... y Manuel Alejandro cantó al jerez en vendimia
El 'escribidor de canciones' dejó una Cátedra del Vino para el recuerdo en la que recitó varias de sus canciones maridándolas con el vino de Jerez
Manuel Alejandro sienta Cátedra con el vino de Jerez
Manuel Alejandro encandiló con su ‘Canto al Jerez en Vendimia’ en la Cátedra del Vino organizada por el Consejo Regulador en el marco de las Fiestas de la Vendimia. César Saldaña, presidente del Consejo Regulador, abrió en la bodega San Ginés -desveló que era la primera vez que un músico y un piano ostentaban la Cátedra-, Carmen Aumesquet, directora de Promoción del Consejo Regulador, presentó al ‘escribidor de canciones’ y María José García-Pelayo, alcaldesa de Jerez, abrochó y cerró el acto. Manuel Alejandro maridó sus experiencias con el jerez con varias de sus canciones, no pudo cantar al piano y se mostró tan emocionado como el público asistente, que le dedicó numerosos aplausos, el del 'fin de fiesta' por bulerías.
Tras la presentación -completa y atinada- de Carmen Aumesquet, Manuel Alejandro se presentó ante los asistentes haciendo gala de su buen humor: "Esto es lo que queda de mí. No queda más, no queda más. Uno se acostumbra a todo. Carmen parece que ha leído mis palabras. Yo creo que ya está dicho todo, vámonos", levantando las risas del público.
Y se sentó al piano y entonó su ponencia, reproducida a continuación:
Yo podría estar, además de tranquilo en casa, tomando una copita tranquilo, pero me meto en estos berenjenales... Además, mi fractura de este brazo, que no lo muevo, pero que eso me ha quitado totalmente (del piano), toco el piano a medias. Y ahora ya, con este sexto mes de los 93 que estoy viviendo, ya la torpeza es grande y se me van las cosas de la cabeza. Y mira que tengo buena cabeza, pero se me van, se me van.
Yo he escrito unas palabras, estoy encantado de estar aquí, y vamos a ver... (dirigiéndose al público) Hablen, hablen, hablen, el silencio me asusta. Vamos a ver, muchas caras conocidas, muchos amigos de siempre, me encanta estar aquí. Pero me gustaría que estuviéramos todos aquí pero con la copa en la mano ya, las distancias me asustan. Bueno, voy a empezar a leer estas palabras para terminar pronto.
Cuando supe de la invitación que me hacía esta Cátedra para glosar sobre nuestros vinos en estas Fiestas de la Vendimia..., (se dirige al público) ya dije que los que están allí tienen el favor que no me ven la cara, pues pónganse por aquí... (y continúa). Cuando me pidieron venir en esta Fiesta de la Vendimia, pensé en la ingratitud, en la infidelidad en la que había vivido. Había aprovechado hasta el abuso de él y no me había interesado ni por su edad. Copa tras copa y no preguntarle tan siquiera por el nombre de la madre, tan importante en el vino además. Qué desagradecido. ¿Qué hago? Me pregunté. ¿De qué hablo? ¿De qué hablo? Recordé que mi gran amigo Pepe Estévez, a cuya memoria dedico estas palabras, recordé que me había hablado de andanas, de crianzas y soleras, pero poco más. Pero viviendo en la época en que vivimos, no me podía olvidar de la panacea ideal actual, la inteligencia artificial.
Y como ladronzuelo a escondidas, escribí en mi móvil, incluso afinando al fin, sobre el vino de Jerez y la canción. O sea, poco. Y no corto ni perezoso, ni pensárselo, me contestó en el acto: 'Desde tiempos remotos, el vino ha acompañado al ser humano en sus rituales, sus celebraciones y también en sus penas. Las primeras huellas del vino nos trasladan al Cáucaso, a Mesopotamia, a Egipto, donde la vid empezó a cultivarse hace más de 8.000 años. Pero curiosamente, el vino ha perdurado por su misterio, su espiritualidad y la cultura que ha ido impregnando en cada copa a lo largo de los siglos'.
