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Un médico francés en Jerez Historia sanitaria de Jerez (II), la epidemia de fiebre amarilla de 1800

La ciudad de la historia

El siglo XIX comienza con la aparición de un nuevo brote epidémico, la fiebre amarilla de 1800, que llega procedente de Cádiz y origina la creación del Lazareto de las Cuatro Norias, tanto para paliar la falta de camas ante la virulencia de la enfermedad, como para aislar a los enfermos contagiosos en las afueras de la ciudad, instalándose en la zona norte de Jerez, en el Camino de Espera. Las medidas preventivas ordenadas por el Concejo no se hicieron esperar: prohibición de detener a nadie que esté de paso por la ciudad, de admitir huéspedes en casas, posadas o mesones, prohibición a los dueños de molinos de aceites o alambiques de arrojar las heces a la calle... El número de fallecidos, según un estudio de J. Rodríguez Carrión (1980), fue de 5.491 personas, aproximadamente el 12% del total poblacional. No se conocen, como en el caso de las tercianas y la viruela, ni la actuación ni la opinión de los médicos jerezanos sobra el origen, evolución y tratamiento de la enfermedad. Sea como fuere, en diciembre comenzó a remitir la epidemia, lo que unido a la negativa del rey Carlos IV a que se utilizaran caudales públicos para su mantenimiento, ocasionó el cierre del Lazareto en mayo de 1801.

Un testimonio de un profesional de la época, el doctor Juan Manuel de Arejula, nos describe los síntomas de la enfermedad: "una calentura peraguda, contagiosa, que invade de repente con escalofríos ó frío, dolor de cabeza precisamente hácia la frente y sienes, de lomos, desazón incómoda, ó dolor en la boca superior del estómago, particularmente si se comprime esta parte, gran postración de fuerzas, sequedad de narices, y falta de saliva para poder escupir" (1806). En un principio, al declararse los primeros síntomas, los afectados pensaban que su malestar se debía a desarreglos estomacales por algún alimento en mal estado: "como la calentura amarilla no se presenta ni una sola vez sin escalofrío o frío, dolor de cabeza, cuerpo é indisposición en la boca del estómago, apenas hay un enfermo que no crea que se le sentó alguna cosa, ó le hizo algo mal, quando se halla atacado de la fiebre contagiosa y con ansias de vomitar; y piensan que lo qué cenáron ó comiéron antes de caer enfermos se les indigestó...". Por tanto, los síntomas no eran fáciles de identificar, confundiéndose con un simple resfriado, ya que se presenta en ocasiones únicamente con dolores de cabeza, "y á la verdad es tan equívoco esto para el que no mira con todo cuidado al enfermo, que el médico que no esté versado en el tratamiento de la fiebre amarilla se engañará tomando esta, ya por un resfriado, y ya por un empacho...".

Pero ambas dolencias presentaban diferencias sustanciales con la epidemia: "en el empacho no carecen los enfermos de moco y saliva abundante: sus fuerzas son regulares, se hallan ágiles; su semblante no está marchito, el color del cútis es casi natural, y se nota que su pulso no tiene malicia; se halla con fuerza, y no han precedido ordinariamente á todas estas cosas los escalofríos, y nunca el dolor de cintura". En el caso del resfriado, "encontramos siempre un pulso lleno, ancho y valiente, que inclinaría al común de los médicos á abrir las venas, si se presentara tal enfermedad que no fuera un constipado, en el que las repetidas observaciones nos han convencido de que son perjudiciales las evacuaciones de sangre: acompaña igualmente al constipado la abundancia de humor mocoso, de saliva, evacuaciones y circunstancias que faltan constantemente en nuestra calentura contagiosa".

La epidemia de 1800 supuso un duro golpe para la demografía jerezana, ya que en 1804 sobrevino un nuevo brote. Ese año la población para Jerez era de 35.000 habitantes, con lo cual la pérdida poblacional es alarmante desde el censo de 1787, cuando se alcanzaron las 45.000 almas. De nuevo aparece la enfermedad en 1819 y 1820, causando varios centenares de bajas.

A partir de los años treinta, la fiebre amarilla se reduce a unas zonas muy concretas, y el protagonismo lo tendrá el cólera procedente de la India, que se va a convertir en "el principal cataclismo demográfico europeo y en el gran regulador de la demografía española del siglo XIX", en palabras de Diego Caro Cancela (1999). Serán cuatro las invasiones coléricas que se produzcan, siendo las más virulentas las del verano de 1834, que causó más de 2.000 muertes y septiembre de 1854, afectando esta vez a 4.500 personas y llevándose a 1.200 de ellas, y provocando el abandono de la ciudad de gran parte de la Corporación Municipal. Mucha menor virulencia tuvieron las de 1856 y 1865, que no superaron el centenar de fallecidos.

