La crítica

Sin sofisticaciones

  • El palaciego fue de menos a más en su estreno en solitario en el Festival cerrando su actuación con tres fandangos cargados de poderío

Después de cantar de corrido casi cincuenta minutos, a Miguel Ortega todavía le quedaban fuerzas para echar mano a unos fandangos de Paco Toronjo. Casi ná, que diría un castizo. Es el claro ejemplo del temple y la entereza de un artista sin sofisticaciones, sin demasiada parafernalia en su cante pero con un sentido de la profesionalidad digno de alabar.

De pie, apoyado en el respaldar de una silla y ya con la chaqueta quitada, el palaciego encaró con valentía los tercios ante el estupor de un público, asombrado ante tal demostración de poderío. Al fin, Ortega se había despojado de sus nervios, de esa tensión que hasta bien entrada la tarde lo había tenido encorsetado. Porque a decir verdad, y en algo tiene que ver esos muros milenarios de Villavicencio, la mejor versión del joven cantaor tardó en llegar. ¡Cómo impone Jerez y este palacio!

Se entonó por alegrías y cantiñas, con las que abrió boca. Con el semblante preocupado y mirando casi siempre al horizonte, con la mirada perdida, Miguel Ortega recorrió diferentes variantes. El atrás le ha hecho madurar, le ha hecho conocer los entresijos del cante y ayer se pudo comprobar. No obstante, su arranque no fue el esperado mostrándose excesivamente forzado en algunos compases.

Mucho más suelto se le vio al interpretar aires mineros, uno de los estilos que le ha hecho ganar terreno en esto del flamenco y que le ha posibilitado dar un paso hacia adelante. Moduló la voz como quiso y trabajó bien el cante hasta rematarlo con la taranta de Linares, que ejecutó con sutileza.

Por soleá, en cambio, su alarido fue mayor. Con claro acento ‘mairenero’ en muchos de sus cantes, el de Los Palacios punzó en algún que otro tercio, casi siempre cuando dio su toque personal al cante. Enciclopédico en su quejío, Miguel se paseó por los diferentes estilos. Alcalá, Triana, Frijones, Los Puertos....Poco a poco fue desgranando la soleá, como el que quita los pétalos a una flor.  Siempre en su sitio y dándole la cancha suficiente a su poderosa garganta.

La guitarra de Manuel Herrera nunca quiso protagonismo. Lo cedió siempre al cantaor, como debe ser. Cuando tuvo que salir a su encuentro lo hizo con falsetas de mucho empaque y cuando no, se limitó a seguir los pasos del protagonista de la noche. En esa misma línea se mostraron las palmas de El Tate y Diego Montoya, pendientes en todo momento del artista principal y sin marcar excesivamente el compás con los pies, un error en el que se suele caer mucho en Villavicencio.

Fue quizá lo más llamativo de su actuación. Lo controlado que lo tuvo todo. Se ciñó al guión, sin pasarse ni un minuto y manteniendo la compostura como buen profesional. “Una más”, le advirtió su mánager desde el lateral del escenario viendo que se acercaba la hora de cerrar.

Dicho y hecho. Miguel Ortega, sudando a chorros, colgó la chaqueta en la silla y siguió a lo suyo. Por bulerías. Manuel Herrera le marcaba el compás pisando las cuerdas, mientras los palmeros le hacían el soniquete. Se metió por Jerez, por Cádiz, por Lebrija, con la clásica letra “la virgen  de la Peña, la chiquetita...”; Utrera y hasta por cuplés, echando mano al ‘Se llamaba Carmen’ que tan bien efectuaba Mairena. Estaba entregado. El público lo supo reconocer con una cerrada ovación. Ortega había terminado su actuación con notable.

Cante Miguel Ortega          

Ficha técnica. Cante: Miguel Ortega. Guitarra: Manuel Herrera. Palmas: El Tate y Diego Montoya. Lugar: Palacio de Villavicencio. Día: 28 de febrero. Hora: 19,00 horas. Aforo: Tres cuartos de entrada.                    

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