La Colegiata de Osuna (y Rosario)

Pretérito perfecto

Manuel Romero Bejarano

18 de noviembre 2013 - 05:00

A don José Mazuelos, ursaonense insigne.

¿Qué quieren ustedes que toque? ¿Un villancico, una canción de iglesia o la salve Rociera? Palabras pronunciadas por Rosario sentada al teclado de un órgano realejo del siglo XVI. Para asombro de los concurrentes, interpretó Cantemos al Amor de los Amores.

Osuna descansa subida en su loma, mostrando al mundo hermosos reflejos de glorias pasadas. Noviembre nos brinda una extraña primavera con una cálida mañana que se expande por la inmensa campiña. La paz baña el pueblo, donde apenas si se ve gente. Hay tiempo para todo, así que desayunamos churros con chocolate, paseamos por la calle de San Pedro, donde los palacios barrocos se pegan codazos por llamar nuestra atención, y subimos al convento de la Encarnación, cuajado de retablos cerámicos. Al salir, nos aguarda la Colegiata.

Don Juan Téllez de Girón, modelo de prócer religioso y culto al modo renacentista hispano y al que también debe Osuna la fundación de su célebre y ya desaparecida Universidad, llevó a cabo la de la Colegiata, sobre la base de la primitiva Parroquia de La Asunción, que quedó como la única del pueblo hasta fechas relativamente recientes, tras haber obtenido la correspondiente Bula Papal, expedida por Paulo III en 1534, por la que se elevaba la citada Parroquia al dicho rango eclesiástico y se creaba su Cabildo a base de un Abad, cuatro Dignidades –Chantre, Maestrescuela, Arcediano y Tesorero-, diez Canónigos y diez Racioneros, además de otros Clérigos y Acólitos para el servicio del Altar y del Coro...

Las puertas de tan sublime templo están custodiadas por la mejor de las guardianas posibles: Rosario, quien con su celo y maestría vigila y muestra el templo con el rigor de una institutriz prusiana.

-¿De dónde vienen? ¿De Jerez? Ustedes sabrán que su obispo es de Osuna, ¿verdad? ¿Y han estudiado arte? Pues no se imaginan lo que van a encontrar aquí. Por cierto, ¿no se irán sin comprarme una participación de lotería?

Participación en mano, asistimos al espectáculo global desplegado por Rosario en la hermosa iglesia renacentista. No hay introducción. No hay una explicación histórica ni una mínima ubicación. El recorrido empieza con un fantástico Calvario de Ribera y a partir de ahí, el nivel no desciende de lo sublime. Pinturas de Juan de Zamora, un gigantesco retablo del XVIII y un crucificado de Juan de Mesa, amén de un Nazareno de Morales, El Divino, desfilan ante nuestros ojos, mientras Rosario aliña la visita con peculiares comentarios armonizados por la música del realejo. Señora, no es ahí adónde tiene que mirar, estoy hablando de esta capilla… ¡Les he dicho varias veces que aquí no se pueden hacer fotos…! Aquí está enterrado el célebre duque de Osuna que fue embajador de Rusia, ése que dejaba caer los brillantes y decía que eran los piojos de los españoles. Esta es su tumba, y acabó tan arruinado que hasta la dejó a deber… Ustedes no han visto la procesión que sale el Miércoles Santo desde aquí. Llevan a este Cristo sin más luz que unos hachones. No hay otra igual en Andalucía…

Entramos en la sacristía, donde Rosario se explaya abriendo y cerrando armarios, como la que enseña los escaparates de El Precio Justo. Tablas góticas, alabastros tallados, ternos bordados, increíbles piezas de orfebrería y cuatro cuadros más de Ribera en los que San Pedro se deshace en lágrimas, San Sebastián es asaeteado, San Bartolomé despellejado y San Jerónimo exhibe sus carnes ajadas al son de las trompetas celestiales. Caras de asombro y alguna sonrisa ante las anécdotas que relata Rosario, quien sigue guiando de manera magistral (y en cierto modo marcial) una visita que nos lleva de Osuna a Sevilla y Granada, a Nápoles y Roma, a Flandes e Inglaterra. Un recorrido que desciende a tiempos plenos de oro y poder, que bucea en historias de virreyes y embajadores que lo tuvieron todo y acabaron arruinados, legándonos la Colegiata como mínima muestra de su descomunal fortuna.

Llegamos al Santo Sepulcro, la iglesia dentro de la iglesia, la Colegiata más pequeña del mundo, según Rosario, que a estas alturas lanza miradas mortíferas a los que hacen el ademán de sacar sus cámaras fotográficas. Pero lo cierto es que es comprensible que el público quiera llevarse un trozo de la extraña belleza que se encierra en esta miniatura sagrada. El oro de los techos brilla y las figuras de los relieves nos miran indiferentes. Ellas han escuchado ya miles de veces a Rosario hablar de las tumbas de los Téllez-Girón, de los ritos arcanos de sus funerales, del retablo de Roque de Balduque y la tabla de Hernando de Esturmio. Una cripta sigue a otra cripta, una pequeña capilla a otra aún más diminuta, mientras la voz de Rosario truena entre grutescos de estuco y sepulcros centenarios.

Todo termina en un precioso patio, donde la guía se despide, con un gesto amable hacia su vigiladísima grey. Aquí pueden hacer las fotos que quieran y recuerden lo que han visto en Osuna, cuéntenlo por ahí, que vengan a vernos desde todas partes…

Cuando el último turista ha salido, los duques vuelven a su sueño eterno. Duermen tranquilos. Saben que nada sucederá a la Colegiata mientras Rosario vele por sus piedras.

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