Trato y retrato

Cosano decimonónico

Juan Pedro Cosano

Juan Pedro Cosano

“Jerez se viste de luto, Las niñas guardan su himen; por callejones oscuros Cosano perpetra un crimen”.

Después de tantos años de querellas amistosas, puyas sin peto, abrazos, ronchas, comilonas de pescuezo y colaboraciones varias, hablar de Cosano se ha convertido casi en una cuestión de familia. De la suya, por supuesto. Su hermano Álvaro, sin ir más lejos, fue contrincante mío a una imaginaria alcaldía de la calle San Pablo, insultándonos de azotea a terraza con mucha vehemencia. De Juan Pedro Cosano tengo escrito bastante: como poeta espantoso, como narrador torrencial, como símbolo de la omnipresencia, como epígono de Charles Laughton, de Craso en el senado o de Inocencio X según Velázquez. Pero sobre todo ello emerge una personalidad que desborda los cánones preestablecidos en este poblachón que se debate entre Dios sabe qué y la virgen sabrá cuándo. Por la calidad y cantidad de sus muchos amigos y, sobre todo, por la inquina que le profesan sus notables e innumerables enemigos, Juan Pedro es un portento. Yo no sé si a la hora de pergeñar este retrato nuestro juriescribidor estará de nuevo a dieta y la toga le cae como un guante; lo que es seguro es que el birrete se lo siguen haciendo a medida con varios meses de anticipación en el encargo. Si Juan Pedro quisiera perfeccionar la imagen dickensiana que uno se ha hecho de él dejaría el despacho de Jerez 74, compraría la clínica de Romero Palomo y contrataría pasantes abúlicos o siniestros del tipo de Bartleby o Uriah Heep. Aunque lo cierto es que bajo ese aspecto de ogro amistoso a punto de devorar fiscales y jueces sentado en su mesa de La Tasca, podría esconderse perfectamente el mecenas de Oliver Twist, con casita en Montealegre y ama de llaves risueña.

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