Luego venían frases y pensamientos verdaderamente sentidos, pellizcos dirigidos al corazón, que incluso me costaba trabajo pensar que aquello se había escrito mecánicamente, que todo tenía un tufillo a estadística, vamos, que la podía vivir o sentir cualquier persona en cualquier momento. Me sentí verdaderamente avergonzado, despertó mi orgullo, que lo tengo, y me dije, '¿Cómo tú, acostumbrado a ahondar por los sótanos de los sentimientos hasta provocar el suspiro, vas a terminar en los brazos de una máquina? Desperté y, burlándome de ella, comencé mi pobre, pero humano e intransferible cuento.
Le he titulado 'Canto al Jerez en Vendimia', pero en realidad debía haber titulado, emulando a Marcel Proust, 'En busca del vino perdido', pues me voy a referir a aquel vino que fui descubriendo en mi niñez y, aun ya sabiendo que existía, no lo caté por falta de solera en mi vida. Era yo el que no tenía los años precisos. ¿Quién me iba a decir de jovencito que un día le iba a cantar y desde una tribuna, como la de esta Cátedra, al contenido de aquellas botellas que incesantemente salían en las manos de hombres y mujeres del barrio, del gran portalón de la pequeña bodega de Cala, allí, frente a nuestro cierro que daba al Angostillo de Santiago? Y entre ellos, mi padre, que iba con su botella como cántaro que se llevara a la fuente.
Los más pequeños de mis hermanos, José María, Luis y yo, soñábamos por acompañarlo, pues para nosotros era un espectáculo ver el salir el vino como manantial inagotable de aquella bota donde se leía Fino Angelita, que pensábamos que así se llamaría por nuestra hermana del mismo nombre, tan especial para nosotros y tan querida. A los que nos tocaba quedarnos en la casa, seguíamos esperando y observando desde aquel cierro hasta verlo salir de la bodeguita con la botella erguida como señal que acunaba al nuevo vino. Y felices y alborotados íbamos a abrirles el portón principal de la casa.
Serían siempre como las dos de la tarde. Y en su estudio y su piano, mi madre, siempre solícita, le adornaba aquella botella de medio tapón sin etiqueta alguna de tanto lavarla con un poco de queso, unas aceitunas y unos picos. Y hasta que nos echaban seguíamos merodeando queriendo alcanzar algún pico, alguna aceituna o algún buche de aquel vino. Por lo que le duraba el contenido de la botella no debía de tomarse más de dos copas por día, descansando incluso los sábados y domingos, pues la visita a la bodega de Cala era una vez por semana. Nada que ver con lo que se contaba de don Manuel González Gordon, que recomendaba tomar a las 12 una de oloroso y a la una 12 de fino.
Don Germán era mucho más recatado y comedido. La calle Muro, a la espalda de nuestra casa, paralela a la calle La Merced, también me iba ilustrando cada día sobre el vino y me hacía ver que no era un juego de niños, que era algo muy serio, pues por allí pasaba frecuentemente nada menos que un tren. Ustedes no saben lo que era un tren en el año 46.
Eso lo habíamos visto alguna vez de reojo en las películas del Oeste y nada más, protagonista de las películas del Oeste, con sendos vagones cargados hasta arriba de botas, que nos decían iban desde la bodega a la estación de ferrocarril y de aquí al Trocadero en Puerto Real, desde donde zarpaban a medio mundo. Lo que nos hacía deducir que nuestro vino era algo pero mucho más valioso y primordial y que el beberlo sería una auténtica delicia, lo que hacía aumentar nuestro deseo de ser mayores para degustarlo. Entonces todavía en aquella época, en casi todos los aspectos, el joven quería ser mayor. Hoy es el mayor el que sueña con ser joven. Misión imposible.
