4:58 horas, campanilla y teletipo: "Franco ha muerto · Franco ha muerto · Franco ha muerto"

Los servicios secretos confirmaron el fallecimiento del dictador a Europa Press una hora antes de que lo comunicase el ministro de Información y Turismo

Octubre fue un mes malo para el general, a quien se le sometería después a un ensañamiento terapéutico por parte de su familia

Carlos Arias Navarro anuncia la muerte de Franco el 20-N a las 10 de la mañana..
Carlos Arias Navarro anuncia la muerte de Franco el 20-N a las 10 de la mañana.. / EFE

A las 4:58 horas de esta madrugada del 20 de noviembre, pero de hace 50 años, la máquina de teletipos instalada en las redacciones de todos los diarios emitió un sonido similar a una campanilla con el que se solía avisar del avance de una noticia de gran calado. Venía firmada por Europa Press, y sólo contenía tres frases: Franco ha muerto. Franco ha muerto. Franco ha muerto. Tres latigazos pensados para reforzar la credibilidad de una información esperada pero adelantada por esta agencia de noticias independiente, situada fuera del engranaje de medios de la dictadura. De hecho, los boletines de Radio Nacional de España (RNE) seguía sin dar la información a las 6 de la mañana. RNE aún tenía el monopolio de los informativos radiofónicos, y todas las emisoras estaban obligadas a conectar con la radio pública para dar el parte, de modo que el fallecimiento del entonces jefe del Estado sólo corrió por las líneas telefónicas.

A pesar de que la dirección de Prensa del Ministerio de Información y Turismo amenazó a Europa Press con un "os váis a tragar el teletipo", nadie del régimen desmintió la información. Pero sin la participación de RNE, que comenzó a emitir música clásica a las 5 de la madrugada, sin la emisión de la única televisión, que también era pública, y sin que las ediciones matutinas de los diarios se hubieran impreso, la noticia se hizo de esperar. Ya pasadas las 6 de la mañana, el ministro de Información y Turismo, León Herrera, comunicaba la muerte del dictador de viva voz a través de RNE. El presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, lo haría tres horas más tarde en televisión española.

El féretro con el cuerpo de Franco, expuesto en El Pardo.
El féretro con el cuerpo de Franco, expuesto en El Pardo. / EFE

La filtración a Europa Press es reveladora de las disensiones que se habían abierto en el régimen franquista en sus últimos meses de vida. Según han contado ahora los dos periodistas que trabajaron la información para la agencia, Mariano González desde el hospital universitario La Paz, en cuya habitación 123 estaba ingresado Franco desde el 7 de noviembre, y Marcelino Martín, en la redacción, fue el hoy general Juan María de Peñaranda quien confirmó la muerte después de que ambos concluyeran que algo novedoso había ocurrido en el centro hospitalario cuando sobre las cuatro de la madrugada regresaron los jefes de las casas civil y militar de Franco. Confirmada la fuente por RNE en un reciente podcast sobre el fallecimiento, el estado de Peñaranda, que aún vive, ha impedido contrastar este testimonio.

Los espías dieron la noticia

Peñaranda fue desde 1962 a 1979 un agente de los servicios secretos españoles. Primero, de la Organización Contrasubversiva Nacional, creada por el almirante Carrero Blanco, y después de sus agencias sucesoras: Seced y Cesid, anticipos de lo que hoy es el Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Fue a Peñaranda, precisamente, a quien se le había encargado el 2 de febrero de 1974 que diseñase lo que se llamaría la Operación Lucero, el dispositivo que el Estado pondría en marcha cuando Franco falleciese para garantizarse el orden público en las calles -esa mañana se detuvieron a miembros del PCE en el interior-, las comunicaciones entre personas a las que había que avisar y la recepción de las autoridades que asistirían al funeral.

La Lucero contó con dos operaciones más. La denominada Alborada, que preparaba al nuevo Rey para los actos de su coronación, y la Diana, que preveía la intervención del Ejército y de los cuerpos policiales si algo se torcía en las calles. La Operación Diana fue esgrimida y sus contenidos aprovechados por algunos de los golpistas del 23 de Febrero de 1981 como un antecedente de justificaba su actuación.

