...Y Shakespeare ofició un sentido responso por los numerosos ausentes
Jordi Gracia y Luis Alberto de Cuenca se cayeron del cartel, pero el espectáculo debe continuar...
Aunque revistamos los congresos literarios de pompa y oropel, todos tan seriecitos (es conveniente leer Ávidas pretensiones, de Fernando Aramburu, que retrata este mundo desde dentro), no deja de ser un espectáculo. Quiero decir que en los congresos médicos se reúnen para compartir horas de microscopio en los que han buscado remedios al cáncer; los congresos literarios se hacen para inspeccionar por qué nos conmovió lo que nos conmovió y por qué nos divirtió lo que nos divirtió. Es otro tipo de microscopio. Los dos se llaman congresos y los dos, probablemente, compartan algo de feria de vanidades, pero la materia del congreso literario está hecha de sueños y necesita actores.
Por ejemplo, esta parrafada que les estoy soltando es propia de una maestro de ceremonias que tiene a la trapecista en el camerino presa de un ataque de ansiedad. Algo así les debió entrar a los organizadores del congreso cuando se enteraron vía telefónica de que Jordi Gracia, alma intelectual de esta edición, había sufrido un accidente doméstico (lo peligrosas que son las casas). Se sumaba, por tanto, a otra ausencia, ya sabida, para la programación vespertina, la de Luis Alberto de Cuenca, que se sumaba a la de Caballero Bonald del día anterior. Tantas ausencias... Nos hacemos mayores.
Por tanto, la organización, bajo la máxima de que el espectáculo debe continuar (no sé cómo lo harán en los congresos médicos), hizo piruetas y salvó la tarde como pudo. Un documental y José Mateos saltando al escenario con las palabras de Luis Alberto de Cuenca, echándole algunas dosis de humor, y leyendo, en fin, el pensamiento de otro.
Es cierto que si el pensamiento es el de Luis Alberto de Cuenca, tan elegante, tan british, puede alcanzarse algo de clima. Vale, no clímax, pero sí clima. Porque Luis Alberto de Cuenca, que se empapó Shakespeare entero en la adolescencia en la cama, de seis a once de la mañana, considera que "leer a Shakespeare en la cama es como hacer el amor por la mañana". Toma ya. Hay que probarlo. Viene la frase a cuento de Bradomín, defensor del sexo matinal para tener "mañanas triunfantes". O empezar el día con energía, que diría un publicista.
En la conferencia leída de Luis Alberto de Cuenca, más que notable poeta, excelente crítico y secretario de Estado abatido por las frustraciones, anidaba su canon, un canon, excelso, maravilloso, que arranca con los dos seres que nos habitan, el Jekylll y el Hyde de Stevenson, seguía por el If de Kipling y ese "serás hombre, hijo mío", que es como una madlición, y continúan por Arthur Conan Doyle y Beito Pérez Galdós (le dio de nombrte Inés a una hija suya por un personaje de Galdós). Y Shakespeare, siempre Shakespeare. "Leer a Shakespeare es lo más importante que me ha pasado en los últimos 64 años". Si se lo tomaba como se lo tomaba, no me extraña.
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