El pintor Luis Sevil y el vino de Jerez
El Rebusco
La conexión alemana del sherry
Su padre y cuñado eran comerciantes alemanes
¿Por qué en una de las galerías de las bodegas de González Byass cuelgan los retratos de Manuel María González, su familia y sus socios ingleses pintados por Luis Sevil?Esa es la pregunta que motiva este nuevo Rebusco, un ejercicio de memoria que nos invita a mirar más allá del lienzo para descubrir las razones que llevaron al fundador de la emblemática firma jerezana a encargar al artista afincado en Jerez esta serie de retratos.
Luis Sevil, plasmó en sus cuadros no solo los rostros de Manuel María González Ángel (1812–1887), de algunos de sus familiares y de sus socios británicos, sino también una parte esencial del espíritu de una época en la que el jerez se consolidaba como un símbolo de prestigio internacional.
En esta historia se entrecruzan nombres y destinos de comerciantes y artistas. Dos figuras alemanas emergen en el trasfondo: hombres de negocios unidos por lazos familiares e intereses comunes en la pujante industria vitivinícola de la zona Pese a que Alemania fue uno de los tres grandes mercados del jerez durante el siglo XIX, poco o nada se conoce de la relación entre aquellos pioneros centroeuropeos y las bodegas jerezanas.
El hilo de esta investigación nos conduce, además, a episodios posteriores, como las ediciones de la Fiesta de la Vendimia de 1969 y 1985 dedicadas a Alemania y Berlín, testimonio de una relación comercial que desgraciadamente no ha resistido el paso del tiempo.
Para la elaboración de este Rebusco, ha sido especialmente valiosa la colaboración del investigador belga Johan Rens, quien ha aportado información clave sobre Mauricio Sevil y Gustav Adolf Schleh.
Mauricio Sevil Nauen
En pleno siglo XIX, cuando Jerez de la Frontera vivía una época de esplendor vinatero, un nombre extranjero comenzaba a hacerse familiar en la ciudad: Mauricio Sevil Nauen, un emprendedor de origen alemán que contribuyó decisivamente a la modernización de la destilación en el Marco del Jerez.
Nacido en Berlín hacia 1792, Sevil llegó muy joven a Sevilla, donde contrajo matrimonio en 1815 con Francisca López Cruz. Pronto se interesó por los negocios vinateros, lo que le llevó a estrechar lazos con la vecina Jerez y con uno de sus más destacados hombres de empresa, Manuel María González Ángel, fundador de González Byass. Ambos mantuvieron una fructífera sociedad durante varios años, dedicada a la destilación de alcohol mediante un innovador sistema de vapor, toda una novedad tecnológica en la época, llegando a soliciitar en 1845 una Real Cédula de Privilegio para la introducción de un nuevo procedimiento de destilación de aguardietes y Espíritu de vino.
El impulso del sector vinícola jerezano convenció a Sevil de trasladar su residencia de Sevila a Cádiz en 1829, y de esta ciudad a Jerez unos años más tarde,
En Jerez se estableció en la calle San José nº 1, donde montó una fábrica de aguardientes, arropes y vinos dulces en los números 3 y 5 de la misma vía. Su nombre comenzó pronto a ser reconocido: sus productos obtuvieron premios en los certámenes celebrados en Madrid en 1846 y 1847, e incluso llegó a destilar un singular licor de higo chumbo, reflejo de su espíritu innovador.
El historiador Enrique Montañés, en su obra La empresa exportadora del jerez. Historia económica de González Byass, 1835-1885 (2000), destaca el papel clave de Mauricio Sevil en los inicios de la firma González Byass. Según Montañés, Manuel María González contó con la ayuda leal de dos experimentados comerciantes de vinos: Francisco Agüera y el propio Sevil, quienes no solo le brindaron sus consejos, sino también una financiación constante, llegando Sevil a conceder préstamos sin interés alguno, un gesto que revela la confianza y el compromiso que unían a ambos empresarios.
El nombre de Mauricio Sevil aparece también recogido en el Boletín Oficial del Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas de 1848, donde se menciona el reconocimiento otorgado por la Sociedad Matritense. En la crónica se lee:
“A D. Mauricio Sevil, vecino de Jerez de la Frontera, dueño de la fábrica de aguardientes de San José de dicha ciudad, le correspondía también la medalla de plata, por la muestra de aguardiente con el lema ‘Espíritu de vino de 36 grados’, que, según certificación del Ayuntamiento, procede de vino; está elaborado en el alambique de Derosne, perfeccionado por el mismo Sevil y sacado al vapor sin contacto directo del fuego, para lo cual goza de un privilegio exclusivo.”
El alambique de Louis-Charles Derosne (1780-1846), químico e inventor francés, representaba la vanguardia tecnológica de la destilación industrial. El hecho de que Sevil lo mejorara y obtuviera un privilegio exclusivo para su uso da cuenta del alcance de su ingenio.
Hoy, el nombre de Mauricio Sevil Nauen puede haber quedado en la penumbra de los archivos, pero su legado forma parte de esa apasionante historia de hombres visionarios que, llegados de tierras lejanas, ayudaron a hacer del vino y los aguardientes de Jerez un símbolo de modernidad y excelencia.
Se desconoce la fecha y el lugar de su fallecimiento.
Gustav Adolf Schleh
Por su parte, el también alemán Gustav Adolf Schlesinger y Jülich, paisano y yerno de Mauricio Sevil, nació en Berlín en 1827.