A principios de noviembre, Juan María de Peñaranda había comunicado al director de Europa Press, Antonio Herrero, que sólo le llamase cuando tuviera seguridad de la muerte, sólo para confirmarla, pero es obvio que el ejecutor de la Operación Lucero no sólo había querido hacerle un favor a quien era su amigo, sino garantizarse que la información estaría bajo control del Seced y de que no sería demorada. Andrés Cassinello, que fue el jefe de los espías durante esos años, también ha explicado en el documental Voladura 76 que desde el Seced "dimos la noticia la muerte a Europa Press".

Ensañamiento terapéutico

Francisco Franco se convirtió en jefe del Estado en plena Guerra Civil, fue en 1936 en Salamanca, tras un acuerdo con los generales que se alzaron contra la República para nombrar un jefe militar y al que su hermano añadió de modo sibilino la condición de jefatura del Estado. A sus 82 años, uno de los dictadores más longevos del mundo iba a morir en la cama, porque ni la oposición clandestina pudo derrocarle ni se planteó nunca una dimisión desde dentro del régimen. Su amigo Augusto Pinochet, uno de dos jefes de Estado que estuvo en su funeral, se sometería años después a un referéndum real que perdió.

Franco falleció en su cama, pero ni era su habitual reposo del palacio de El Pardo -era la de un hospital- ni lo haría en paz, ya que su familia y, en concreto, su yerno, Cristóbal Martínez Bordiú, cirujano de profesión, lo sometió a un encarnizamiento terapéutico para prolongar su vida unos días más.

Las razones difieren. Hay quien sostiene que el grupo del Pardo, nombre con el que se conocía a la familia de Franco, los jefes civil y militar de sus casas y los más apegados al dictador por razones familiares y económicas, quería hacer coincidir el fallecimiento con el aniversario del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, también un 20-N. Sin embargo, hay otro hecho que pesa más. El 26-N cumplía el mandato del presidente de las Cortes, Alejandro Rodríguez de Valcárcel.

Si Franco llegaba vivo, el próximo líder de esta institución, que se revelaría clave en la Transición, sería nombrado por el búnker y el grupo del Pardo. Como sucedió seis días antes, al concluir el mandato, el ya rey Jua Carlos I nombró a Torcuato Fernández Miranda, el autor original de la que luego sería la ley para a reforma política, la que disolvió el régimen y convocó elecciones democráticas y libres para unas Cortes constituyentes.

1975 fue un muy mal año para Franco. En julio de 1974 había tenido que ser ingresado por primera vez a causa de una tromboflebitis. El dictador se había clavado en un sofá frente a un televisor para ver en su residencia del Pardo la fase final del Mundial de Fútbol de Alemania (la Federal de entonces), y fruto de su inacción fue ese trombo que se pudo controlar, pero al llegar al verano siguiente el deterioro físico se había agravado, a pesar de que su médico particular le hacía desfilar por su despacho al ritmo de varias marchas militares para recuperar la movilidad. Los finales de los dictadores no están exentos de elementos cómicos y ridículos, a pesar de la crueldad de su gobernación.

El 20 de septiembre de 1975 se fusilaron a cinco miembros de ETA y del Frap. Hubo manifestaciones en toda Europa para impedirlo, el primer ministro sueco Olof Palme salió a la calle para repartir propaganda en contra del ajusticiamiento capital, la embajada de España en Portugal fue asaltada y el papa Pablo VI pidió clemencia a Franco sin conseguirla. El cardenal Tarancón recibió a la madre de uno de los que iba a ser fusilado. Este conflicto con la Iglesia, que santificó la Guerra Civil y las primeras décadas de la dictadura, alteró la conciencia de Franco. No dormía, la tensión rterial estaba disparada y se habían agravado los síntomas del Parkinson.