Justamente al pasar ese tren por la calle Muro, y por hacer una incipiente cuesta arriba, a la Maquinilla (como se denominaba el tren) le faltaba fuerza y le patinaban sus enormes ruedas por los rieles al arrastrar más vagones repletos de botas del que podía, lo que lo obligaba a desenganchar algún vagón que quedaría por horas frente a nuestros cierros y que casi alcanzábamos con nuestras manos. Hasta que el inconfundible silbato a vapor nos anunciaba la recogida de aquel o aquellos vagones que veíamos con expectación máxima al chocar en las defensas de la Maquinilla y el vagón que acababa con el sonido festivo de su encadenamiento.
En aquella habitación, que era el dormitorio de cinco varones, que daba el olor a vino y a chamusquina, que en la noche nos hacía soñar con peleas de cuatreros tan de moda en aquellos tiempos por esas películas del Oeste y murmullos de tabancos de esos que nos llegaban de muy cercano, de la avenida de Los Ángeles. Todavía no estaba construida la residencia de militares que había o hay allí. Se veía la muralla y se veía el tabanco que había en la esquina desde los cierros, el tabanco que había en la avenida de Los Ángeles.
Y seguía ilustrándome sobre el vino. 'Papá, ¿qué está bebiendo el cura?', contaba mi padre que le pregunté el primer día que me llevó a la misa dominical de once de nuestra parroquia. Y al salir, con su profunda fe, y las más sencillas de las palabras, como un cuento de hadas, me dejó bien claro el misterio de la Eucaristía, la transustanciación. Esa palabra hay que decirla antes de tomarse una copa. Me ha salido por eso. Lo que me llevó a pensar que el vino era algo aún mucho más serio, algo muy especial en todos los órdenes. ¿Y qué era? En realidad, lo que al tomarlo llevaba a mi padre a componer tanta marcha de Semana Santa y bella música sacra, al estar impregnado de la sangre de Cristo. No había duda.
Cuando llegué a ser mayor y tener mi casa y mi estudio, al principio no vi justificado ni me sentí merecedor de que mi mujer, Pura, me pusiera también junto al piano la botella de fino, el queso, las aceitunas y los picos que le ponían a mi padre, pues no iba a cantarle a Dios sino al amor, hasta que caí en la cuenta que si Dios es amor, el amor es Dios. Algo no material, algo también divino. Y entonces, sí, me comencé a sentir merecedor de aquel néctar de la vida y del queso y de las aceitunas y los picos. Y hasta merecedor de aquella una a las doce y de aquellas doce a la una.
Mientras que al amor le cantaba con estas palabras. Y ahora, como estoy así vivo y de alguna manera nervioso, a lo mejor tocar el piano no me va, pero si veo que no me va, recito... que en realidad es lo que voy a hacer, porque yo no voy a cantar. Sí, estoy verdaderamente nervioso. Y entre que toco mal el brazo, los dedos, la artritis, etc., etc., voy a decir esta letra para que no se pierda ni palabra. (recita Como yo te amo)
Como yo te amo, como yo te amo
convéncete, convéncete. Nadie te amará
Yo te amo con la fuerza de los mares
Yo te amo con el ímpetu del viento
Yo te amo en la distancia y en el tiempo.
Yo te amo con mi alma y con mi carne
Yo te amo como el niño a su mañana
Yo te amo como el hombre a sus recuerdos
Yo te amo a puro grito y en silencio
Yo te amo de una forma sobrehumana
Yo te amo en la alegría y en el llanto
Yo te amo en el peligro y en la calma
Yo te amo cuando gritas, cuando callas
Yo te amo tanto, tanto, tanto
Yo te amo tanto, tanto, tanto...
