Caballo de copas, 'jockey' de oros
"Qué mala suerte. Me ha tocado mi abuela, la más difícil". Antonio Gallardo (Jerez de la Frontera, 1987) risotea mientras la familia sortea el emparejamento del amigo invisible. El bullicio es el de una reunión de parientes en una terraza, en alguna plaza o quizá algún campo. Está anocheciendo, pero el otoño, por llamarlo según el calendario, ha sido benévolo. Se oye celebración al otro lado del teléfono. Gallardo se aparta del ruido y reflexiona. Al hablar, seguro de lo que dice, parece divisar el horizonte, como en las películas. "Volver a Jerez, a España, es siempre un placer", dice. "Da un poco de tristeza la crisis, la verdad, pero me alegra comprobar que en la familia al menos están sanos después de estos años".
Gallardo está también sano y ahora, además, es rico. La vida está yéndole de película. Con apenas 22 años se marchó a hacer las Américas y ahora, cuatro años después, ha regresado como uno de aquellos indianos bañados en oro. No fue fácil. Aunque ahora es una celebridad -el Rafa Nadal del turf en Estados Unidos-, Gallardo empezó desde el cero absoluto. "Las cosas no fueron nada bien al principio. Apenas comí en las primeras semanas: sin coche, allí es prácticamente imposible encontrar un supermercado. La casa donde vivía, además, estaba sin amueblar y tuve que dormir en el suelo". Por debajo del cero absoluto, legisla la termodinámica, no existe nada. "No se lo decía a mi familia, pero al principio me dedicaba a limpiar cuadras y ni siquiera montaba a caballos".
El jockey jerezano vive ahora en Florida y ha venido a España a pasar unas semanas de descanso. Por extraño que parezca, su acento se acerca más al antillano que al del bajo Guadalquivir. Ha dejado la calma en sus dos casas caribeñas para volar al otoño andaluz, por llamarlo de algún modo. Antes de Jerez, ha saboreado el agasajo del hipódromo de la Zarzuela, donde lo han recibido como una figura del turf. No es para menos. En lo que va de 2014, ha logrado 227 victorias y más de cinco millones de dólares en premios. Una burrada de caballo. "En EEUU el jockey es como una estrella del fútbol. La gente te reconoce por la calle. Poco a poco, en las carreras, uno se fija en que, pese a que montas a uno no favorito, la gente apuesta por tu caballo. Eso es signo de que lo haces bien".
Gallardo es tercero de la clasificación de jockeys en Estados Unidos, algo al alcance de muy pocos. Volver al hipódromo madrileño, hace unas semanas, le ha supuesto una gran emoción, confiesa. El de la Zarzuela es la cuna del turf español, una plaza donde Gallardo ya ganó con 16 años. Ahora, en cambio, le ofrecen montar los mejores caballos de España, los laureles del hipódromo: Ámbar, Heaven's Wonder, Fine Vintage, etcétera. En el turf, los equinos ganan las copas y los jockeys se llevan los oros: la gloria es para quien la trasciende. En 2011 logró 31 triunfos. En 2012, 41; 101 en 2013 y, este año, 227. "Gracias a un contacto, pude empezar a probar caballos. Al principio me dejaban los malos. Luego fui progresando". Geométricamente, se entiende.
La trascendencia, a Gallardo, le recorre por más de una entraña. De un lado, estuvo esa yegua que casi le parte en dos el hígado. Con 18 años, el aprendiz de jockey a punto estuvo de dejar sin hijo a sus padres. "Estuve malísimo. Casi no lo cuento. Al recobrarme pensé que si Dios había querido que saliera de ésa era porque me esperaba algo grande", señala ufano un Gallardo que tampoco ganaba para disgustos. Antes del accidente, Gallardo había probado en Inglaterra, pero regresó casi a ritmo de recta final. Algún fotofinish ni siquiera llegó a recogerlo, ni pasando dos veces. "Aunque competí en los mejores hipódromos, no me gustó la experiencia inglesa. Además, hacía demasiado frío". Más tarde llegarían la yegua, la sima hepática y el hielo del hospital.
La otra entraña es la de la sangre. Pese a las reticencias maternas, un amigo de la familia no hacía más que mencionar las similitudes del pequeño Antonio con su abuelo Pepe Gallardo, uno de aquellos jockeys en blanco y negro. "También lo fue mi tío, Pepito Gallardo", añade. Así que Antoñito, el Peca, el que seguía enajenado las carreras de Sanlúcar cada verano, comienza con 15 años a montar al fin en serio. Va a Málaga, "un hipódromo en Mijas que creo que han cerrado", Inglaterra, Madrid, de nuevo Málaga, y entonces a Miami. "Trabajaba para Jennifer Bidgood. Un día, sin avisarme, me regaló un pasaje de tres meses para Florida. Ve a probar suerte, me dijo, allí no hace frío. A los tres meses, tras las penurias, volví, pero para arreglar el visado y quedarme". Está siendo el dorado Jerez-Florida de un jockey grabado con el hierro del caballo y de las copas.
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