El parqué
Rebotes en Europa
Arquitectura · La belleza intangible por Ramón González de la Peña
Desde que tuvimos los primeros indicios del fallido proyecto de la Ciudad del Flamenco hace algo más de 10 años, las condiciones han necesariamente cambiado. Contagiados por la efervescencia y el positivismo acrítico del momento, las autoridades locales se embarcaron en un ambicioso proyecto no falto de argumentos y menos falto de sentido: idear un conjunto de edificios y programas que decididamente pusieran el foco en el potencial del flamenco como industria cultural y turística.
El reto, fascinante, pasaba por pensar la forma y manera nuevos espacios contemporáneos que debían ser, por primera vez, específicos para el flamenco. Esto posicionaría sin duda a Jerez como referente, y al proyecto en sí, como operación sofisticada de acupuntura urbana llamada a catalizar la urgente regeneración del centro del centro, ese irresponsable escenario de postguerra que nadie comprende y que a todos nos avergüenza.
La fórmula, importada, trataba de emular iniciativas emprendidas por otras muchas ciudades españolas que a través de un concurso internacional –ni público, ni abierto- legitimaban a un arquitecto estrella a firmar un edificio estrella, que en una amplia mayoría como el nuestro han acabado estrellados; la peor arquitectura de los mejores arquitectos según las crónicas, una arquitectura hiperglobal incapaz de estimular las sinergias latentes de nuestros territorios ni adaptarse razonablemente a los recursos disponibles.
Pero para mí desde luego la Ciudad del Flamenco no es un proyecto estrellado. Más al contrario, es el delicioso protagonista de una narrativa urbana exquisita que evidencia precisamente que la dimensión patrimonial del flamenco también es material; porque ese proyecto de Ciudad del Flamenco todavía existe, y aún se llama simplemente Jerez, aunque sea hoy más frontera que nunca.
Sin embargo, mientras la ciudad avanza hacia las periferias fagocitando viñas y lomas, el hábitat natural-tradicional del flamenco y sus diferentes escalas vivenciales -las corralas, las plazuelas, las fraguas, tonelerías o tabancos- se enfrentan a un grave peligro de extinción de consecuencias incalculables también para la identidad universal del flamenco de Jerez. Porque el modo peculiar de germinar, manifestarse y difundirse el flamenco siempre ha estado en estrecha relación con ámbitos urbanos y domésticos muy determinados. La genuina ciudad del flamenco se encuentra en un avanzado estado de descomposición, justo en paralelo a la destrucción de toda una forma de vida urbana soporte de aquello que los que nos visitan denominan cultura mediterránea.
Lorca, en su célebre ‘Poeta en Nueva York’, retrataba precisamente esa confrontación de sistemas socio-espaciales antagónicos. Imaginemos ese mismo paisaje descrito desde ‘Flamenco en Nueva York’, donde lo más parecido a la calle Sol sería Sunset Boulevard, donde el Bronx acogería a Santiago a ritmo de Rap, donde los tabancos fueran despachos de hamburguesas, donde las Ventas y Ventorrillos se confundieran con estaciones de servicio. Pues no estaríamos tan lejos; el flamenco hoy empieza a nacer ya en adosados de periferia junto a un Carrefour.
Evidenciar esa Ciudad del Flamenco despreciada, como hace el exquisito trabajo de Juan Carlos Toro, no es solamente un ejercicio de protección patrimonial; es una de las estrategias de mayor valor productivo y turístico para el futuro de nuestros flamencos y nuestros ciudadanos. Reconociendo la necesidad urgente de nuevos usos contemporáneos -también flamencos- para la enorme red de solares en barbecho, hay que reconocer del mismo modo que, paradójicamente de nuevo, los que nos visitan demuestran un desbordante magnetismo hacia los patios con flores frente a los muros de hormigón. Qué cosas.
Gonzalo Cantos Mateos es arquitecto.
También te puede interesar
Lo último
El parqué
Rebotes en Europa
EDITORIAL
Una decisión necesaria para Europa
La ciudad y los días
Carlos Colón
La UE y el aborto: sin conciencia
No hay comentarios