El primero de octubre, quien fuera el coronel José Ignacio San Martín (condenado por el 23-F), entonces miembros del servicio de inteligencia, organizó una manifestación de desagravio a Franco en la plaza de Oriente. Asistieron desde el balcón su esposa, Carmen Polo; el presidente del Gobierno, y los entonces Príncipes de España, don Juan Carlos y doña Sofía. Fue el último discurso de Franco, pero como si fuese el primero: culpó de todo a una "conspiración masónica izquierdista" de la clase política en complot con "la subversión comunista-terrorista en lo social". 12 días después realizó una visita al Instituto de Cultura Hispánica, pero las imágenes de TVE no se difundieron. Tal era su mal estado, ya no podía levantarse de la silla de ruedas.

A partir de ese momento, Franco padecería un quinario. Sufrió un primer infarto. El 26 de septiembre, el rey de Marruecos Hassan II anunció el envío de la Marcha Verde al Sáhara español para hacerse con el territorio, acción que culminaría el 6 de noviembre al entrar en territorio nacional, cuando Franco ya estaba en coma en la Paz.

Los problemas de salud del general se centraban en el corazón y en unas hemorragias gastrointestinales. El obispo de Zaragoza le dio la extrema unción en 25 de septiembre, Franco, consciente de su final, se había llevado a su dormitorio del Pardo la reliquia del brazo incorrupto de Santa Teresa y los mantos de la Virgen del Pilar y de Guadalupe.

Una operación en un botiquín y casi sin luz

El 3 de noviembre sufrió vómitos de sangre a causa de las hemorragias, y su yerno decidió que se operaría en El Pardo porque no iba a llegar al hospital. Se habilitó un quirófano en un botiquín del edificio del regimiento, apenas una cama y unas lámparas que se sostenían con las manos. Hubo que desconectar la electricidad del resto del recinto para que funcionase el bisturí eléctrico y aun así la luz se fue en varias ocasiones.

Aquello fue el inicio de una impúdica agonía que se prolongó, ya en La Paz, hasta el 20 de noviembre. Sufrió tres infartos más y se intervino quirúrgicamente otras tantas hasta que el responsable del equipo médico habitual, Vicente Pozuelo, se plantó: ya no se operaría más. Los partes médicos con los que este equipo daba información sobre la evolución del paciente no omitían detalles, se abrazaba la escatología, se daba cuenta, por ejemplo, de la presencia de "heces sanguinolientas en forma de melenas". En el año 1984, la publicación La Revista, que dirigía Jaime Peñafiel, daría las fotos que un familiar hizo aquellos días al enfermo: entubado, rodeado de cables y de aparatos médicos, una sala del horror que fue aprovechado por un familiar para vender la exclusiva.

Y tras el fallecimiento, llegaron los embalsamadores, los doctores Piga, padre e hijo, que se encontraron al cadáver sobre una cama situada en el centro de la habitación, sólo cubierto en su desnudez por una sábana. Fue Antonio Piga quien reveló que del equipo de Vicente Pozuelo lo habían avisado poco después de las 23 horas del día 19 de noviembre. Según su versión, comenzaron a inyectarle los líquidos conservantes alrededor de la una de la madrugada y terminaron a las cuatro, aunque a esa hora ni siquiera Europa Press había dado la noticia.

Piga explicó que las suturas de las intervenciones aún estaban por cerrar, que tenía una herida en la boca debido al tubo de respiración asistida y que su aspecto era el de haber pasado por una dura agonía. Los forenses se hicieron cargo del aspecto del cadáver hasta que fue enterrado en el Valle de los Caídos el 23 de noviembre. Fue maquillado porque estaba previsto que se instalasen focos y cámaras de TVE para retransmitiir el paso por la capilla ardiente de sus leales, y en alguna ocasión la frente le perló de aparente sudor porque los líquidos del embalsamamiento eran compuestos muy volátiles.

El último parte médico, conocido a las 7:30, indicaba que la muerte oficial de Franco había acontecido a las 5:25 de la madrugada, media hora después de que Europa Press adelantase la noticia que cambiaría la Historia de España.

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