Ya de Secundaria, un día de estudiante en el instituto, donde estaba la Alameda Cristina, nos llevó don José Cádiz Salvatierra a la bodega de La Concha por ser obra del ingeniero francés Eiffel, nada menos. Constructor de la torre que lleva su nombre en París o de la estructura metálica de la Estatua de la Libertad en Nueva York. Aquel valioso y bello cáliz de aquella bodega, con aquella media luna de botas conteniendo las delicias de González Byass me confirmaba definitivamente la divinidad del vino. Y ese mismo año, con 14 años, sin beberlo, y solo adorándolo y respetándolo, le dediqué mi primera obra musical que compuse en mi vida al vino de Jerez y a su primera Fiesta de la Vendimia, año 1948. La titulé Vendimia jerezana y dirigí la Banda Municipal en el foso del Teatro Villamarta y todo avergonzado por hacerlo con pantalones cortos y enseñando mis largas piernas de cigüeña.
Serafín Rodríguez de Molina, entonces periodista del Ayer, me hizo una entrevista que fue también mi primer contacto con la prensa. Hace un par de años, a la bella melodía del vino oficial de Jerez que mi padre escribiera con letras de Julián Pemartín, le añadía yo, ya con conocimiento de causa y ya imbuido hasta las trancas de Jerez y del jerez, unas palabras para que ese mismo himno fuera un canto también a la pisa de la uva que da inicio a nuestra fiesta de la Vendimia.
Por los pagos cercanos vendimian
los lagares se inundan de olor
surge el mosto y al son de la pisa
el Jerez brota por bulerías
que le cantan flamencos al sol
Cartujanos altivos relinchan
que a la grupa se mece una flor
y al galope por las albarizas,
bella y bestia se mueren de amor
El pasado nos grita en la noche
que el Alcázar y el viejo Arenal
son testigos de gestas y honores
de un rey sabio que amó la ciudad
Campanarios otean tesoros,
puro arte y rincones sin par
y a dos niños jugando a los toros
y cantando y bailando a compás.
Nunca, muy rara vez, escribí una canción con la copa en la mano, en el piano o junto al piano, o a la vera del cuaderno donde escribía. Pues las veces que lo hice, iba la copa por delante, mucho más ligera que la pluma, la botella iba por la mitad y la canción estancada apenas se hallaba en el primer verso o en los primeros compases. Descubrí muy pronto que eso que llamamos inspiración, que tiene mucho de constancia en el trabajo y, por supuesto, en la esencia que conforma tu espíritu, nos llega, sobre todo, cuando estamos cargados de ilusiones, de deseos, de futuro y más cuando están cerca de realizarse esos deseos, esos sueños, ese futuro que nos parecía imposible de alcanzar.
Antes de una cita, antes de ese divino beso primero, antes de llegar absolutamente a todo, en caso de no tener un sueño, un futuro, un amor que llevarlo a los labios, tendría que buscar algo que me moviera, una eficacia, un incentivo, un estímulo, un premio, la golosina que le dan a los niños o el sabe Dios qué que le dan a los animales cuando pasan por los aros en llama en los circos. Y así lo hice, el fuego que abrazaba mi corazón después de sentir que el amor acaba, que el amor se rompe o que jamás dura una flor de los primaveras, lo apagaba con una copa de jerez, de mi jerez. Pero ¿qué jerez? Pues como cada canción tiene su ritmo, su armonía, su melodía y su tiempo, cada jerez tiene su aroma, que es la armonía, su sabor, que es la melodía, o su color, que es su ritmo, su tiempo. Y el brandy, entre todos, es la canción más apasionada y desesperada que podrían ser estas canciones mías, que las voy a decir.