Aunque de orígen judío — su padre se había convertido al protestantismo en 1817 -- adoptó el apellido abreviado Schleh a partir de 1851.
Estaba casado con Amalia Sevil López (Cádiz, 1829 – Madrid, 1911), hija de Mauricio Sevil Nauen.
Schleh fue propietario de 'La Ceres', la fábrica de vidrios local más antigua de la que se tiene noticia en la comarca, activa entre 1852 y 1855. El depósito de sus productos se encontraba en la calle Cielos nº 90, en El Puerto de Santa María.
Según los archivos de la Fundación González Byass, esta fábrica llegó a suministrar botellas a la sociedad formada por González y Dubosc, una de las más relevantes del sector vinatero jerezano de mediados del siglo XIX.
Sobre este interesante vínculo industrial remiten los historiadores María de los Santos García y Gregorio Escalada en su artículo “De Marsella a El Puerto de Santa María. Las tres vidas del daguerrotipista Pedro Sardin (1812–1880)”, publicado en el número 65 de la Revista de Historia de El Puerto.
Gustav Adolf Schleh falleció en El Puerto de Santa María el 29 de junio de 1854.
Años más tarde, su nombre volvería a aparecer en la prensa berlinesa. Mi colega Johan Rens ha localizado un curioso anuncio publicado el 18 de junio de 1876 en la revista satírica Beiblatt zum Kladderadatsch, donde su padre, del mismo nombre, y su hermano Paul ofrecían:
- Verdadero vino español de Jerez.
- Despacho y almacén en Leipzigerstrasse, 29.
- Gustav Adolf Schleh hijo, Pual Schleh.
Un testimonio singular que revela la continuidad de los vínculos familiares y comerciales entre Alemania y el Marco de Jerez en la segunda mitad del siglo XIX.
Luis Sevil
Conocer la trayectoria vital y artística de Luis Sevil exige acercarse a los trabajos del investigador Juan Rodríguez Pardo, principal especialista en la pintura jerezana del siglo XIX. Sus estudios —tanto la introducción al catálogo de la exposición homenaje celebrada en Jerez en 1996, como los artículos publicados en Diario de Jerez— ofrecen las claves para entender la figura de este artista que dejó una huella profunda en la memoria pictórica de la ciudad.
Luis Sevil López nació en Sevilla el 4 de febrero de 1817, hijo del berlinés Mauricio Sevil Nauen, vinculado a los negocios vinateros, y de Francisca López Cruz, natural de Sevilla. El padre, atraído por el auge de la industria del vino, se trasladó con su familia a Jerez de la Frontera, donde el joven Luis acabaría por desarrollar la mayor parte de su carrera.
Hay constancia del viaje que realizó a Berlín a mediados de los años `30 para formarse como pintor, aojándose en casa de la familia Schleh.
A los 22 años, Sevil se estableció en Cádiz, ciudad en la que permanecería una década, vinculado a la Escuela de Nobles Artes, que entonces se transformaba en la Academia de Bellas Artes.
En 1848 contrajo matrimonio con Asunción Sevillano Escame, de familia acomodada, aunque enviudó a los pocos meses. Posteriormente se casó con Ángeles Llama Pérez, también gaditana, con quien tuvo tres hijas: Amalia, Luisa y Carlota. Esta última, aficionada a la pintura, acompañó a su padre hasta el final de sus días.
En 1849, Luis Sevil se trasladó definitivamente a Jerez, instalando su residencia en la calle Francos nº 12 y su estudio en la calle San José nº 3, junto al negocio familiar. Allí dio clases de pintura y organizó tertulias artístico-literarias, espacios de diálogo donde confluían la cultura y la sociedad ilustrada local. Más tarde trasladó su estudio a la calle Letrados nº 10, y finalmente, en 1886, a Juana de Dios Lacoste nº 15 (Carpintería Alta).
De prestigio reconocido, Sevil fue requerido por la aristocracia y la alta burguesía jerezana, al igual que lo había sido en Cádiz. Como recordaba Rodríguez Pardo, “una amplia relación de personajes jerezanos fueron magistralmente inmortalizados con la exquisita calidad técnica, elegancia y naturalidad que caracterizan los trabajos de nuestro artista Luis Sevil”.
Su obra se conserva hoy en colecciones particulares, destacando la galería de retratos custodiada por la firma bodeguera González Byass, testimonio vivo de la conexión entre arte y vino en el Jerez del siglo XIX. Entre sus retratos más sobresalientes figuran los de Manuel María González Ángel (1857 y 1883), Robert Blake Byass (1857), José María Ángel y Vargas “Tío Pepe” (1857), Robert Hunt Holdsworth (1881), Mr. Robert Nichols Byass (1883) y Mr. Robert William Byass (1892). Se le atribuye también el retrato de Juan Bautista Dubosc López de Haro, fechado en los años cincuenta.
Su talento fue reconocido desde muy temprano. Participó en la Primera Exposición de Bellas Artes de Cádiz en 1840 —una de las primeras celebradas en España— y obtuvo numerosos galardones de la Sociedad Económica de Amigos del País por sus retratos, obras que destacaban por la serenidad del gesto, la luz contenida y la dignidad de sus modelos.
Luis Sevil falleció en Jerez el 22 de febrero de 1893, a los 76 años. Con él desaparecía un artista cuya mirada, serena y elegante, había sabido fijar para siempre los rostros de una ciudad que se miraba en el espejo del vino y la modernidad.
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