Joan Manuel Serrat: “De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa”
Pues pasa (o creemos que pasa) que en la vida todo lo malo le sucede siempre a los demás y lo bueno, a lo mejor, tal vez, quizás, pueda sucedernos a nosotros. Leo en la prensa que estas vacaciones ha habido cientos de víctimas de accidentes de carretera, pero no nos importa demasiado porque no somos nosotros, sino que son los demás, sin identidad, de otras poblaciones, en definitiva, números. No nos detenemos ni siquiera un segundo a pensar que, tal vez, esas personas iban a comenzar unas ilusionantes vacaciones y que, tal vez, esa misma noche tenían previsto cenar al borde del mar cuando, de repente, todos sus planes han desaparecido engullidos por una bola de fuego y humo. En el hotel se extrañan de que sus clientes, los de la reserva, no han aparecido ni han avisado, y en el restaurante donde iban a cenar desmontan la mesa mientras critican y despotrican por informalidad de algunos veraneantes. A los pocos minutos, en la recepción del hotel y en el restaurante se han olvidado totalmente del asunto. Lo que ha pasado, como he dicho, es que en la vida lo malo siempre le pasa a los otros, o sea, a los demás. Menos cuando te nace un hijo con síndrome Down. Entonces te das cuenta de que, en esta ocasión, lo malo te ha tocado a ti, y esa certeza que te golpea y de la que no puedes huir te deja sorprendido, destrozado e incapaz de reaccionar.
Así lo pensé, con desesperación, con impotencia, con rabia infinita a la par que con total hundimiento. El mundo, el futuro, las ilusiones, los proyectos, todo, absolutamente todo, me aplastó y me asfixió. ¿Cómo era posible que mi hijo, MI HIJO, fuese Down? ¿Por qué A MÍ?
Y pasó el tiempo. Mucho, mucho tiempo.
Y un buen día, de manera inesperada, la vida te da un delicado toque en el hombro y te dice, “oye, Paco, abre bien los ojos y observa. Esta persona, tu hijo, TU HIJO, va a ser uno de los motivos principales por el que serás feliz el resto de tu vida”. Y tú, sorprendido e incrédulo, vas y te lo crees. Sientes y te das cuenta de que es y será siempre así: tu hijo te hará inmensamente feliz el resto de tu vida porque en él tú vislumbras la capacidad infinita de ser también contagiosamente feliz. Aún es pronto para comprender, pero no para intuir, te dices. Y por eso, sobre la marcha, intuyes que esa relación siempre será total; abnegada, cariñosa y de entrega sin límites por ambas partes.
Como decía Serrat, la vida nos gasta una broma y nos despertamos desorientados, sin saber qué pasa. Yo estuve desorientado y perplejo, pero finalmente entendí qué pasó: que mi hijo había llegado a nuestras vidas para hacernos mejores personas; más grandes de espíritu y más nobles de corazón. Me quedé un rato pensativo y lentamente me arremangué las mangas.
Han pasado muchos años de aquello. Había y todavía hay muchísimo por hacer. Cedown, la Asociación integrada por 60 familias con hijos e hijas down, integra a 9 profesionales especializados en tratar el Síndrome Down. La actual Junta Directiva, que me honro en presidir, se esfuerza en mantener vivo y desarrollar el legado de anteriores Juntas, a la par que estudiamos soluciones y planes de trabajo para afrontar y resolver los duros retos que el mundo actual nos plantea de cara a la integración plena de las personas Down.
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