El vino de Jerez en la poesía
El rebusco
L jerez, más que un vino, ha sido a lo largo de los siglos un símbolo de la cultura y la vida en el sur de España. Sus matices dorados, su aroma intenso y su carácter único no han pasado desapercibidos para poetas y escritores, que lo han elevado de bebida a metáfora, de la copa al verso.
El jerez se convierte, de esta manmera, en un lenguaje poético en sí mismo: un puente entre la experiencia sensorial y la emoción literaria.
Incluso fuera de España, escritores europeos y americanos han encontrado en el jerez una fuente de inspiración, asociándolo a la sofisticación, al exotismo y a la riqueza cultural de Andalucía. Así, en cada verso, en cada estrofa, el jerez deja su impronta: no solo se bebe, sino que se lee, se siente y se sueña.
Desde sus bodegas de orígen hasta los salones ingleses el jerez ha recorrido páginas y escenarios, dejando su huella en la poesía universal.
Hoy, cuando la poesía vuelve su mirada hacia los paisajes sensibles y las raíces culinarias de los pueblos, el vino de Jerez sigue siendo un motivo fértil: un símbolo del sur, un eco de mar y albariza, un verso líquido capaz de perdurar en la memoria de quienes lo escriben… y de quienes lo saborean.
Para confirmar lo dicho baste recordar lo que la poetisa estadounidense, Silvya Plath escribía a su madre en una carta fechada el 21 de abril de 1956: "We drink sherry in the garden and read poems" (Bebemos jerez en el jardin y leemos poemas).
En la poesía española
Resulta paradójico, pero el vino de Jerez no aparece en la literatura española hasta bien entrado el siglo XIX. Uno de los testimonios más tempranos lo encontramos en la obra del sacerdote Juan Nicasio Gallego (1777-1853), quien, por sus ideas liberales, pasó cuatro años confinado en la Cartuja de Jerez. Allí escribiría el soneto titulado ‘A un barrilito de Jerez que me regaló una señora’, cuya primera estrofa reza: Jugo divino, honor de Andalucía / y envidia del flamenco y el britano, / tú, por quien el Olimpo soberano / torciera el gesto al néctar y la ambrosía.
En pleno apogeo de los vinos jerezanos, célebres escritores nacionales visitaron la ciudad atraídos por su fama, entre ellos Pedro Antonio de Alarcón y Gaspar Núñez de Arce. El primero lo haría en 1877, dedicando al vino Abolengo, de las bodegas Misa, un poema cuyo arranque proclama: ¡Detente, pasajero! Aquí reposa / el Adán de los vinos jerezanos, / padre de tantos ínclitos ancianos / como duermen en torno de su fosa...
En sus versos, Alarcón eleva el vino a la categoría de reliquia solar, chispa de vida y consuelo del peregrino.
A finales del siglo, en 1899, Gaspar Núñez de Arce tampoco resistió la tentación del célebre vino del marqués de Misa y le dedicó un soneto a su afamado Abolengo: ¡Oh, generoso néctar jerezano! / ¿Quién a tu blando halago se resiste? / Tú das aliento al débil, gozo al triste…, evocando la noble ascendencia del vino y su capacidad de inspirar al espíritu humano.
También pertenecen a la centuria decimonónica otros dos testimonios relevantes. El escritor egabrense Juan Valera (1824-1905) celebró en ‘La ilusión de una copa’ las virtudes del vino jerezano: Del delicioso néctar jerezano / llena hasta el borde la argentada copa. Y Manuel del Palacio (1831-1906) lo hizo en su composición ‘Al vino de Jerez y el Rhin’, donde exclama: Para curarme el spleen / los tomo más de una vez: / ¡rico vino es el de Jerez!.
Con el siglo XX, la tradición literaria se renueva. Manuel Machado (1874-1947) rinde homenaje al vino sanluqueño en su célebre poema ‘La manzanilla’: La manzanilla es mi vino / porque es alegre y es buena…. De su paso por las bodegas Fundador queda aún una bota firmada por el poeta.
Su hermano Antonio nos recuerda, en su poema 'Coplas por la muerte de Don Guido', que ese ‘señor de Sevilla’ era maestro en refrescar la manzanilla.
En 1908, Felipe Cortines y Murube (1883-1961) publica ‘De Andalucía (Rimas)’, donde incluye su A Jerez: Es tu vino, Jerez, néctar de dioses; / escanciarlo debieran, bajo toldo / de pámpanos y flores, bellas ninfas….
Por su parte, el jerezano Manuel Ríos Ruiz (1934-2018) recoge en ‘Bulerías del tabanquero’ la ligazón íntima entre el vino y el alma popular: A la gente de Jerez, / por cada vino que nace, / nos va creciendo el saber.
Este poema forma parte del volumen ‘El jerez y su vendimia en la poesía española contemporánea (1948-1960)’, publicado en Jerez en 1981, que reúne composiciones de treinta y tres autores participantes en el Certamen Poético de la Fiesta de la Vendimia.
No hay que olvidarnos de los hermanos Antonio y Carlos Murciano, que en 1984 publicaron su poemario ‘Los ángeles del vino y otros duendes’. En Salutación y despedida al vino de Jerez se recoge esta estrofa: Y en tanto nacen nuevas cepas niñas, / ¡batan alas y palmas por las viñas / los ángeles del vino de Jerez.
Americanos del Sur
La huella del jerez traspasa fronteras y ha encontrado en América Latina un terreno fértil.
