El heredero se corona rey

Con lleno absoluto en el Alcázar, Diego del Morao se exhibe y demuestra que ya es un grande del flamenco con un emotivo y dinámico concierto en el que en todo momento estuvo presente el recuerdo a Moraíto

Un momento del recital que ofreció Diego del Morao el pasado sabado en el Alcázar.
Francisco Sánchez Múgica / Jerez

20 de agosto 2012 - 05:00

El toque final es la síntesis de su estilo, su estirpe y su herencia. La marca de la casa Morao conjugada con su evolución personal e intransferible. Diego del Morao cerró su concierto en el Alcázar, en la noche del pasado sábado, homenajeando a su padre, evocando sus pegadizas falsetas de las míticas Sor bulería y Buleriando. Y lo hizo sin perder ni un gramo de las toneladas de soniquete enérgico e incontestable que atesoraba Manuel Moreno Junquera. Pero es que también lo hizo a su estilo, con su sello propio, con su técnica, con su repertorio de matices y armonías ilimitadas. Sin prejuicios, con libertad, con otra velocidad. Volando a su aire. Ni lo imita, ni lo sigue a pies juntillas, pero su figura y su legado siempre están presente en sus seis cuerdas. Como también saltan a las claras las influencias directas de Paco, en su musicalidad y hasta en la forma de presentar el recital que ofreció en su tierra.

Durante casi dos horas de concierto, el tocaor de Santiago se despojó de los nervios propios de la presentación, como él mismo reconoció, y ante un atestado recinto monumental del Alcázar desenvolvió el contenido de Orate, su álbum debú. De hecho, el directo, patrocinado por Diario de Jerez y Alcampo, se dividió en dos partes: una primera, enfocada principalmente a dar conocer su primer trabajo discográfico; y una segunda, más emotiva y sentimental si cabe, donde comparecieron en el escenario un nutrido grupo de amigos que acompañaron a Diego en su estreno en casa y, de paso, no desaprovecharon la ocasión para rendir homenaje a su padre en el primer aniversario de su precipitado fallecimiento. Niña Pastori, Diego Carrasco, Marina Heredia, Bernardo Parrilla, Joselete de Musho Gitano, Juan de la Morena, Maloko, Pepe del Morao... Artistas, familiares y amigos, algunos de ellos acompañantes en Orate, quisieron tomar parte en un concierto que pasó volando gracias al dinamismo y lo inteligente de la propuesta presentada por un Diego muy comunicativo con su público.

Poco amigo del efectismo y los alardes innecesarios, algo propio de su escuela guitarrística, a veces parece que la sonanta del de Santiago esté más hecha para el acompañamiento que para los largos solos de concierto. Su toque es tan preciso y tan discreto cuando tiene que serlo, tan fluido y natural, que da gusto ver viajar al cante al son que impone su guitarra. Muy cómodas vimos, sin ir más lejos, a dos de las invitadas de la noche, Niña Pastori y Marina Heredia, que no quisieron fallar a su gran amigo en esta importante cita en Jerez. La cañaílla cantó los tangos El aire llega, con su habitual carisma sobre el escenario y su envidiable poderío vocal, mientras que la cantaora granaína se vació con unas bulerías de Jerez y unos cuplés en los que derrochó garra y entrega. Desde luego, se puede decir que ambas no acudieron a la cita para cubrir el expediente, pues incluso regresaron más tarde para participar activamente en el fin de fiesta.

Momentos antes se viviría probablemente el pasaje más emotivo de la noche. Fue Diego Carrasco, tenía que ser él, quien desgarrado entonó esos versos en los que llora eso de qué solito me has dejao, Morao... Como una plegaria, el quejío áspero del Tate crecía mientras las notas de su Dieguito revoloteaban por Jerez. Entre el número cinco y el siete, Márques de Cádiz... Tuvo que ser ahí... entonaba Carrasco los versos de Morao del alma mientras señalaba al cielo estrellado del Alcázar. Acabó fundido en un abrazo con el guitarrista y con el público puesto en pie ovacionando un conmovedor lujazo para un directo repleto de sensaciones y emociones.

El amplio repertorio de Orate, con cuatro bulerías que cada una es un universo, dio más cuerpo al recital con el toque introspectivo y pastueño de Diego por una rondeñas que dieron paso a una rítmica soleá en la que Maloko apuntó con acierto el cante, sin estridencias. Momento cumbre fue también Pago de la Serrana, una contundente seguiriya de corte muy clásico, aunque con una renovada tensión musical, que deja en evidencia el espíritu inquieto, renovador y visionario de Diego. Un talentoso guitarrista, fresco y comprometido con su oficio y su tiempo, que no se ha querido conformar con ser 'hijo de'. Más al contrario, el del Morao está llamado a convertirse en uno de esos grandes que sólo nacen cada muchas décadas. Él seguirá humilde y tímido en su progresión, pero ya no hay dudas de que, tras este 18 de agosto en el Alcázar, el heredero ya se ha coronado rey de una generación preñada de brillantes y portentosos guitarristas. Larga vida.

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