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Mujeres para la historia y el bronce

La virtuosa e ilustre dama Carmen Núñez de Villavicencio, matriarca de la saga jerezana de los Domecq (y III)

El entierro de Doña Carmen Núñez de Villavicencio en la Santa e Insigne Iglesia Colegial fue una imponente manifestación de duelo por parte del pueblo de Jerez, tal y como se puede ver en las crónicas y fotografías de la época. Miles y miles de personas se agolpaban en la plaza del Arroyo y sus aledaños al paso del féretro desde su palacio a la Colegial, para dar el último adiós a tan querida e ilustre dama. Impresionantes fueron las crónicas del sepelio en todos los medios locales, provinciales y hasta nacionales en el sentido de admiración y respeto hacia aquella mujer que entregó parte de su vida en calidad de apóstol de los pobres. “Pasó por la vida haciendo el bien”. (Hechos 10,38)

El Ayuntamiento en pleno bajo mazas precedió el duelo, así como representaciones civiles, militares, eclesiásticas y órdenes religiosas, mientras las campanas de la torre de la Colegial tañían de igual manera que lo hacían ante el fallecimiento de pontífices o príncipes de la iglesia.Su cuerpo fue inhumado junto a sus seres queridos en la capilla del Sagrario de la Colegial. Capilla a la que tanto amó, cuyo precioso altar costeó en su día y que en las grandes festividades solía personalmente exornar con bellas flores.

La figura de doña Carmen quedó durante mucho tiempo en la memoria de los jerezanos, hasta el punto que muchas personas la tenían por santa, incluso iban a su tumba a rezarle y hasta en algunas ocasiones se atribuyeron gracias excepcionales por su intercesión. En fechas posteriores una señora anónima escribió un libro sobre su vida titulado: “Una dama según el Corazón de Dios”.

En 1930, al cumplirse el segundo centenario de la fundación de las Bodegas de Pedro Domecq, de entre los muchos actos que se organizaron con motivo de dicha efeméride, Jerez quiso levantarle un monumento a doña Carmen y su esposo. El proyecto que no se llegó a materializar, según el conde de Puerto Hermoso “por altas razones de delicadeza”, o posiblemente por la delicada situación política del momento, fue diseñado por el escultor Jacinto Higueras, discípulo favorito de otro gran escultor como fue Mariano Benlliure, autor del monumento a Primo de Rivera en la Plaza del Arenal.

Poco a poco, y cubierto por la inmensa pátina del tiempo, la figura de doña Carmen Núñez de Villavicencio se fue desvaneciendo. En el sagrario de nuestra Catedral y bajo los bancos de dicha capilla, debajo de una fría losa de mármol grabada con su nombre descansan los restos de una “mujer para la historia y el bronce”. Una lápida que pasa desapercibida para todo visitante, tal como ella quiso pasar por la tierra. Quizá desde su Eterna Morada pueda pensar: “Bendita paz, bendito olvido”.

Hasta aquí mi humilde homenaje de admiración a tan gran señora e ilustre antepasada del que esto escribe.

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