Arquitectura · La belleza intangible

Summer is coming

 ME despierto temprano, apenas empieza a clarear. A través de la persiana entreabierta recibo una brisa fresca que me invita a recuperar la sábana, arrugada a los pies de la cama. Sin embargo, decido levantarme y después de un café y de las abluciones pertinentes, salgo para la playa. Pongo la radio del coche y suena Graceland de Paul Simon. Me gusta, me habla del pasado, de un tiempo de esperanza. Todavía la luz es incierta. La bruma del Atlántico se ha arrebujado y ha cubierto el cielo. Salgo a la autovía y me fijo en las antiguas viñas hoy sembradas con cereales. El trigo ya ha sido cosechado. Las lomas del poniente, antes trazadas con las líneas paralelas de cepas, los liños (líneos, supongo), presentan ahora un aspecto diferente.

El dorado brillante aparece templado por la luz. En algunos campos queda todavía la paja, empaquetada en prismas como bancos que hubieran desparramado por ellos, punteando el paisaje como una instalación de landart.

Los girasoles, a los que les quedan unas semanas de maduración también enseñan sus colores matizados por la mañana brumosa. Más allá, alguna viña que resiste todavía, dibuja con rayas verdes el blanco de la tierra albariza. Llego a una de las playas de la bahía. La brisa del mar se nota con más fuerza. La marea ha dejado una lengua ancha de tierra mojada. En compañía de unos amigos camino durante una hora. Luego desayunamos en un bar cualquiera y volvemos a la playa a tomar un baño.

El agua está fría pero no tanto. Al rato de entrar ya no te quieres salir. Poco a poco la playa se va llenando de gente. Es hora de volver a casa. Días como el de hoy hacen que me encante el verano.

Recorriendo las playas de la bahía desde la alambrada de la base de Rota (algún día será restituida la continuidad del territorio costero, de carácter público según la legislación vigente) en dirección a la desembocadura del Guadalete, encontramos uno de los frentes más interesantes del paisaje de la bahía. Hasta el momento ningún político ha propuesto la realización de un paseo marítimo que acabaría con la singularidad del lugar, mejor no dar ideas. A estas playas asoman algunas intervenciones arquitectónicas bastante lamentables producto del boom de los sesenta, aunque mirando lo ocurrido en otros lugares podemos considerarnos afortunados. Pero no todo fue desinterés por el lugar. Todavía hoy existen algunas casas o conjunto de casas realizados por arquitectos sensibles que nos enseñan cómo la arquitectura, actividad artificial de los humanos, puede acoplarse al lugar con naturalidad, precisión y belleza.

De entre ellos hay que destacar el conjunto de viviendas unifamiliares construidas por el arquitecto sevillano Felipe Medina en El Manantial. Situado en la ladera de la playa llamada de Santa Catalina, es difícil reconocerlo por ser la discreción uno de los valores subrayados en la intervención. Toda la urbanización goza de una vegetación extensiva de pinos y eucaliptos plantados para contribuir a la integración del conjunto en el paisaje. Las casas se distribuyen en el lugar de modo que unas no interrumpan las vistas de las otras (cosa que recientemente ha sido incumplida tras la demolición, desgraciada, de una de ellas y su sustitución por dos casas pareadas de hasta tres plantas de altura que son un verdadero atentado tanto desde el punto de vista urbanístico, como desde las relaciones vecinales, pues se ha plantado delante de las otras viviendas impidiendo el plácido disfrute de la vista del mar desde algunas de las otras).

Soñaba el arquitecto casas sin puertas visibles, pues era la discreción la base generadora del proyecto. Las casas adoptaron la estética del momento, con amplios voladizos hacia el sur, hacia el mar, hacia sus vistas. Son de una rotunda simplicidad, de líneas sobrias y un correcto y medido uso de pocos materiales relacionados con la tradición de la zona: piedra arenisca, muros encalados y azoteas a la andaluza. Sobrepasado el umbral del muro de cerramiento exterior de arenisca, se accede a cada vivienda a través de un espacio exterior, y una vez dentro la distribución es funcional y flexible, como corresponde a una residencia de verano. La pieza principal la constituye el salón, abierto al paisaje mediante amplios cerramientos de vidrio que le permiten prolongarse hacia el mar en terrazas llenas de vegetación, y se protegen del sol por los voladizos de la cubierta y por extensiones de éstos mediante pérgolas de brezo.

Andando más adelante existe una obra reciente consistente en una escalera de acceso a la playa desde la zona de Las Redes. Los elementos de la construcción de ese espacio son hormigón, madera y setos de plantas, lavanda y otros, perfectamente integrados en el lugar.

Sin pretensión mayor que la de permitir el acceso a la playa o la vuelta desde ella, esta edificación anónima para el visitante, permite recrearse en el recorrido, descansar, disfrutar de las vistas, o sencillamente realizar la bajada o subida con la pausa necesaria para cada cual, eso sí, con el aire perfumado por la vegetación que nos acompaña.

Otras casas, otros edificios de apartamentos, antiguos o recientes no supieron adecuarse al entorno o pretendieron, equivocadamente, posicionarse por encima. El transcurrir del tiempo coloca a cada uno en el lugar que le corresponde…

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