Nuevo subproducto nacional de género salido de Sitges, Cuerdas pone a prueba los límites de la verosimilitud y la paciencia del espectador más aficionado y entusiasta a costa de la enésima situación de encierro y expiación de los fantasmas del trauma adolescente.
Si llevar a una hija tetrapléjica a la casa familiar aislada en mitad del campo ya nos parece la menos sensata de las soluciones a sus problemas físicos y psíquicos, Cuerdas sigue desafiando nuestra credibilidad con una sucesión de percances, accidentes, contrariedades y rabiosa furia animal que dejan siempre a nuestra protagonista en una lucha constante contra los elementos amplificada por una discapacidad reconvertida en heroicidad de supervivencia.
Montesinos estira y redobla sus escasos argumentos y recursos para dejar aún más en evidencia que una historia como esta sólo podría escapar del ridículo a través de una hiperinflación estilística o un tratamiento espacial que no son precisamente lo suyo, mientras que una esforzada Paula del Río pone todas las caras de asombro y pavor posibles con una misma y contraproducente ineficacia. A los postres, el repliegue sentimental, redentor y vitalista de la pesadilla casera hace si cabe aún más artificial la propuesta.