Mariscal Trujillo nos ilustra sobre las medidas que se tomaron con ocasión del brote de 1854, cuando las autoridades ordenaron, entre otras cosas, quitar el estiércol que se amontonaba en las proximidades de la ciudad, y alejar el vertedero de basura 500 varas más, establecer controles sanitarios en las posadas que elaboraban y dispensaban comidas, la incomunicación con Sevilla, el cierre de una veintena de calles con salidas al campo… Este clima de constantes epidemias quizás sea una de las causas, como afirma el mismo autor, de que las autoridades locales se planteasen la posibilidad de crear un centro hospitalario que sustituyera a los existentes. Podríamos decir que se produce otra 'reducción' hospitalaria en este siglo en Jerez, ya que en 1841 se funda el Hospital General de Santa Isabel, acaparando las rentas del ya desaparecido Hospital de la Candelaria y los de La Caridad, La Sangre y el de mujeres incurables o de Jesús María. Aunque en un principio atendió únicamente a hombres, en 1843 construye un 'Departamento de Mujeres Enfermas'. Con la apertura de este Centro queda superado el concepto de hospital de caridad dependiente de la Iglesia imperante en aquellos tiempos, para convertirse en derecho ciudadano sostenido con los fondos públicos de la Beneficencia Municipal y del Estado. Hasta que se instaure la universalización de la atención sanitaria a mediados del siglo XX, el de Santa Isabel será el centro hospitalario de referencia para el cuidado de los jerezanos que no contaran con medios económicos para ser curados en sus propias casas.

Bibliografía

RODRÍGUEZ CARRIÓN, J.: 'Jerez, 1800. Epidemia de fiebre amarilla'. Jerez, CEHJ, 1980.

AREJULA, Juan Manuel de: 'Breve descripción de la fiebres amarilla padecida en Cádiz y pueblos comarcanos en 1800, en Medinasidonia en 1801, en Málaga en 1803, y en esta misma plaza en 1804', Madrid, Imprenta Real, 1806.

En febrero de 1810 llega a Jerez el general Soult, al mando del ejército invasor y con él el rey José Bonaparte. Como médico principal de dicho ejército se encontraba François-Joseph-Victor Broussais (1772-1838), conocido como el Dantón de la medicina. Crítico de las ideas médicas, su influencia revolucionaría la medicina de la época y se haría notar en la posteridad. Durante su estancia en Jerez mandó imprimir -en una imprenta local que lógicamente carecía de los caracteres tipográficos propios del francés- un opúsculo de unas 37 páginas, titulado 'Lettre a` MM. les chirurgiens majors des re´gimens du 1er corps de l'arme´e Impe´riale du midi en Espagne: Sür le service de sante interieur des corps d´armée' (Carta a los señores Cirujanos Mayores de los Regimientos del Primer Cuerpo del Ejército Imperial del sur de España: Sobre el servicio de sanidad interior de los cuerpos del ejército, que saldría a la luz en 1811. Firma también la obra como coautor el cirujano principal del mismo ejército Gabriel-Pelerin Mocquot (1772-1835). Se trata de una serie de instrucciones e indicaciones con el fin de evitar en sus filas las muertes que se estaban produciendo en los hospitales de Jerez, El Puerto y Sanlúcar. El mal uso de vomitivos en las gastritis provocaba las defunciones, entre otras causas según él, por el exceso de vino y calor. Broussais tiene una gran oportunidad para exponer sus revolucionarios conocimientos sobre las fiebres y aplica su famosa 'Doctrina fisiológica' con gran acierto, evitando las consiguientes pérdidas humanas en su ejército. De esta obra, escrita en francés, dispone un ejemplar la Biblioteca Municipal de Jerez (Tomo 157 de Folletos Varios), y del que solamente existe otro localizado en una biblioteca médica de París. Fue el catedrático gaditano Juan Ceballos Gómez (1817-1874) quien la cita por primera vez en 1841, en un libro que también está disponible en la biblioteca jerezana. Curiosamente, dicha institución cultural jerezana posee además un variado número de obras de Broussais. J. L. Jiménez

Fco. Antonio García Romero

Centro de Estudios Históricos Jerezanos www.cehj.org

Mercedes

Benítez

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