La fiesta de los tontos

LOS grandes espacios comerciales, la publicidad televisiva, los restaurantes ofreciendo cenas especiales, los establecimientos de ocio anunciando grandes fiestas, con o sin, disfraces, los niños exigiendo salir a la calle por la noche... Todo esto y mucho más, nos prepara el espíritu para vivir los dos días más tontos del año - y mira que hay días tontos en el año patrocinados por la estulticia ciudadana que nos invade -. Sí, amable lector, es Hallowen. Ya usted lo habrá sufrido en sus carnes mortales - por aquello de la celebración -, La fiesta de Todos los Santos se ha convertido en un vulgar remedo de lo que se ofrece en otros lugares y que, aquí, lo hemos elevado a uno de los días señalados en el calendario festivo. Que lo niños en la Escuela sepan lo que es esa fiesta, me parece hasta normal; lo que no es de recibo es que durante varios días todo gire en torno al dichoso halloween. A mí los muertos sólo me han ofrecido respeto y la imagen descaradamente burda que halloween potencia me saca de quicio; sobre todo, cuando lo foráneo ha ha hecho olvidar la esencia que el día de los Santos y de los Difuntos ha tenido en nuestra cultura. Hoy cuando los poco sensatos planes de estudio han restado tanto testimonio cultural de nuestras asignaturas, ya nuestros alumnos difícilmente saben quién fue Don Juan Tenorio ni mucho menos quién José Zorrilla. Cada año me siento casi como un apestado cuando, por noviembre, a mis alumnos mayores les leo pasajes del Tenorio; pero, todavía, es peor cuando lo hago a veintinueve vestidos de mascara, con una calabaza en la mano. El próximo viernes, cuando anochezca y la ciudad se convierta en un festivo desfile de tontos disfraces mortuorios y bandadas de niños se echen a la calle a pedir por no sé qué, le aconsejo que corten la luz, enciendan una vela y se acuesten temprano para que pasen pronto esa pesadilla extranjera que nada tiene que ver con lo que ocurre en esta apartada orilla donde más pura la luna brilla y se respira mejor.