Viernes de Feria

El arte de dejarse ver en la Feria

  • Mario Conde, por primera vez, y Carmen Janeiro, experimentada, visitan la Feria del Caballo en un día extraño

Quien prueba la Feria de Jerez repite. Este dicho, entenderán ustedes, tiene una doble consecuencia. De un lado están los foráneos que ya llevan años viniendo al González Hontoria y que suelen buscarse un hueco para, digámoslo así, cumplimentar un rito. De otro están esas personas que pisan la fiesta por primera vez y que se quedan enganchados a la misma para siempre. El ejemplo perfecto se encontró ayer en la caseta de los abogados de Jerez, en ese paseo que conecta Paz Varela y El Bosque, antiguamente llamado Paseo Principal, y que nadie sabe ya a qué cantaor le da el nombre. Ese es uno de los problemas de cambiar lo que el pueblo sabe perfectamente cómo denominar. Desde que al anterior Gobierno municipal le dio por cambiar denominaciones de paseos en la Feria, al final uno ni sabe por dónde anda, aunque los templetes —el Municipal y el de González Byass— y casetas harto conocidas como CCOO y UGT hacen las veces de puntos cardinales que se erigen en verdaderos referentes en el difícil arte de la orientación feriante.

Allí, en la caseta de los letrados jerezanos, el colectivo que preside Marcos Camacho, se dejaron ver personales tan populares como Mario Conde o Carmen Janeiro. La hermana de Jesulín de Ubrique, la cual se pasó por el Real de la Feria con la intención de pasárselo o mejor posible, se vino para Jerez con miedo “porque aunque en Ubrique soplaba hoy (por ayer) el viento con cierta fuerza al llegar he comprobado que aquí estaba la cosa peor”. Carmen Janeiro fue capaz de avanzar por el Real con cierta rapidez a pesar de que cada tres por cuatro alguien con un móvil le parara para llevarse en la memoria del celular un souvenir. Llegó acompañada de un buen grupo de amigos del pueblo entre los que estaba José Luis López ‘El Turronero’, otro famoso.

Mario Conde también se dejó ver en la que fue su primera Feria del  Caballo. “¡Don Mario no quiere fotos ni hablar!”, advertía un tipo a medio camino entre guardaespaldas y conocido de toda la vida. La disponibilidad del exbanquero a fotos y charla quedó demostrada nada más  entablar conversación con él. Que venía demasiado ‘sevillanizado’ se vio claro a las primeras de cambio.  “Esta feria es mucho más abierta que la de Sevilla. La gente sale, la gente entra... Me encanta. Es un concepto completamente distinto”, dijo Conde no sin antes sorprenderse por “la educada forma en la que la gente le paraba. “¿Le importa qué...?”, me dicen. “¡Cómo va a importar”, les dijo. “Estoy encantado”.

La gran pena de Mario Conde ayer en Jerez fue que “he llegado a las 13,30 y a las ocho de la tarde ya me tengo que marchar para Madrid. Es una pena porque como aficionado al flamenco, y que nadie se me enfade, sé que como se canta en esta tierra no se canta en ningún otro lugar. El flamenco llega por la noche y yo sólo llegaré hasta la tarde. Es una pena, pero prometo volver...”.

Por otro lado, la Feria del Caballo vivió ayer un día clásico. Recordando fiestas pasadas, se pareció más a un miércoles que al inicio de un fin de semana. A las dos de la tarde la calle Córdoba presentaba un aspecto desolador. El policía local que custodia el corte de tráfico y el aparcamiento de motos ni siquiera pudo abrir la sombrilla, tal era la ventolera que amenazaba con volarle la gorra y hasta la porra. Los puestos ambulantes permanecían cerrados y andar por el Real era un ejercicio sumamente facilón. Era cuestión de elegir el rumbo y poner en práctica ese tiralíneas que todos llevamos en la cabeza.

Una hora más tarde la ‘cosa’ había mejorado. La Feria del mediodía comenzó a apoderarse del albero, sobre todo por parte de parejas (de traje él, de flamenca ella) que acudían a citas concertadas de antemano. El viento de levante sopló con fuerza pero no tanto como el jueves aunque de vez en cuando unas mantas de polvo te recordaban que la Feria no deja de ser un imperio de lo efímero ubicado en un suelo que ceden los elementos.

En las casetas, mientras tanto, quien más quien menos hacía su negocio. Algunas de ellas, como es el caso de ‘La Brújula’ (siguiendo la ruta que abre el Club Nazaret en dirección a El Bosque y justo al final) se erige en una especie de joyita feriante, un lugar donde todas las raciones están a 5 euros y se puede pasar un rato excepcional de la mano de Antonio Contreras. En Casa Shema pasa algo similar, pero con las bebidas: por cada cuatro euros de consumición un montadito o un plato de ‘guisote’ gratis.

Encamino mis pasos hacia la sede del Diario, en la Rotonda de los Casinos, y pienso en la ‘no Feria’ que están padeciendo mi hermano Antonio y su esposa Marta con su hijo recién llegado a casa. Este año han cambiado catavinos por biberones y las sevillanas enlatadas por ese cante al natural que despliega cada poco el pequeño Antoñito en demanda de su hambre. En el fondo creo que la Feria es algo que nos viene del vientre maternal.

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