Feria de Jerez

Caballo vaquero, el jornalero

  • El concurso de doma vaquera empieza hoy con máxima participación El espectáculo, a partir de las 11 en el Depósito de Sementales

Son las seis de la mañana de un miércoles de invierno. Hace frío, llueve y lloverá durante los próximos tres días. Estamos en un latifundio de la provincia, con grandes extensiones sembradas de cereal. En la otra cara de la finca -340 hectáreas-, en una orografía ondulada, se dispersan las vacas, los becerros, los toros y las yeguas con los potros. Hay que recogerlos a todos y traerlos al cortijo. Es día de inspección. Antes hay que subir a la siembra para arreglar un tubo que lleva agua a los pilones donde beben los animales. Allí ha pasado la noche una becerra que despistó al grupo de vacas, así que habrá que abrir el portillo de espinos y arreglar la cerca porque la ternera la ha destrozado parcialmente. Después, por la tarde, cuando el veterinario haya marcado y vacunado a los nuevos individuos, habrá que llevarlos de vuelta al campo. Echaremos el día, como cada jornada. Necesitamos alforjas para guardar algo de pan, chorizo, navaja afilada y bota con agua. O vino. También aguante. Y, por supuesto, un caballo vaquero capaz de afrontar las horas y los kilómetros de duro trabajo. Comerá y beberá cuando se ponga el sol, cuando dé de mano. De pata, en este caso. Estamos en 1978, año en que se federa la doma vaquera.

El capataz ya está sentado en la montura vaquera. Ha sido hecha a mano por la familia Duarte, en la calle Larga, Jerez. Podía haberla fabricado otro de tantos artesanos en esta época, como las polainas y los zahones de piel cosidos con hilo de piel de gato, pero los jefes de la casa han querido que sea el mejor talabartero quien elabore un material que durará décadas. Generaciones. 25 kilos de armadura sobre el dorso de la bestia, más lo que pese el mayoral, de envergadura variable. Dentro de la boca del caballo se apoya un hierro forjado en fragua con palancas de ocho o nueve centímetros. Se usará para la frenada. El jinete la necesitará, sobre todo para controlar al ganado bravo.

Tres cuartos de hora después de abandonar la cuadra, el caballo ha coronado la primera etapa. En el camino, ha sorteado terrones falsos y embarrados en los que se ha hundido hasta la babilla. Ha salido airoso, aunque resopla y se sacude como un escalofrío. El jinete aguanta, no toca otra. Es el caballo el que resuelve en estos casos. También hubo pedazos pedregosos, incómodos incluso para uno de hueso fino como él. Ha podido hacer buena parte del trayecto en cómodos galopes y en un paso alegre y alerta. En cada mata, un gazapo. No hay que asustarse. A las ocho de la mañana, el vaquero ya está doscientas hectáreas más allá del portillo roto. Los grandes tramos, allí donde se puede, caballo y becerra van a galope hasta el resto del grupo, que ya observa de lejos la llegada de la res. Hay que parar al caballo, que ha empezado a sudar. Ahora sus ojos están abiertos, las orejas preparadas y los dientes apretados. Preparado para entrar en acción en el momento preciso. La arrancada va a ser fuerte, hay que empujar a los toros quinientos metros hacia la casa. Uno se ha vuelto. El caballo para a raya y arrea de nuevo. Una pirueta y el toro está de nuevo en la vereda. El episodio se repite a la inversa. Son las cinco de la tarde. Hay luz pero el sol ya no se ve. Todo ha terminado. De vuelta a la cuadra, el mosquero no descansa, lleva un perfecto compras con el paso del caballo, que es amplio y suelto, como su cuello ya relajado.

La elección del castrado ha sido la acertada. La exigencia del trabajo obliga a que el cincuenta por ciento de la plantilla sea fiable, un animal que responda en las adversidades. Ha de ser dócil (tendrá que compartir una vida con el hombre); valiente para encarar toros; fuerte para soportar envestidas y huidas; ágil para sortear obstáculos; rústico para encajar frío, calor, moscas, mosquitos, lluvia y viento; y con capacidad de aguante, físico y moral. El tres sangres (anglo hispano árabe) es una buena combinación. Una clásica combinación. En las tres razas está el cóctel. Pero hay otras mezclas equinas que han terminado por dar buenos resultados en el manejo con el ganado bravo. El angloárabe es otro versátil peón agrícola, pero también el cuarto de milla, donde en Estados Unidos los emplean para el rodeo. Una amplia variedad de buenos caballos vaqueros se puede contemplar esta misma mañana en la pista descubierta, ya mítica, del Depósito de Sementales, donde a partir de las 11 comienza el concurso nacional de doma vaquera. No se lo pueden perder. Es una imagen auténtica.

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