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La ternura | Crítica

Islas desiertas, mujeres despiertas

Una imagen del film basado en la obra teatral de Alfredo Sanzol.

Una imagen del film basado en la obra teatral de Alfredo Sanzol.

Adaptación de la obra teatral homónima de Alfredo Sanzol reconocida con el Premio Max al mejor espectáculo de 2017, La ternura traslada a los paisajes canarios bajo la influencia del volcán una farsa de suplantación y enredo romántico protagonizada por una reina (Emma Suárez) y sus dos hijas (Alexandra Jiménez y Anna Moliner) en huida, y el leñador (Gonzalo de Castro) y sus dos vástagos (Fernando Guallar y Carlos Cuevas) que viven en la isla desierta a la que éstas llegan por arte de magia.

El prolífico y enrachado Vicente Villanueva (Nacida para ganar, Toc Toc, Sevillanas de Brooklyn, El juego de las llaves) rompe esquemas teatrales y alguna que otra cuarta pared para tirar de la fantasía y los encantamientos como elementos catalizadores para ensanchar la escena, aunque se mantiene bastante fiel a la esencia del texto de Sanzol, deudor de las comedias shakesperianas y cuidadoso siempre con la palabra, el ritmo y la gestualidad, nos lo sopla el amigo y crítico teatral Alfonso Crespo, que hacen marca de la casa del dramaturgo y actual director del Centro Dramático Nacional.

La película discurre así en el terreno de la mascarada y el guiño cómplices, la suplantación, la fluidez de género y la guerra de los sexos sin excesos posmodernos, algo que se agradece en estos tiempos de calzadores discursivos. Las idas, venidas, engaños y apartes, el gusto por la palabra rica y bien dicha y el gesto expresivo son los puntos fuertes de una cinta de paleta colorida y vitalismo hedonista que hace del equívoco y la confusión, también de la atracción inevitable de los pares con o sin disfraz, su principal virtud para el entretenimiento con cierto pedigrí cultural.

Emma Suárez, a la que reconocemos aquí próxima a su papel en El Perro del hortelano, y Gonzalo de Castro, ambos los veteranos y más listos de la función, son los que mejor entienden el registro y el tono del film, y aunque sus hijos no brillen a su altura o la música non-stop de Velázquez tal vez sea innecesaria, todo se sostiene entre altibajos gracias a un buen ensamblaje y comprensión del concepto festivo de la propuesta.