¿Por qué la Hermandad de la Borriquita se ha llevado este año la palma de las zambombas jerezanas?

Foto de un turno de hermanos de los muchos que han trabajado en las distintas zambombas de la Borriquita.
Foto de un turno de hermanos de los muchos que han trabajado en las distintas zambombas de la Borriquita.

17 de diciembre 2025 - 05:37

La zambomba jerezana no es bilingüe. La zambomba jerezana no es anuente. La zambomba jerezana no deja resquicio para la penumbra. La zambomba jerezana no se desestabiliza de pura novelería. Jamás parece recubierta de miniaturas modernistas. Rehúye de lo postizo. De la cáscara superficial. Del confeti multicolor. De rudimentos de quitan y pon. De las pautas de lo umbrío. De acechanzas que diseminen la pureza. La zambomba jerezana no admite la palabra alcurnia -ni alta ni media-. La arquitectura de la zambomba jerezana no tolera apliques góticos, porque sus miradores siempre parten a ras del coro, del corro, al abrigo de un soniquete antiguo. La zambomba jerezana abre sus puertas a la inclusión intergeneracional. Si la zambomba de Jerez conjuga el verbo estar en claves de gerundios, entonces enseguida se hace presente la Micaela con su fatiga. Si la zambomba de Jerez conjuga prontamente el verbo venir, ya sabemos que se alude -y nunca elude- a los Reyes Magos. Si la zambomba jerezana conjuga el verbo beber, no engloba a ningún beodo de ocasión sino a los peces en el río.

La zambomba jerezana posee cuanto mismamente atribuía Ramón Gómez de la Serna a Madrid: estilo. La zambomba jerezana sostiene un fondo común de hito (con)vivencial. De rompiente de la voz. Sangre calé que entreteje el ancestral sonido de lo racial con la inminencia de cierta renovación -y no innovación- sociológica. La zambomba de aquí -y ahora- ha puesto a Jerez en el mapa de la atracción turística, como una manifestación de querencias que elevan su mirada a la balconada del Gallo Azul. La zambomba jerezana espanta el horror vacui, zarandea la agorafobia y arrima voluntades hombro con hombro. La zambomba jerezana, en su expresión más racial, es la caja craneana de sí misma. Acumula letrillas en aras de un símbolo heroico: la afonía del final de fiesta. No existe prueba más cincelada del bendito erre que erre de la zambomba jerezana que las gargantas cascadas… Nuestras zambombas se abastecen de ocupación y provisión, es decir: de la ecuación líquida de su quintaesencia, esto es: la eclosión de la permanencia.

Sólo un visitante iluso -haberlo, lo que se dice haberlo, haylo- pide en la zambomba una tapa de fabada asturiana en lugar de berza con pringá. Si la zambomba jerezana conlleva alguna teoría de Ortega y Gasset, probablemente no descienda de la rebelión de las masas. La zambomba jerezana no acoge en su seno a ningún hijo de la tiniebla. Ni a treguas de intrusismo musical. El día -ojo avizor- que en mala hora se abra la vereda del runrún discotequero, nos cargaremos de sopetón el invento. En la zambomba jerezana la retórica y la sencillez verbal brindan con el entrechoque de cristal de dos catavinos. En la zambomba jerezana se respira aire libre, cohabita una superposición de tiempos y espacios, nadie juega al esconder y el cansancio demora su justificación. Permítame el lector presentar la prueba del algodón de una evidencia palpable, vox populi: la Hermandad de la Borriquita se ha llevado este año la palma de las zambombas jerezanas…

Sí, repito, la Borriquita se ha llevado la palma de las zambombas jerezanas. Es aseveración y no suposición. Analicemos el porqué. De entrada, la ilusión y el amor incondicional que ciento y pico de hermanos -que se dice pronto: una cantidad mayor de personas que nazarenos algunas cofradías ponen a pie de calle en Semana Santa- han depositado en el afán de orquestar turnos de trabajo a destajo sin necesidad protagónica ninguna. El maravilloso -no cabe otra calificación- enclave del patio del colegio San José. Acogedor como el talante fraternal de la buena gente de la Estrella, elegante como la misión de los hermanos de la Salle, confortable, tan de exquisitez educacional e incesante despertar a la vida. Tan de niños de la ciudad que son hijos del Niño Dios. Tan de ilusión infantil de estreno penitente en la tarde noche del Domingo de Ramos, ¿verdad que sí, Ramón Emilio Mejías, Lolo Becerra, Luis Prieto, Vero Molero, Miguel Ángel Segura, Cristina Ramírez, Diego Álvarez?

Añadamos razones: la Borriquita ha celebrado nada más y nada menos que tres zambombas –los días 6, 7 y 13- y aún resta la del día 20. El equipo ha sido de aúpa, desde párvulos hasta integrantes de la tercera edad, todos al unísono. Jesús Sánchez Lineros es una cabeza pensante que sabe cómo perfeccionar esta máquina engrasada. El pan se ha servido envuelto en servilletas, las bolsas de picos han resultado personalizadas, las comidas bien presentadas -con pulcritud hostelera y no a la ligera, “no de cualquier forma” ni al salir del paso-, la cocina eficaz, casera, rápida, ágil… Prohibición de botellones encubiertos… ¿No se va a llevar la palma de las zambombas jerezanas la Hermandad de la Borriquita, que es corporación de palmas y hosannas? Como en los versos al Niño Jesús de Gerardo Diego: “Si la palmera pudiera/volverse tan niña, niña,/ como cuando era una niña/ con cintura de pulsera./ Para que el Niño la viera…/ Si la palmera tuviera/ las patas del borriquillo,/ las alas de Gabrielillo./ Para cuando el Niño quisiera/ correr, volar a su vera…/ Si la palmera supiera/ que las palmas algún día…/ Si la palmera supiera/ por qué la Virgen María/ la mira… Si ella tuviera…/ Si la palmera pudiera…/… la palmera…/”.

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