Fieles Difuntos en España: entre cirios, recuerdos, sellos y un tal Don Juan
Cogido con pinzas
Recorremos la historia de esta festividad, cuya celebración tiene también especial reflejo en la filatelia de todo el mundo
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"Caminante, no hay camino; se hace camino al andar". Con esta memoria de Antonio Machado en los labios —y un ramo de flores en las manos— llegan cada año, con paso respetuoso y a veces con alguna sonrisa que disimula nostalgia, caminando entre tumbas, flores y recuerdos, con una mezcla de respeto y resignación, las filas de visitantes a los cementerios españoles en torno al 1 y 2 de noviembre. El Día de los Fieles Difuntos, celebrado el 2 de noviembre, apenas un día después de Todos los Santos, y muy cerca de ese nuevo y bullicioso vecino llamado Halloween que cada año gana adeptos, es una conmemoración religiosa destinada a orar por los fallecidos y -en el seno de la tradición católica- por las almas que se hallan en el purgatorio. Su fijación litúrgica en esta fecha se vinculó históricamente a prácticas medievales y a reformas litúrgicas que trataron de armonizar distintos días de recuerdo por los muertos.
Históricamente, la conmemoración cristiana de los difuntos tiene raíces bíblicas tardías y una evolución compleja: desde ofrendas y sacrificios (en la Antigüedad tardía y la Edad Media) hasta las procesiones, misas y rezos comunitarios que pueblan los calendarios parroquiales. La festividad de los Fieles Difuntos tiene su origen en los monasterios benedictinos de la Edad Media. Fue san Odilón de Cluny, en el siglo XI, quien estableció un día especial para rezar por las almas del purgatorio. Con el tiempo, la práctica se extendió por toda la cristiandad. Aunque el núcleo sigue siendo la oración y el recuerdo, en España, como en otras latitudes, la tradición popular ha tejido encima costumbres locales: la limpieza y renovación de lápidas y nichos antes de la llegada de las fechas grandes, visitas nocturnas en algunos pueblos castellanos, el encendido de velas, misas solemnes y la inconfundible costumbre de llenar de flores los camposantos, donde los crisantemos se erigen cada año como emblema de la fidelidad y el recuerdo.
En muchas localidades los cementerios amplían horarios y planifican actos públicos, muestra de la mezcla entre lo privado y lo cívico que caracteriza estas celebraciones. Como decía Gustavo Adolfo Bécquer, "Volverán las oscuras golondrinas…", un recordatorio poético de la repetición anual de lo que va y vuelve en la memoria.
La festividad sigue siendo, en España, un rito de reencuentro familiar y de memoria colectiva. Los cementerios se llenan de flores, los medios ofrecen cobertura y las televisiones se llenan de reportajes sobre los más bellos o los más visitados. Los ayuntamientos programan mantenimiento extraordinario, actos musicales, exposiciones de arte funerario y hasta recorridos históricos —porque un buen cementerio, como bien saben los filatélicos, es también un archivo de piedra. Algunos, como el de Montjuïc (Barcelona) o el de San Amaro (A Coruña), son auténticos museos al aire libre. En suma: una tradición con huella social y administrativa, más viva que nunca, que convoca tanto a la intimidad como a la gestión pública.
En algunos lugares, la celebración se prolonga con dulces típicos: los huesos de santo (hechos de mazapán y yema) o los buñuelos de viento, que, según la tradición, liberan un alma del purgatorio por cada uno que se come. El equilibrio entre gula y devoción nunca fue tan tentador.
Como todo en este país de intensidades, la solemnidad se mezcla con el humor: no falta quien, al limpiar la lápida familiar, suelte un «¡a ver si este año te portas bien, abuelo!» o quien se queje de los precios florales con una sonrisa amarga. Porque los españoles, incluso frente a la muerte, conservan el arte de la ironía.
Ninguna festividad española de estas fechas está tan ligada a la cultura como el Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Estrenado en 1844, este drama romántico se convirtió en la función tradicional del Día de Todos los Santos y de los Difuntos, tanto por su argumento —una historia de amor, pecado, desafío y redención más allá de la tumba— como por su ambientación espectral.
En muchos pueblos y ciudades se organizaban (y en algunos todavía se organizan) representaciones del Tenorio en la víspera del 1 o 2 de noviembre. A veces en teatros, a veces en los propios cementerios —sí, entre lápidas y cipreses, como si los difuntos quisieran aplaudir discretamente desde el más allá.
"¡Ah, los muertos del Tenorio!", suspira el aficionado teatral, recordando los ecos de aquella célebre escena en que don Juan exclama:
-¡Cuán gritan esos malditos! / Pero, ¡mal rayo me parta / si en acabando esta carta / no pagan caros sus gritos!
Zorrilla, que supo combinar lo romántico y lo moral, consiguió que su Don Juan —más arrepentido que seductor en el último acto— se convirtiera en símbolo de redención y esperanza. Por eso encaja tan bien en estas fechas: la vida, la muerte y el perdón se dan la mano, como en una misa poética.