Y las voy a repetir, había anotado solamente una, pero ahora que veo a nuestra alcaldesa, María José, me acuerdo que un día en los Rotary aquí en Jerez, yo he estado delante del público; esto no es público (refiriéndose a los asistentes), esto es mi gente, no tiene nada que ver, pero de todas maneras hay mucha gente. He estado cinco veces en mi vida, seis veces, no más (en el escenario). Y alguna vez en la televisión, en la entrevista. Por eso no me siento totalmente pausado porque no sé hacerlo. Aquel día estrené diciendo, contando, yo cuento mis canciones; le contaba a María José aquel día, que estaba en el público, que en los momentos malos de mi matrimonio, llegamos a enfadarnos totalmente y prácticamente a separarnos. Estábamos preparando los papeles para el divorcio, tan de moda hoy. Pero la falta de dinero, como siempre, no entonces, como siempre, nos hacía vivir en el mismo apartamento. Y un día, a las dos o tres semanas, la veo que se vestía, que se estaba vistiendo, que se estaba acicalando mucho, la veía que se había puesto un pañuelo en la cabeza. Y me mosqueó y me entró ese celito, la cosita, ¿no? Me entró y me fui para ella y le dije (recita Anda y ve)
Anda y ve, te está esperando,
anda y ve, no lo hagas por mí,
que al fin y al cabo somos como amigos.
Anda y ve, te veo nerviosa, anda y ve,
y que sientas con él
lo que en su día tú sentías conmigo
Pero lo dudo
conmigo te sentías en el aire
volabas en caballo blanco el mundo
y aquellas cosas no podrán volver
Y es que lo dudo
porque hasta veces me llorabas con un beso
un beso de alegría y no de miedo
y dudo que te pase igual con él.
Anda, vete, me quedé, comprendí que la había perdido, se cerró la puerta, pero al rato, dos minutos, entró por la puerta. (recita Voy a llenarte toda)
Amor, amor, aflójate el pañuelo
que llevas en el pelo
desliza ese vestido
que vas a llevarte
descálzate y camina
sin miedo hasta mis brazos,
que voy a amarte tanto
que vas a ser feliz
Desprende con malicia
tu pelo aprisionado
despójate deprisa
de todo lo demás
deja correr mis manos
por donde te estremece
quiero por fin tenerte
y hacerte mía ya.
Voy a llenarte toda, toda,
lentamente y poco a poco con mis besos
voy a llenarte toda, toda
y a cubrir solo de amor todo tu cuerpo
Voy a amarte sin fin
sin razón ni medida
que solo para amarte
necesito la vida.
Gracias, gracias. Eso me lo quería estropear el piano, ¿sabes? Pero ya cuando no estoy seguro no me dejo, ya hay confianza. Pues esa copa, después de escribir esas canciones, no hay que tomarse una, hay que tomarse seis o siete. Y además que es el oloroso viejo, ese que pincha, que te despierta, ese olor a madera, a roble, a avellana, ¿sabes? Bueno, se me está haciendo la boca agua... O como después de confesar que soy yo el que cada noche te persigue, para quererte, para adorarte, hay que brindar con la calidad y la alegría del fino o la manzanilla. (Recita Yo soy aquel)
Yo soy aquel que cada noche te persigue
yo soy aquel que cada noche te persigue
yo soy aquel que por quererte ya no vive
el que te espera, el que te sueña
el que quisiera ser dueño de tu amor
yo soy aquel que por tenerte da la vida
yo soy aquel que estando lejos no te olvida
el que te espera, el que te sueña,
aquel que reza cada noche por tu amor.
El fino en rama, de sabor inequívoco, amargo, firme y sin titubeos, enjugará la garganta, que grita y exige la verdad en el amor. Y aquí cambio, esto lo hacía Rocío Jurado confirmando; yo, como soy hombre, pues lo digo preguntando... (recita Lo siento mi amor)
¿Hace tiempo que no sientes nada al hacerlo conmigo? ¡Ojo, eh, ojo!
¿Que tu cuerpo no tiembla de ganas al verme encendido
que mi cara, mi pecho y mis manos te son como escarcha
que mis besos que ayer te excitaban no te dicen nada?
es que existe otro amor que lo tienes callado, callado
escondido y vibrando en tu alma queriendo gritar
ya no puedes callarlo, no debes callarlo, no debes
es preferible decirlo y gritarlo
a seguirme fingiendo
lo siento mi amor, lo siento.
