Horses de pata negra
Doma Clásica · Segundo Concurso Internacional 3 Estrellas
Los establecimientos de Divina Pastora redoblan esfuerzos e ingresos por el paso de la corte de los jinetes internacionales de alto poder adquisitivo que arrastra el 'tour' de doma de la Real Escuela.


"Hay otro tipo de jamón, ¿quiere que le prepare otro (bocadillo)?". "Nein, nein, danke. Serrano, serrano. 150 gramos de serrano". Tampoco en esta ocasión Nati ha sido capaz de abrir la mente del matrimonio alemán que cada día acude puntual a la cita con el brunch para convencerle que además del pata negra, su impoluto mostrador ofrece suculentas cañas de lomo y chorizos ibéricos que emparedar a mediodía. "Al final han sido casi 200 gramos, ¿los dejo?". "Ja, perfekt", acaba por decir el cliente germano. En realidad, los bocadillos de jamón son lo de menos en Mini Market, el supermercado de Divina Pastora situado a veinte metros del recinto de boxes del concurso internacional de doma de la Real Escuela, que este fin de semana y el anterior han reunido a más de trescientos caballos que han arrastrado a medio millar de almas entre mozos, jinetes, profesores y familiares. La encargada levanta la persiana del establecimiento a las ocho de la mañana y para entonces ya esperan babeantes los golosos atletas equinos, capaces de digerir en un momento varios kilos de zanahorias y manzanas para empezar la jornada deportiva con un adecuado chute de vitaminas. "Lo de las zanahorias, las manzanas y las peras es a saco cada día. Pero a saco, literalmente. Cada mañana salen sacos y sacos de fruta, mucha fruta, para los caballos de los jinetes. En estos días hemos vendido en fruta lo que en todo un año". Alberto, el hijo de Nati, que comparte negocio familiar, añade además que ellos -los humanos domeros- también son muy fruteros. "Empiezan por la mañana a comer plátanos y acaban con los bocadillos de jamón y queso de El Bosque a mediodía, porque aquí tratamos de venderles lo artesano, como estos pasteles del obrador que vuelan cada día", explica mientras trajina y repone conos de lustrosas zanahorias en los expositores exteriores. "Así, que se vean desde la Escuela, que el naranja llama la atención de lejos". Y otros las huelen, relinchan y cabecean desde las ventanas de la cuadra.
No es la primera experiencia que la familia de comerciantes tiene con el mundo del caballo de alta competición. Para hablar de jamón no hace falta chapurrear una palabra teutónica o inglesa. Qué disparate. "Yo me entiendo perfectamente con ellos e incluso acabo haciendo amistad al final de los concursos. Hace unos meses vinieron sesenta alumnos mexicanos simpatiquísimos a hacer un curso de equitación de tres meses y el último día los invité a todos a cocacolas y a lo que quisieron porque se portaron muy muy bien con nosotros. Todos los días venían aquí al súper a comprar todo lo que podían. Mira la foto, qué bien salgo vestida de rojo, igual que ellos. Todos íbamos vestidos de rojo. Lo pasamos bien", recuerda alegre Nati, porque el paso de los mexicanos significó mucho más que una imagen en sus vidas. "En ese momento (hace un año) estábamos a punto de tirar la toalla porque después de un año y medio con el negocio abierto la recaudación era de treinta euros diarios después de más de ocho horas diarias". Y entonces llegaron ellos, los estudiantes hípicos, y todo cambió. "Y ahora los jinetes del concurso, que compran y compran y nosotros estamos sin parar, así que lo que nos gustaría es que esto fuera más a menudo".
Charlotte Dujardin es una joven inglesa con medalla olímpica y buen gusto por la spanish fast food. Por la mañana, después de descansar en hotel de cinco estrellas y repasar el estado de salud de su valioso equipo ecuestre, visita a Nati, que le prepara el bocadillo diario y las mejores latas de conserva que se exhiben en el pequeño rincón de productos para paladar delicado. "Aunque a Charlotte lo que le gustan son los pasteles artesanos. Es que tú mira la pinta que tienen. Estos sólo los traemos cuando vienen ellos (los jinetes), que son los que lo pagan". A cuatro pasos del súper, dos pasos de caballo, se asoma el pequeño rincón que colecciona botellas de vinos y licores de la tierra. Borja lleva al frente de La casa del jerez más de veinte años. Entonces lo vio claro. "Nos pareció un sitio estratégico para abrir este modelo de negocio, justo al lado de un referente turístico. Pensamos que podía ser una buena idea". Y lo fue. El viernes, el selfie que la olímpica y su profesor, el también olímpico Carl Hester, se hicieron sobre sus dos poderosos sementales en la puerta de la coqueta bodega jerezana dio la vuelta a media Inglaterra a través de Facebook y arrancó likes por medio mundo ecuestre virtual. "Oí un clic y salí a ver qué pasaba. Fue entonces cuando me encontré en la puerta con dos pedazos de caballos con dos jinetes y un tercero a pie haciendo una foto con el móvil". Los británicos siempre han sentido especial predilección por un vino que sienten suyo. La historia dejó escrita que al aguerrido almirante Nelson, que murió en la brevísima Batalla de Trafalgar, lo fletaron de vuelta a casa dentro de una barrica jerezana llena de brandy hasta la corcha. De que se lo bebieran después nada sabe el equipo olímpico que ha elegido como recuerdo del internacional de doma litros de la mejor uva Pedro Ximénez. "Todos prefieren los dulces y los olorosos. Es lo que más se vende".
Los jinetes internacionales y toda su corte han descubierto estos días en la ciudad que el mejor jerez toma cuerpo cuando se marida con un sangriento solomillo a la parrilla. Los camareros del bar de tapas Montesierra desfilan sin parar por los huecos del local como clones de Juanito, el maratoniano camarero del recordado bar La Venencia. "El ritmo es constante porque conseguimos enlazar los horarios gastronómicos de ellos con los nuestros, de manera que cerramos menos horas. Además, si normalmente vienen los clientes de uno o de dos en dos, estos días vienen en grupos de diez", concluye apresuradamente el camarero Francisco José mientras nos observa un cortador de jamón que parece mecánico.
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