En ese sentido, la filatelia también cumple una función cultural. La pasión por recordar se filtra también en la filatelia con sellos que hablan de los muertos. Correos de España ha emitido en diversas ocasiones sellos dedicados al arte funerario, al recuerdo histórico o a figuras literarias vinculadas a la muerte. No existe (todavía) un sello dedicado específicamente al Día de los Fieles Difuntos, pero sí al Don Juan Tenorio, emitido en 1994 para conmemorar el 150º aniversario de su estreno teatral: un grabado clásico que muestra al seductor enfrentado a su conquista.
Los sellos son, en cierto modo, epitafios y recuerdos del más allá en miniatura. Guardan memoria, transmiten historias y sobreviven al cartero que los llevó en su cartera. Por eso, coleccionistas de todo el mundo han reunido series dedicadas a las festividades de los muertos.
Correos y oficinas postales de todo el mundo han utilizado los sellos como pequeñas puertas de memoria: desde emisiones mexicanas que celebran el colorido y la iconografía del Día de los Muertos con un estallido de calaveras sonrientes y catrinas elegantes, que conjugan humor y devoción, hasta series estadounidenses modernas que reinterpretan con marigolds, velas, ofrendas y calaveras de azúcar el “Day of the Dead”. Sellos con flores, calaveras estilizadas, escenas de cementerio o motivos religiosos han servido para conmemorar estas fechas y para difundir la iconografía popular en miniatura. Japón y Filipinas han dedicado sellos al culto ancestral a los antepasados, con estética serena y espiritual. España ha representado cementerios históricos y monumentos funerarios, aunque nunca con el desenfado de sus colegas latinoamericanos
Ejemplos recientes muestran cómo la iconografía mexicana —rica en ofrendas, calaveras y papel picado— ha sido adoptada y celebrada en emisiones oficiales (hojas y series) que se convierten en piezas codiciadas por coleccionistas. También en países no hispanohablantes se han emitido sellos alusivos al recuerdo de los muertos, ya sea desde una óptica religiosa, antropológica o meramente artística.
No es raro que, en la misma franja del calendario, convivan -a veces en competencia, otras en convivencia- Halloween (31 de octubre) y las celebraciones de Todos los Santos / Fieles Difuntos. Halloween, con sus disfraces, su iconografía de brujas y calabazas, esqueletos fluorescentes y niños disfrazados de zombis gritando “¡truco o trato!” y su arraigo comercial anglosajón, ofrece un contrapunto festivo y a menudo lucrativo frente a la emoción reflexiva de los días de recuerdo, el contraste y la convergencia. En lo filatélico, Halloween ha provocado su propia iconografía: Sellos británicos con fantasmas de castillos medievales. Emisiones canadienses con gatos negros y calabazas. Series norteamericanas con brujas caricaturescas y murciélagos de cómic. Brujas y motivos de terror, que a menudo se venden como temática de temporada y resultan atractivos para un público más juvenil y para colecciones temáticas. Esta importación anglosajona -de raíces celtas y nombre comercial- ha conquistado escaparates, colegios y redes sociales españolas, para disgusto de los más puristas.
Desde la filatelia, ambas tradiciones son terreno fértil: mientras los sellos del Día de los Fieles Difuntos suelen inclinarse por lo conmemorativo y lo simbólico, los de Halloween suelen ser más lúdicos y comerciales. Sin embargo, la línea a veces se difumina: calaveras coloridas (como las del Día de los Muertos) pueden aparecer en emisiones postales estadounidenses o europeas tematizando la diversidad cultural.
El contraste con los Fieles Difuntos es casi filosófico: donde uno celebra la memoria, el otro celebra el miedo; donde uno reza, el otro ríe; donde uno lleva flores, el otro lleva caramelos. Pero ambos, al fin y al cabo, nos recuerdan lo mismo: que la muerte, cuando se la mira de frente —ya sea con respeto o con humor—, nos une a todos los vivos.
Y quizá Don Juan Tenorio lo resumió mejor que nadie cuando, enfrentado a su destino, reconoce:
-¡Ah! Yo fui piedra y perdí mi centro….
Una confesión que vale tanto para el pecador arrepentido como para el filatelista que, tras hojear su álbum de sellos sobre la muerte, descubre que también la memoria se puede conservar en papel. Estas piezas no son solo atractivas por su diseño, sino que documentan cómo el correo -esa institución que conecta vidas- también celebra y preserva la memoria colectiva en miniatura.
Para terminar, si la muerte es tema inevitable, la filatelia nos ofrece una ventaja singular: eternizar en papel y goma adhesiva una imagen, una tradición, un verso. Como apuntó Shakespeare, «To be, or not to be: that is the question» y en los sellos, al menos, podemos elegir qué recordar. Porque cada sello enviado o coleccionado es, en el fondo, una carta de amor a la memoria.
Así, entre cirios y sobres, el Día de los Fieles Difuntos sigue siendo en España un canto al recuerdo y a la belleza de lo transitorio. Las flores se marchitarán, las velas se apagarán, pero los sellos —esas pequeñas obras de arte que viajan de mano en mano— seguirán contando historias de almas, de amores y de ausencias.
Porque, como escribió Quevedo:
-Vivir es caminar breve jornada, / y muerte es el descanso de la vida.
Y, añadimos con una sonrisa: en la filatelia, incluso la muerte lleva franqueo pagado.
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