Cuando se está queriendo con locura, desbordadamente, la pasión medida del amontillado nos sujetará las alas para no volar por encima de las aves más veloces. Esta canción casi me atrevo a tocarla pero no sé, vamos a ver... (Recita Te estoy queriendo tanto)
Te estoy queriendo tanto que
te estoy acostumbrando mal
te estoy queriendo tanto que
no puedo ya quererte más
¿Qué pasará ese día que
no sienta como siento hoy?
¿Qué pasará ese día que
ya no te dé lo que hoy te doy?
Te estoy queriendo tanto que
ya no te doy lo que hoy te doy
ya nunca pienso más en mí
te estoy queriendo tanto que
soy muy feliz y estás feliz
los días y las noches son
para quererte más y más
te estoy queriendo tanto que
te estoy acostumbrando mal
es que el amor no puede estar
por siempre a nuestro lado
es que el amor puede
cambiar su rumbo por encanto
es que el amor es algo que
viene y se va como las golondrinas
y hay que darle de beber
en cada esquina,
amor, en cada esquina.
Y cuando el dolor ha sido desmedido y ha desgarrado nuestras entrañas, sólo un viejo oloroso con su intenso sabor a roble y avellana puede calmarlo y sembrar pétalos de rosas sobre las heridas. (recita Procuro olvidarte)
Procuro olvidarte
siguiendo la ruta de un pájaro herido
procuro alejarme
de aquellos lugares donde nos quisimos
me enredo en amores
sin ganas ni fuerzas por ver si te olvido
llega la noche
y de nuevo comprendo que te necesito
procuro olvidarte
haciendo en el día mil cosas distintas
procuro olvidarte
pisando y contando las hojas caídas
me enredo en amores
sin ganas ni fuerzas por ver si te olvido
y llega la noche
y de nuevo comprendo que te necesito
lo que haría
porque estuvieras tú
porque siguieras tú conmigo
lo que haría
por no sentirme así
por no vivir así, perdido.
Gracias a la Inteligencia Artificial que me hizo escarbar en mis recuerdos más remotos y me hizo volver a vivir tanta vida olvidada. Gracias a vosotros, amigos, por vuestra maravillosa y acogedora atención. Y voy a terminar con la última canción que le dediqué a mi mujer aún en vida. Ya le había dicho que la amaba con la fuerza de los mares pero no desde cuándo, y en una canción que le escribí a mi ahijado Alejandro Sanz se lo dije bien claro.
Pero es que además, al pensar en esa canción, me ha integrado saber si lo mismo que mi esencia amaba a la esencia de mi mujer desde el principio de los tiempos, la esencia de ese fruto, de la albariza, amaba también antes de la luz, a la esencia de la semilla de nuestra uva. Podría ser, ¿no? (recita Y ya te quería pero cambiando algún verso por Y ya te bebía).
Faenaba Dios, no descansaba,
creando estaba el primer día
la nada por nacer estaba
ni amanecer, ni noche había,
y ya te quería
y ya te quería
y ya te quería
o y ya te bebía
Y ya te bebía
Y ya te bebía
Al río le faltaba el agua,
al mar el agua y las orillas,
el sol apenas calentaba,
las aves ni volar sabían,
y ya te quería,
y ya te bebía
y ya te quería.
Y ya te quería,
te soñaba,
te sabía,
te buscaba,
te adoraba,
y por tu amor ya me moría,
y ya te llamaba
sin palabras, que no había
y ya te quería,
y ya te quería.
Las reglas del amor faltaban,
ni un beso en una boca ardía,
apenas la canción del agua,
la música y el son dormían,
y ya te quería,
y ya te quería,
y ya te quería.
Muchas gracias.
(Aplausos, muchos aplausos y palmas por bulerías).
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