Uno de los casos más significativos es el del mexicano Octavio Paz (1914-1998), Premio Nobel, quien mantenía un vínculo íntimo con Andalucía a través de sus raíces familiares. En sus versos también evocó el jerez con estas palabras: No brasa / ni chorro de Jerez: / la descarga del gimnoto / o, más bien, el chasquido / de la seda. Para Paz, el jerez era un destello poético, un instante capaz de convertir sensaciones en imágenes vibrantes.
El propio escritor reconoció públicamente esa conexión ancestral: "Siendo mexicano, también me fascinó la otra vertiente de mi origen, la española. Mi madre era hija de andaluces. Y cuando, ya mayor, conocí Jerez y Cádiz, me pareció regresar a mi niñez".
Durante su visita a la ciudad en 1982 dejó su firma en una bota de las bodegas Domecq, gesto que consolidó su vínculo con la tierra del vino.
La relación literaria entre el jerez y América Latina tiene otros nombres destacados. El poeta uruguayo Carlos María de Vallejo (1889-1946), quien llegó a Cádiz como cónsul en 1925, desarrolló una intensa labor cultural en la provincia y se convirtió en referente para jóvenes creadores de la época. En 1928 dedicó un poema a los toneleros jerezanos, incluido en su libro ‘Disco de señales’, donde homenajeaba su oficio en 'Toneleros bailadores'.
Por su parte, el cubano José Martí (1853-1895) incluyó al jerez en imágenes cargadas de sensibilidad en su poema ‘Baile’: Yo miro con un triste / placer, como en la fiesta / del noble Jerez pálido / la copa llena guía / las blancas manos trémulas / al seco labio rojo.
El chileno Pablo Neruda (1904-1973), premio Nobel de Literatura, también recurrió al jerez como símbolo lírico. En un poema dedicado a Rafael Alberti aludió a la grandeza de las bodegas andaluzas: ...y los toneles del jerez, catedrales / en cuyos corazones gongorinos / arde el topacio con pálido fuego.
Poetas británicos
En la Inglaterra isabelina y jacobea, pocos productos extranjeros gozaron de un prestigio tan firme y persistente como el vino de Jerez, conocido entonces como ‘sherris sack’ o simplemente ‘sack’. Su presencia no se limitó a banquetes cortesanos o tabernas portuarias: penetró profundamente en la cultura literaria del Siglo de Oro inglés hasta convertirse en un símbolo de sociabilidad, agudeza y vitalidad.
Thomas Jordan (1612-1685) celebraba el jerez con un tono festivo y despreocupado en ‘Coronemus nos rosis antequam marcescant’ (1637): "Let us drink and be merry, dance, joke, and rejoice with claret and sherry..." (Bebamos y seamos felices, bailemos, bromemos y gocemos, con clarete y jerez...).
Para Jordan, el jerez no era solo una bebida; era un recordatorio de la fugacidad de la vida y de la necesidad de gozarla plenamente, incluso frente a la incertidumbre del mundo.
De forma similar, Edward Ward (1667-1731), en su epigrama ‘Febrero’, sugería combatir el frío y las inclemencias del invierno con un buen abrigo y un trago de jerez, entre humor y sabiduría popular.
Del compositor inglés John Jenkins (1592-1678), músico de cámara de Carlos I y Carlos II, es este poema cantado del siglo XVII titulado ‘A boat, a boat’. Una letra de carácter festivo cuya rima concluye invitando a beber jerez,: A boat, a boat, unto the ferry / For we´ll go over to be merry / And laugh and sing, and drink sherry.
Para el caso que nos ocupa, el documento más representaivo de ese periodo es la obra ‘Pasquils Palinodia’, cuya primera edición se fecha en 1619, y atribuida a William Fennor. Su título completo es ‘Pasquils Palinodia, and his progresse to the taverne where, after the aurvey of the sellar, you are presented with a pleasant pynte of poeticall sherry’.
Dando un salto en el tiempo nos encontramos con Laurie Lee (1914-1997), conocido por su sensibilidad hacia los paisajes y la vida cotidiana, no escondía su fascinación por el jerez. En la biografía escrita por Valerie Grove, ‘The Life and Loves of Laurie Lee’ (2014), se menciona que "Lee knew exactly where to get the best sherry in Jerez" (sabía exactamente dónde conseguir el mejor jerez en Jerez).
Su poema ‘Stork in Jerez’ refleja esa relación íntima con la ciudad y su bebida emblemática, donde cada sorbo se convierte en un puente entre la memoria y la experiencia sensorial.
En la primerta estrofa leemos: Blanca y arqueada, en bucles de silencio, la bodega / Yace adormecida entre especias, donde las maderas antiguas, / Apiladas en solera, goteando años de sabor, / Destilan sus dorados vahos entre las sombras.
Cabe destacar que los cuatro últimos Poetas Laureados ingleses —Ted Hughes, Andrew Motion, Carol Ann Duffy y Simon Armitage—, por su especial relación con el vino de Jerez, poseen sus botas firmadas en las bodegas del Consejo Regulador.
Desde Norteamerica
Del poeta estadounidense Thomas Bailey Aldrich (1836-1907) hay que mencionar su extenso poema ‘Amontillado’, incluido en su libro ‘Bagatelle’ de 1907. En una de sus estrofas expresa con admirable síntesis su devoción por este vino jerezano, un vino que, además, enlaza con la tradición literaria norteamericana inaugurada por Edgar Allan Poe: Pena ¡vete de aquí! / ¡marchad, cuitas sombrías! / Sólo las imagenes alegres / Se tallan en la botella / Besos - charlas - / poesía - todo lo que se apasionado / que ascienda hasta los labios / con el jerez Amontillado.
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