Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Palabras que el viento no se lleva
A veces no hay mejor forma de saber cómo éramos que acercando una silla a la mesa y escuchar a quien los años le da el privilegio de desvelar historias. Esas grandes historias que no aparecen en los libros, sino en la memoria. Y en esa estaba yo, acercando mi silla a la mesa redonda de madera para escuchar a Rosa y a Rosario. En cuestión de segundos, consiguieron trasladar el pequeño salón a esos años en los que salir a pasear era recorrer, una y otra vez, la calle Larga. Esas tardes de verano andando por una calle repleta de gente, en la que todo el mundo se conocía y de la que salieron grandes amores. Pasear, hablar, conocer. Cruzar pequeñas sonrisas y miradas cómplices. Esos zapatos con pequeño tacón y la hora aprendida para volver a casa. A veces no hay mejor forma de saber qué queremos ser que acercando una silla a la mesa y aprender de a quien los años le da la voz de la experiencia. Gracias a todas las Rosas y Rosarios por seguir desvelando esos maravillosos recuerdos.
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