Regreso a Ochavico
La vida contracorriente de un parado más: de la ciudad a la viña
Como el que presiente el final, el hombre de ojos azules llamó a su hijo Carlos a la viña y le dijo: "Carlos, no dejes de mirar los registros de la finca. Que yo sepa, esta es una de las pocas viñas del marco que, durante más de doscientos años, ha cultivado la uva de manera ininterrumpida".
El anciano de los fuertes ojos azules que se iluminaban a la vista de las cepas fue un hombre bueno y sabio. Se llamó José Chernichero Delgado. La finca es la 'Viña Ochavico', en el pago 'Los Tercios', 15 aranzadas de cepas, frontera de El Puerto y hoy día cercada de trigo y girasol como un islote, que el bueno de José compró en el 72 después de tres lustros como aparcero gracias al dinerillo curioso que sacó a una excelente cosecha, cuando la palabra excedente no existía e inundábamos de vino todos nuestros mercados. Aparcero también fue en 'Ochavico' el abuelito José y si rastreamos de puntillas en su genealogía veremos que bisabuelos y tatarabuelos trabajaron esa misma tierra desde 1903. Bueno, un tatarabuelo no. Le llamaron 'el italiano' y se apellidaba Cernicchiaro. Y de Cernicchiaro, Chernichero. Pero los Chernicheros de aquí no tienen nada de italianos; son familia oriunda de Trebujena, grandísimos apasionados del campo que un día descubrieron que el negocio de la viña podría depararles un futuro mejor. Aman el campo y aman la viña.
Y bien, su hijo Carlos es el tercero que le dio a José Juana Díaz Ceballos, mujer de grandes virtudes, muy cariñosa y apegada al trabajo. Juana trajo al mundo también a sus hijos José Manuel, Jenny y Yolanda. Conforman la quinta generación familiar y, curiosamente, varones y hembras han seguido la estela de sus antecesores. José María es, hoy día, un experimentado agricultor; todo lo aprendió al lado de su padre, mañana y tarde, y ahora dirige una próspera explotación. Las niñas se casaron y tampoco se han apartado del campo. Y, desde hace unos tres años, Carlos continúa volcado en la finca que su padre replantó con nuevas cepas con sus propias manos allá por los sesenta, en pleno auge del negocio.
Como en toda viña, los meses de abril y mayo son los más duros. Las labores de castra siguen a las del abonado del cultivo y consisten en podar ligeramente las cepas y amarrarlas. Durante el mes de mayo, el viticultor procede al tratamiento químico de las cepas para prevenir el mildiu y otras enfermedades similares causadas por los hongos. Esta labor ha ido cambiando con los años y todavía hoy se concluye que la mejor fórmula se realiza mediante pulverizadores tirados por tractores. Carlos recuerda aún aquellos helicópteros que empleaban en los sesenta algunas bodegas para acelerar el trabajo pero, aunque era un procedimiento rápido, no se hacía concienzudamente. Pero la ventaja del uso de los helicópteros era que se podían utilizar cuando los jornaleros estaban en huelga, algo muy común . Cierto día, uno de los helicópteros se estrelló en una bodega de González Byass al chocar contra una fuente. El piloto salió ileso pero hubo que darle con urgencia una copa de jerez.
Pero el trabajo ha de ser rápido y calculado. Un día de lluvia o de fuerte viento puede interrumpir de golpe el tratamiento. Tras la floración, las uvas comenzarán a aparecer en las cepas los primeros días de junio, como ya puede observarse caminando entre los líneos de 'Ochavico'.
Carlos nació hace 46 años en una casa del barrio de San Miguel, aunque la verdad es que creció y se crió en la viña. El jovencito Carlos se descubrió años después como una persona muy inquieta. Cuando pisó la Universidad a mediados de los ochenta, destacó por su intensa actividad estudiantil. Hizo sus escarceos en la política, militó durante años en el andalucismo y ocupó la vicepresidencia del Centro de Estudios Históricos de Andalucía. Durante cerca de trece años, ha sido profesor de la Escuela Universitaria de Relaciones Laborales, Trabajo Social y Turismo.
Los años pasaron, llegaron los malos tiempos, las clases echaron el cierre y, de la noche a la mañana, Carlos se encontró en un pozo. Era un parado más. Pero cuando el patriarca José, ya viudo de Juanita, se encontró con la muerte y los hermanos repartieron la herencia, no dejó escapar la ocasión. Cogió la viña, se puso el mundo por montera y volvió junto a su mujer Alicia y sus tres hijos al campo.
Carlos no ve ningún mérito: "Sólo soy un novato. Estoy aprendiendo porque intento vivir de esto. Es una salida a mi situación de parado. El problema es que dé dinero, porque todo esto es durísimo y costoso. Pero algún día, me gustaría jubilarme aquí. En el campo, en la viña, yo soy feliz". Entretanto, no deja pasar el tiempo. El pasado año, Carlos se doctoró en Derecho con la tesis 'La autonomía andaluza en la República', que mereció un sobresaliente cum laude.
José se fue de este mundo un día de agosto de hace tres años con la congoja de ver con sus profundos ojos azules cómo todos los años de esfuerzo y duro trabajo en el campo se venían abajo. Alma de la cooperativa de Las Angustias, este visionario amante de la conversación vivió la abundancia y, con el tiempo, la decadencia. Sobraba uva y no había dónde colocarla. Y eso dejaba a los viñistas, los primeros de la cadena, en la más absoluta vulnerabilidad.
Corren ahora nuevos aires para la viña. Buena ocasión para este neófito de la viticultura que trabaja tostado al sol la tierra de sus ancestros. En el campo, en la viña de toda su vida.
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