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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Las voces necesarias

EL desengañado novelista norteamericano Philip Roth ha dicho en una entrevista reciente que hemos sido derrotados por las pantallas y que de aquí a 20 años la lectura será una afición, un entretenimiento minoritario. A pesar de los toques de atención que sobre este asunto dan profesores y escritores notables, no me parece un retroceso porque así fue siempre. Más me inquieta el deterioro y la pobreza del lenguaje, porque un hablante puede no leer, incluso no saber leer, pero si no sabe hablar, no sabe pensar. La escritura no es sino la consecuencia de saber hablar, primero, y aprender a pensar gracias a la herramienta del lenguaje. De la misma manera que un analfabeto no es necesariamente alguien inculto, ni un catedrático un hombre culto: depende de la riqueza de sus expresiones que le permitan expresar su pensamiento con claridad, de viva voz, y de cómo tenga ordenados sus conocimientos. Adquirir conocimientos depende más de vivir en un ambiente donde se hable bien, de saber escuchar y analizar que de saber leer. Por descontado, el lector, aunque sea mal lector, tiene ventajas.

Los buenos lectores nunca han sido muchos en ningún momento de la Historia, los que han aumentado, hasta llegar al cien por cien en unos pocos países, son los alfabetizados. Saber montar en bicicleta, que, como leer, no se olvida nunca, tiene poco que ver con el ciclismo, y el que en las sociedades más avanzadas del pasado el 90 por ciento de la población no supiera leer, no quiere decir que la gente fuera tonta o más manipulable, o que hablara mal y con un vocabulario y unas expresiones tan elementales que les impedían comunicarse bien con los demás. Más bien era al revés: el único medio de comunicación para la inmensa mayoría de los hombres del mundo era la palabra hablada. La lectura y la escritura tenían otras aplicaciones: científicas, didácticas, diplomáticas, comerciales, guerreras o religiosas, y con unos cuantos que las conocieran era suficiente.

Ahora bien, lo que siempre hizo falta, desde antes de la invención de la escritura, fueron voces necesarias. Y ésas nunca faltaron. La vociferación y la charlatanería impresa las ahoga y es difícil distinguirlas. Para Philip Roth el vivir rodeados de aparatos nos da la idea de que para adquirir hábito de lectura necesitamos de una antena, y esa antena: concentración, soledad e imaginación, se ha estropeado. Habrá lectores, añade, pero como habrá criadores de perros o peces tropicales. La lectura será un culto. No es mal destino. Así fue siempre. No hay una relación entre progreso material, avance humano y número de lectores; sino que lo importante, como en casi todo, es la buena calidad y no la cantidad. La mayor parte de los conocimientos decisivos de la vida se aprenden hablando antes que leyendo.

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