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"Nunca he visto a un Bárcenas en prisión"

El 'cura Paco' lleva 35 años acompañando a los reclusos "Sólo los pobres entran en la cárcel"

El 'cura Paco' posa en el patio de la iglesia de Bonanza, donde ejerce de párroco desde hace un mes.
Juan P. Simó Jerez

20 de octubre 2013 - 01:00

Es cura atípico y divertido. Cerca de 35 años asistiendo a presos en cárceles españolas y centroamericanas. Amigo de los pobres, salido de las Comunidades Cristianas de base, Francisco Muñoz Valera (Jerez, 1943) es hoy responsable de la Pastoral Penitenciaria de nuestra Diócesis. Setenta años y ahí está, hecho un chaval. No le llame Francisco, por Dios; nunca se lo permitirá. Diríjase a él con un 'Paco' o 'cura Paco'. Ordenado sacerdote a los 27 años, el 'cura Paco' hizo el doctorado en Roma y ejerció, cuatro años después, como párroco en Dos Hermanas. "Me dije que iría a una parroquia donde nadie quería ir". Y apareció en momentos difíciles en Lebrija. Aquí recorrió las parroquias de La Oliva, Santa María de Jesús y la de Jesús de Nazaret en barrios muy marginales.

-¿Qué ocurrió después?

- Don Juan del Río me llamó, me pidió que volviera a Jerez, que había mucha escasez de clero... Estuve como párroco en La Asunción, luego en la Sierra, en Algar. En Algar viví cuatro años muy felices. Me vine con mucha pena. Y, por fin, ahora ejerzo desde hace un mes de párroco de Bonanza y La Algaida.

-¿Cómo es la cárcel?

- La cárcel es triste. Machado la definió como 'la fábrica del llanto'. Y había un preso que decía que era 'como un cementerio de gente joven'.

- ¿Cuál fue esa primera visita a la cárcel?

- Fue en 1979. Era mi primera visita voluntaria a una prisión. Fue en la antigua prisión de Sevilla, cerca de la Cruzcampo. Habían cogido a dos jovencitos que eran de Lebrija por un atraco a una administración de lotería. Eran Pedro y Pablo. Pedro acabó loco y Pablo, que fue el último que vi morir antes de venirme, cayó en la droga, se casó, tuvo una hija lindísima pero no dejó la droga... Por eso, una vez en Jerez, me hice cargo de la Pastoral Penitenciaria.

- Ahora va a tener más trabajo. Por cierto, ¿ha asistido ya a algún político?

- Esos no entran. Y, si lo hacen, entran por una puerta y salen por la otra. Los que entran son siempre los pobres. Los otros duran poco. A mí me llevó a la cárcel un graffiti que leí en un 'chabolo' (celda) y que decía: 'En este lugar maldito donde reina la tristeza, no se condena el delito, se condena la pobreza'.

-¿Hay muchos casos injustos?

- Yo conocí a un joven que, con sólo 18 años, robó un bolso y lleva veinte en el módulo 15, que es lo peor de Puerto-3. Y había un chaval en Villamartín que, por no pagar 900 euros al separarse de su mujer, el juez le impuso cuatro años de prisión, que nos sale a cada español por una millonada.

-¿Hay muchos Bárcenas en la cárcel?

- Ninguno.

-¿Qué hay de los presos etarras?, ¿también piden ayuda a los voluntarios?

- Ellos dicen que tienen su mundo resuelto, que no tienen necesidad alguna...

-¿Tiene algún problema con los periodistas?

- ¿Por qué? Con ustedes no tengo ningún problema. Quizás es que haya oído que me he referido, en alguna ocasión, a la Prensa en general diciendo que dan una visión deformada de las cárceles. Solamente abordan los casos morbosos. Y en España hay 73.000 reclusos y sólo conocemos a los que aparecen en la pantalla. Tenemos, por tanto, que ser también receptores de los que no tienen voz. Yo invitaría a un periodista para que siguiera nuestro trabajo en las prisiones. Tenemos también talleres, hacemos celebraciones eucarísticas que, por cierto, tienen una gran concurrencia...

- Más de 34 años de una cárcel a otra. Cuénteme algún caso curioso, asómbreme...

- Conocí la experiencia de un joven de Lebrija. Estaba acusado de violación y fue condenado a 17 años siendo inocente. Y fíjese: Conseguí que, al salir, no se vengara. Hoy está casado, tiene sus hijos y es una buena persona. En los delitos de violación eso puede ocurrir.

-¿Hay muchos inocentes entre rejas?

- Está demostrado con estadísticas que dos de cada diez internos son inocentes.

-¿Cómo son de duras esas cárceles de Centroamérica?

- Son tan diferentes a las nuestras... Allí las prisiones tienen lo que llaman bartolinas, naves con literas por las que hay que pagar para poder dormir. Es caótico; madres con hijos, dinero a cambio de comida... Hay hasta prostíbulos. Recordaré siempre el caso de un hombre, enfermo terminal de sida y preso por una cuestión de drogas, al que cuidaban la mujer y su hija en una estancia que pagaba la iglesia para poder mantenerlo allí. Me acerqué a él, le vi la cara y me horroricé. Tendría unos 27 años y estaba todo su cuerpo lleno de llagas. Y la familia estaba toda la noche allí cuidándole y teniendo que oír los gritos que salían de los prostíbulos. ¡Pobre, pobre!

- La peor cárcel que ha conocido en Centroamérica es...

- Pienso que puede ser la de San Miguel, en El Salvador, donde no había sitio para nadie. Estaban todos amontonados, durmiendo en el suelo, padres con sus hijos, era algo tremendo. Y, sin dudarlo, la de San Pedro de Honduras. Horrible. Allí murieron unos 350 internos por un incendio que, al parecer, provocó la falta de medidas de seguridad adecuadas, cuando otros muchos se lo atribuían a un funcionario. El caso se cerró después de que las autoridades dictaminaran que la causa del fuego había sido accidental.

- Usted es crítico con el término 'reinserción penitenciaria'. ¿Por qué?

- Es que la cárcel no reinserta. Ocho de cada diez internos vuelven a la prisión. Puede que reinserte a un número muy bajo.

-¿Qué falla?

- Falla el sistema. Creo que hay que hacer un planteamiento distinto. En los países democráticos a lo que se condena es solamente a la falta de libertad. Nada más que a eso. En un libro se preguntaba a los internos qué era lo primero que harían cuando abandonaran la prisión. Y todos decían: 'Caminar un kilómetro en línea recta'. Porque hay tal superpoblación en las cárceles, que es imposible. También hay alternativas: Hay prisiones sustitutorias, la casa del propio interno o la mediación penitenciaria. La prisión degrada, despoja de dignidad al interno, de intimidad... gente que lo han perdido todo, que muchísimos son analfabetos...

- ¿Aún se dan condiciones muy duras?

- En Puerto-3 existe el módulo 15, que es lo peor que he visto. El preso pasa allí 22 de las 24 horas del día. ¡Veintidós horas seguidas en la más absoluta soledad!, ¡imagine cómo sale uno de ahí!

-Luego están los enfermos...

- Es cierto. Algunos de los internos merecen estar en un centro psiquiátrico. Pero no, en nuestras cárceles hay una mezcla de enfermos y de internos muy peligrosa.

-¿Qué ha aprendido en estos 35 años de pastoral?

- Pues, simplemente, a ser un poquito más humano, a tener mucha humanidad. La prisión enseña a ser humano.

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