7 Pecados Capitales de la Feria

El roneo o la soberbia

YA decíamos ayer en esta sección dedicada a la reflexión moral que a la Feria la mitad de la gente básicamente va a mirar. Esto sería un verdadero despropósito si no fuera porque la otra mitad de la gente, por casualidades del destino, a lo que va es precisamente a que la miren.

Para que te miren, además de esas corbatas de estampados estupefacientes que me llevan algunos; aparte de esos pantalones que lucen otros (que pueden producir epilepsia); sin olvidar algunos zapatos de plataforma que se ven por ahí (que parecen diseñados por el mismo que diseñó el vestuario de La Guerra de las Galaxias) también se inventó la soberbia, que va fenomenal para llamar la atención sin perder la compostura.

Por el tipo de actividades recreativas que se practican en nuestra feria, la soberbia se puede cultivar sin miedo a hacer el ridículo. En la Tomatina de Buñol, por ejemplo, donde la gente disfruta de una manera un poco porcina, esto sería complicado. Como lo sería en el chupinazo de los sanfermines (donde es costumbre imitar esos concursos ibicencos de camisetas mojadas, pero en la versión calimocho.) Pero en una Feria con tanto señorío como la de Jerez, adonde se puede acudir con un chófer vestido de librea sin que nadie se sorprenda, mantener el empaque está chupado.

Se puede alardear incluso sin llegar montado en un carruaje. Basta con tomarse una copa. Pero no bebiéndola de cualquier manera. En lugar de tomarla con naturalidad, para respetar las leyes de la soberbia convendrá ponerse muy tieso, enarcar la ceja de vez en cuando y prestar atención a los demás girando la cabeza así. En fin, hacerlo de tal forma que, en vez de estar tomando una copa, parezca que uno está firmando el Tratado de Fontaineblau.

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