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'Crimen perfecto' logra trasladar la película de Hitchcock al Villamarta

Una obra llena de matices teatrales y cinematográficos

Los protagonistas de la obra en un momento de la representación.
Nicolás Montoya

09 de octubre 2012 - 05:00

Autor original: Frederick Knott Versión y dirección: Víctor Conde. Reparto: Jorge Sanz, Mar del Hoyo, Pablo Puyol, Antonio Albella y José Sánchez Orosa. Teatro Villamarta. Viernes 5 de octubre de 2012. 20:30 horas.

El amor y la muerte pueden llegar a ser la misma expresión de vida. El amor por el teatro y el cine pueden llegar a ser la misma forma de vida. Este es el nudo por el que esta obra discurre, representando tanto el libreto original, el rodaje de la película de Hitchcock y el suspense de un escenario teatral embadurnado de los años cincuenta, como homenaje y recreación del universo de Alfred Hitchcock. En todo momento este está presente, antes incluso de que la función comience, sin telón y a vista del espectador, que llega a acomodarse y debe, desde el principio, entrar en ambiente. Con comentarios en off en inglés, con música de serie norteamericana, con sillas de director de cine y con olor rancio a televisión en blanco y negro. Una trama, que por conocida, se hace presente desde un principio.

La apuesta ágil y original. Lo más llamativo, la ocupación del escenario por una zona central repleta de una carra central giratoria, y varias móviles con decorados de ficción, y con las entradas entre calles y bambalinas ambientadas cual camerinos de estudios de la Metro. Con actores haciendo de personas y personas haciendo de actores. Con público haciendo de director de cine, recordando sobre todo a Grace Kelly y Ray Milland, y con teatro, el Villamarta, acogiendo la sinfonía perfecta de "cámaras, luces y acción".

El escenario giratorio sobre el que desarrolla el nudo argumental, es clave. Posibilita el cambio de escenas sin cierre de telones, y ayuda al ritmo barroco que debían aportar los teóricos fotogramas que no aparecen. Hace de centro de las miradas, de proscenio, de foro y de escenografía. Un escenario que encierra a los personajes en su propia trama, que acoge los rompimientos y los ensambla a modo de puzzle, que engloba la trama sin límites exteriores con una estructura interna propia y que además, construye ambientes, a modo de fotogramas, concentrando a los personajes nucleares para lograr una mayor fuerza dramática. Una apuesta por cambiar el marco escénico tradicional que implica más al espectador, que lo hace ser testigo mudo desde diferentes ángulos, intentando que el lenguaje cinematográfico impere sobre el teatral. En los laterales del escenario, camerinos abiertos, bastidores, tramoyas, espejos con bombillas, maquilladoras, baños y pasillos. Un entramado de espacios de representación alternativos muy bien logrados para el ambiente envolvente que se logra en todo momento.

Una obra teatral impregnada de un lenguaje narrativo cinematográfico asentado en una fiel presencia de imágenes de la película de 1954, donde los primeros planos televisivos se solucionan con guiños musicales de acordes estridentes, limpios y altamente significativos, que llenan de intención argumental a la utilería: el sonido clásico del teléfono, el resplandor del cristal de un retrato, la pesadez de unas tijeras, la suavidad de unas medias, o el desenlace implícito de la famosa llave. Un vestuario fiel a la idea primaria, de caracterización de personajes de una época, con tonos tenues, colorido fríos, talle adecuado y rojo púrpura de seducción femenina. Una música llena de matices que siempre acompañan fielmente a los encuentros dramáticos y los momentos escénicos más recordados. Una iluminación acorde con los objetivos: hacer que en todo momento se justificaran emociones y situaciones, escenas paralelas usando focos en contra y raseados, y profundidad con espacios secundarios, fundamentales en el desenlace del libreto, haciendo un uso muy inteligente del color de los contrastes, favoreciendo a los personajes principales y difuminando las áreas de luces suaves posteriores. La iluminación revelaba formas de manera pulcra en todos los espacios e incluso se magnifica en clave de cine, al foquista haciendo seguimiento de la actriz por el escenario y por el patio de butacas.

A nivel actoral, un trabajo serio y profesional de todos. Una creación de personajes limpia, con especial atención a los secundarios, con un Antonio Albella, que aunque sin abanicos de Locomía, es capaz de airear la escena en el momento de mayor saturación de aire, por irrespirable y por siendo contrapunto perfecto del engolamiento general de los protagonistas.

La apuesta, bastante arriesgada, con un gran trabajo de dirección de escena, con movimientos de actores en diagonales, circulares y sin interferencias. Limpia la presentación de personajes, dinámico el desarrollo, y cuidado el desenlace. Perfiles psicológicos bien transmitidos, y aunque por momentos decae la fuerza vocal de algunos actores, se puede seguir la trama sin sobresaltos. Un alegato a la fuerza de las artes escénicas, dibujando un guión técnico de lo que es una puesta en escena que quiere apostar por el teatro desde la perspectiva del cine. Lo peor, la poca afluencia de público, un hecho contradictorio. Tener la posibilidad de ver teatro es un lujo, si además la obra viene avalada, un placer. Pero si ni la atracción de un sir como don Alfred, el recuerdo de una película emblemática o el gancho de actores a los que hay que ver en directo, son suficientes, es que algo hay que analizar. Puede que no haya crimen perfecto, pero en la actualidad, es un crimen lo que está pasando con el teatro.

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