, encontrar al culpable está chupado. Basta con apuntar en una libreta quién se encarga de gestionar la máquina de café. Si al cabo de una serie de observaciones y de anotaciones, advertimos que existe relación entre la presencia de determinado camarero y el hecho de que nos pongan un desayuno indecente, podremos identificar a nuestro hombre y dar el caso por zanjado. Desgraciadamente, esta fórmula no sirve a la hora de investigar errores judiciales. Son tantas las manos por las que pasan los expedientes que adivinar quién fue el botarate que los traspapeló sería embarazoso. Tanto como identificar al individuo que sirve el café helado en un bar donde hay millón y medio de camareros.

Todo lo relacionado con la burocracia tiene estos contratiempos. Cualquier ciudadano, sin haber matado a nadie, genera en su vida tal cantidad de fotocopias compulsadas, de resguardos para la Administración y de comprobantes, que lo normal es que se despisten por los despachos y no haya quien los encuentre luego. ¿Cuántas fotocopias del carné ha tenido usted que aportar últimamente? Sólo en las dependencias de la Junta yo debo tener repartidas al menos un centenar. Y eso sin haber matado a nadie todavía. Pues si los que carecemos de antecedentes penales generamos esa barbaridad de documentos, ¿qué papeleo no generará alguien que, además de tener un nombre, unos apellidos y un estado civil, se complica la existencia dando un atraco por aquí, o pegando unas palizas por allá?

Lo fácil es echar las culpas de los errores judiciales a los encargados de administrar la Justicia. Por eso hay gente que quiere cargar el muerto al ministro. Pero en un sistema tan complejo, aparte de jueces y ministros, a lo mejor tienen responsabilidad otros sujetos a los que no se tiene en cuenta. ¿No tiene nada que decir el servicio de limpieza? ¿Y los conserjes? Y los novios de las funcionarias ¿por qué no dan la cara? Acusamos alegremente a las cabezas visibles, sin considerar que la culpa de todo tal vez sea del que lleva los cafés al Juzgado. Esos cafés que llegan siempre fríos.

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