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Festival de Jerez

Sara Jiménez, el pellizco de una 'rara avis'

Sara Jiménez, en los Museos de la Atalaya.

Sara Jiménez, en los Museos de la Atalaya. / Manuel Aranda (Jerez)

El pellizco flamenco a veces puede ser desgarrador y punzante, negro, violento. Sara Jiménez propone en su espectáculo Ave de plata un recorrido por los lugares más oscuros del alma. No pocos espectáculos intentan bajar a las profundidades de la psique humana, desentrañar el misterio para luego salir a flote, pero pocos lo consiguen como este. Sara Jiménez nos sumerge en una apnea sin luz y transita durante una hora sin avistar la superficie. No hay tregua, apenas espacio para tomar aire. Hay que ser muy valiente, y Sara demuestra haberlo sido con creces, para presentar una propuesta tan abismal y hacerlo de forma solvente, madura y sin caer en experimentaciones aleatorias. El baile y la expresividad de Sara Jiménez salen desde las vísceras. Sara grita, Sara se retuerce, Sara corre, Sara pide olvidar.

El trabajo de dirección escénica, dramaturgia y co-dirección corren a cargo de Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola, su impronta se deja ver en el espectáculo. La música en off es obra de Miguel Marín Pavón ‘Árbol’. El compositor sevillano ha creado una banda sonora excepcional, demostrando ser, una vez más, uno de los mejores músicos contemporáneos, creando espacios sonoros que envuelven y elevan los espectáculos en los que participa. La música no solo se proyecta desde el escenario, también sale desde un móvil que Sara esconde, pareciendo que la música brota desde ella.

En Ave de plata asistimos al exorcismo de un desamor —del tipo que sea—. El dolor emana desde un maniquí sin cabeza sobre una percha rodante, una especie de espantapájaros cubierto con una gabardina que la acompaña y se descompone a medida que avanza la obra. Sara Jiménez, con una breve escenografía que está presente desde los inicios del espectáculo (maniquí, cuerda, soga, gabardina), demuestra la infinitud de recursos que pueden hacerse con pocos elementos. Este ser, este dolor que la atrapa y la hace ser un pájaro herido, la lleva presa por un cordón umbilical que ella ata y desata desde su vientre. Cuando saca unos abanicos que aparentan convertirse en alas, estos acaban siendo puñales. No hay oxígeno para su vuelo.

El universo que transfigura, la gestualidad que proyecta, el control que posee sobre sus movimientos y sobre la escena. Todos estos elementos hacen de Ave de plata un espectáculo de una calidad dramática sobresaliente, a pesar de su incomodidad y de su tránsito agresivo y cruel. No es un espectáculo hecho para las obviedades ni para la liberación fácil de la pena. El pellizco flamenco, a veces, duele de verdad. Igual que el amor, que aunque alegre, acaba destruyendo algunos corazones.

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