Mujeres para la Historia y el bronce

La virtuosa e ilustre dama Carmen Núñez de Villavicencio, matriarca de la saga jerezana de los Domecq (I)

Eran tiempos ya lejanos, unos tiempos en los que aquellos que no podían vivir de su trabajo sólo les quedaba una forma para sobrevivir: la caridad. Aún tardarían muchos años para que ancianos, enfermos, discapacitados, viudas o huérfanos pudiesen disponer de una pensión que les permitiera sostenerse, siendo antaño en esos casos como única opción la de depender de hijos o familiares si los tuviere, o bien de la caridad. ¡Cuántas viudas con hijos pequeños quedaban en la más absoluta miseria al morir el padre! Se decía entonces: “Se ha muerto el padre y se ha llevado la llave de la despensa”. En cuanto a las enfermedades que asolaban a la población como la tuberculosis, la viruela, la sífilis o el paludismo, sólo eran paliadas en algunos casos por cuatro diminutos hospitales dependientes de la caridad y de la Iglesia. No sería hasta mediados del siglo XIX cuando, como pionero en España para la atención hospitalaria, se abre al público tras no pocos esfuerzos el Hospital Municipal de Santa Isabel, uno de los primeros establecimientos hospitalarios de nuestro país no dependiente de la caridad ni de la Iglesia. Años más tarde sería implantado en Jerez el servicio de Asistencia Pública Domiciliaria con el fin de atender a enfermos sin recursos en el propio domicilio de forma gratuita.En cuanto a la alimentación, en aquellos tiempos siempre estaba condicionada a las cosechas, y éstas a la climatología, por lo que, en largas épocas de sequía y paro estacional, la carestía y la falta de alimentos afligía a la ciudad, muy especialmente a las clases más humildes.Y es en ese contexto de la segunda mitad del siglo XIX surge una dama que destacó por su altruismo, su caridad sin límites y su amor hacia los más desfavorecidos. Dicha dama se llamaba Carmen Núñez de Villavicencio y Olaguer de Feliú. Nombre con el que estuvo rotulada la Plaza de Plateros hasta finales de los años setenta del pasado siglo XX.Nació doña Carmen en Jerez, en octubre de 1840, en una casa muy cercana de la parroquia de San Marcos donde sería bautizada. Su padre, D. Pablo Núñez de Villavicencio procedía de una familia de rancio linaje asentada en Jerez desde los tiempos de la Reconquista, el mismo ostentaba entre otros títulos nobiliarios los de Caballero de la Orden de Calatrava y el de Conde de Cañete del Pinar. Desde su más tierna infancia, Carmen poseía todas las prendas que podían adornar a una mujer de su tiempo: vivo ingenio, perspicacia, cultura, rectitud, admirable constancia en el trabajo, profunda fe y muchas otras virtudes. Pero como no siempre es oro todo lo que reluce y la vida suele dar grandes reveses, cuando acababa de cumplir sus 24 años inesperadamente fallece su padre. Dramática circunstancia que llevó a la familia a padecer determinadas estrecheces económicas.Carmen no estaba considerada una buena casadera ni un buen partido pese a su noble linaje, ya que debido a su situación económica poco podría aportar como dote a un hipotético matrimonio, ni siquiera el título nobiliario de su padre, ya que el mismo había sido heredado por su hermano José. Ello no fue óbice para que el rico propietario de la más importante bodega de Jerez, Pedro Domecq Loustau, doce años mayor que ella, la pidiera en matrimonio. La boda se celebró el 26 de septiembre de 1868 coincidiendo con el inicio de aquella revolución denominada La Gloriosa y el consiguiente destronamiento de la reina Isabel II.En 1873 se termina de edificar en el Arroyo un magnífico palacio, conocido como de Puerto Hermoso, –hoy sede de la Comisaría de Policía– que su esposo había mandado construir para domicilio familiar. Cuando doña Carmen vio terminado aquel soberbio edificio quedó sobrecogida y, considerándolo como un exceso, en compensación logró de su marido que construyera un complejo asistencial con destino a los que consideraba sus hermanos más desfavorecidos. Así se levanta a sus expensas el asilo de la Hermanitas de los Pobres en el barrio del Mundo Nuevo para acoger a ancianos desvalidos y sin recursos. Aquel matrimonio fue bendecido por una numerosa prole: diez hijos, de los que cuatro no llegaron a la edad adulta. De los otros seis, una hija fue religiosa de la congregación de Las Reparadoras, a la que se le debe el bellísimo templo de la calle Chancillería levantado con el importe de su herencia. Los otros cinco hijos restantes propagaron con su descendencia el apellido Domecq en nuestra ciudad a través de cinco ramas, como fueron: Domecq Rivero, Domecq de la Riva, Soto Domecq, Domecq González y Domecq Díez.

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