El inspector Castilla y el robo en la Biblioteca (y III)

Lectores sin remedio

El inspector Castilla y el robo en la Biblioteca (y  III)
El inspector Castilla y el robo en la Biblioteca (y III)
Ramón Clavijo/ José López

15 de marzo 2024 - 06:00

Jerez/Los días fueron pasando sin avances en la investigación sobre el supuesto robo en la Biblioteca, por lo que el comisario Eliseo Soriano empezó a presionar a Castilla para que se cerrara aquel caso a la vez que le iba encomendando nuevas tareas. Pero aquella habitación de la Biblioteca Municipal donde se custodiaban libros requisados se convirtió en una pequeña obsesión para el inspector.

El último traslado de libros requisados se había realizado el día anterior al supuesto robo (¿¡otra casualidad!?). Pero de aquellos movimientos había siempre constancia documental. En el caso del último se había repasado minuciosamente el documento original de los libros requisados en una biblioteca privada de la calle Larga, documento que quedó en poder del propietario; y una copia del mismo fue archivada en el Negociado Municipal responsable de las requisas. El cotejo confirmó que los libros requisados permanecían en el depósito de la Biblioteca. Fue esta información la que llevó al comisario Soriano a cerrar el caso y rebajarlo a intento de robo con daños menores en propiedad municipal, esto último por la manipulación forzada de la cerradura de la puerta principal de la Biblioteca.

A partir de ese momento se desentendió de aquello no sin soltar aquella frase lapidaria a Castilla: “Hay asuntos más importantes ahí afuera, inspector, para que sigamos perdiendo el tiempo en este”, para terminar con su ya acostumbrado cierre: “¡carpetazo!”. Pero en la cabeza de Castilla había aparecido ese martillo que solía machacarlo cuando notaba que algo se le escapaba. Fue días después, y aunque el incidente de la Biblioteca iba pasando a un lugar secundario en el quehacer diario de Castilla, cuando le dio por revisar de nuevo los documentos. En el informe figuraba que el original y la copia, en los que se consignaban los libros requisados, eran iguales; sin embargo, los dos documentos procedían del que se había escrito a mano en el momento de la requisa. Y en este, para sorpresa del propio inspector, que tenía sobre su mesa los tres documentos, estaba burdamente tachado un libro que se correspondía con el número 43 de los requisados. Al tacharse, el mecanógrafo lo había suprimido de los dos documentos oficiales. La tachadura era tan tosca y descuidada que Castilla pudo leer sin mucha dificultad Antoine Latour, Études sur L’Espagne, París, 1855. Pero lo más sorprendente es que el libro en cuestión, a pesar de no constar en la documentación oficial, estaba en los fondos requisados de la Biblioteca.

¿Cómo era posible eso? ¿Y cómo era posible que el propietario de aquellos libros no se hubiera dado cuenta de que se habían llevado aquel ejemplar valioso y, sin embargo, no figuraba en la lista de requisados que le habían entregado? Manuel Esteve fue el encargado de aclararle a Castilla estas dudas. No era la primera vez que “se distraía algún libro” entre tanta documentación, y el dueño, en los tiempos que corrían, daba por buena la requisa de unos, a cambio de que dejaran pasar por alto la ideología de otros...

Pocas horas después en el despacho del comisario Eliseo Soriano, Castilla le explicaba a su superior, que hojeaba el informe que le acababa de entregar, los pormenores del caso que creía resuelto. “Pues sí, comisario -insistía Castilla-, aquella luz fundida en el depósito de libros requisados y a la que no dimos importancia en la primera inspección tras el incidente, es la clave.” Soriano escuchaba con curiosidad las argumentaciones de su subordinado. “Usted ya conoce la rumorología que hay sobre algunos asesores de ese negociado de requisas de libros prohibidos, sobre los que comentan que sus bibliotecas crecen al mismo tiempo que menguan las de los demás.

Pues bien, aquel libro de 1855 que se requisó el día previo al incidente de la biblioteca parecería confirmar ese rumor popular. Alguien relacionado sin duda con ese Negociado Municipal tenía en el punto de mira aquella biblioteca privada que ese día inspeccionaron. El mismo propietario de aquella me indicó en la visita que le realizamos, que en la inspección de requisa de su biblioteca parecían saber lo que buscaban, y aunque se llevaron algunos folletos y libros de escaso interés todo le pareció un ardid para hurgar en su biblioteca familiar en busca de libros de cierto valor, y de la que sustrajeron aquel de Latour.” “Bueno, Castilla -interrumpió el comisario-. Aquí lo que tenemos es una disparidad de criterios sobre si ese libro tan valioso en particular debía ser requisado o no, cosa que no nos compete, pues el libro se depositó en la Biblioteca y allí sigue custodiado, ¿no es así? “Sí, comisario. Pero ahora queda claro que alguien de ese negociado de requisas estaba muy interesado en el libro en cuestión, sin duda por su valor, y según Manuel Esteve, el Director, no es descabellado sospechar que el trabajito de “requisar lo requisado” o, mejor dicho, de “robar lo robado”, se lo encargara a algún ladronzuelo de poca monta, bajo pago de una cantidad irrisoria respecto al valor del libro. El individuo sólo tenía que forzar la puerta de entrada al edificio, pues ya estaría bien aleccionado de los pasos a seguir dentro de este. Pero no contaba con la dichosa bombilla fundida.

El escaso tiempo de que disponía y seguramente los nervios de no poder localizar el libro, terminaron por hacerle fracasar en su intento de robo. Tal sería el disgusto que hasta dejó la puerta de entrada entreabierta.” “Mis felicitaciones, inspector. Sin embargo, como usted ya habrá intuido, poco podremos hacer una vez resuelto este asunto. El libro objeto de deseo está donde debe estar: en el depósito de requisas. Por lo que no merece la pena echarle el guante al nervioso ladrón, que no consiguió lo que se proponía. Y, por último, ir por ahí haciendo preguntas molestas, ya me entiende, a los miembros del negociado de requisas, sólo nos traería más problemas y complicaciones. Por lo tanto, querido inspector, ¡carpetazo!”. Castilla se levantó del sillón y antes de franquear la puerta del despacho, se volvió al comisario: “No, comisario. El libro no está donde debe estar, a menos que procedamos a devolverlo a su legítimo propietario; pero, como usted dijo antes, lamentablemente esto ya no nos compete”. (Nota: Latour, Antoine, Études sur L’Espagne, aún se conserva en la colección patrimonial de la Biblioteca Municipal de Jerez de la Frontera).

Nota: En las anteriores entregas de este relato la mención a la plaza Peones debe sustituirse por plaza de Silos.

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