Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

¡Que lo sepa el mundo!

Ante el Obradoiro, la muchacha que peregrinó, creo que desde Alemania, pintó bien grande su kilometraje

Que en el mundo enredado entre las empalizadas de la almadraba digital ha aumentado la liberación de la vanidad y la ostentación es tan evidente que es ocioso defender tal tesis. El afán de visibilidad –me refiero a la trivial y de corte lúdico– ha crecido a lo bestia y, aunque se abusa del término matemático para calificar a cualquier situación en auge, se ha disparado “exponencialmente”. La difusión ante una audiencia descomunal de los propios méritos, aunque sean menores: tomarse un gin-tonic mismo. Ustedes, como yo, no ven nunca el programa de citas First Dates, que arrasa en audiencia; en él –lo digo sin ánimo antropológico ninguno– podemos observar en algunos buscadores de amor hasta dónde pueden llevar las ganas de ser alguien, alguien distinto, singular e inimitable, aunque sea comenzando la casa por la fachada: el otro día vi a un chico con un pendiente de un clic de Famobil; ver los cartílagos de las narices claveteados ya casi está gagá. En fin, todos tenemos nuestras rarezas: yo en verano calzo náuticos, así que mejor me callo. Vive y deja vivir; aunque flipes.

Pero comentar se puede. Supe ayer que una chica llegó a la Plaza del Obradoiro después de hacer varios miles de kilómetros de peregrinación, creo que desde su Alemania natal. Eso sin duda entra en la categoría “hazaña”. Pero la muchacha, según lo ha visto una montaña de gente ya, pintó bien grande y en el suelo de ese espacio “patrimonio de la humanidad” la distancia recorrida. Se descalzó, metió unas florecillas en sus zapas a modo de metáfora, se sentó tras su récord y se hizo una foto. Mucha gente se ha indignado. No les falta alguna razón a los encendidos paleoperegrinos, guardianes del Camino, cuya causa a estas alturas del año es una quimera. Pero con agua y algún producto, la efímera pintada a mayor gloria de Onán saldrá. Lo que no saldrá es la marabunta de las calles de Santiago, la achicharrada pipa de la paz del turismo de coartada religiosa que, salvo excepciones, de religioso ni meramente espiritual tiene lo que una sala de strip-tease. (Al escribir este barbarismo al uso, recuerdo una moda con causa que ha decaído, y que generaba estupefacción en el Periodo Preinternético, en concreto en sus postrimerías, cuando la televisión llegó a todos los hogares: el streaking. Lo de correr desnudos en actos masivos también iba de enseñarse, y por completo. Hacerlo con alguna reivindicación, aunque fuera la de desconcertar y así apelar a alguna libertad pública y a la vez individual. Sin recorrer siquiera un kilómetro: te placaban antes).

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