La larga e intensa existencia de MM
Literatura y vino
Desahuciado por los médicos a los cuatro meses de vida, 'Tío Manolo' falleció a los 93 años.
Presentamos a un tipo genial. En la vida de Manuel María González Gordon (Jerez, 1886-1980) hay mucho de milagro y de genialidad. Un niño de cuatro años desahuciado por los médicos, que consigue eludir la muerte gracias a las cucharadas del bendito vino de Jerez aventura ser un hombre especial en la vida. Por eso, si Manuel María (MM a partir de ahora, como le 'bautizó' su parienta Begoña González) no apareciera en la foto de la derecha y hubiera sucumbido a los males de su infancia, ¿qué sabe nadie? Pero tan agradecido estuvo siempre MM al vino que quiso rendir la deuda dedicándole una de las obras más laureadas e imprescindibles para conocer la bodega, el vino y la viña: Es el libro 'Jerez, Xerez, Scherish', tan imprescindible -y esto lo hemos dicho más de una vez- como el 'Diccionario del vino de Jerez' de Julián Pemartín, otro best-seller del negocio del vino de Jerez.
¿Veis? Ya nada más nacer, la vida de MM tiene su chicha. El resto es el correr en el tiempo de un hombre curioso, inteligente y trabajador que logró colocar la compañía familiar del 'Tío Pepe' en lo más alto de su época. Pero antes de eso, ocurrieron miles y miles de cosas...
Manuel María González Gordon fue el segundo de los siete hijos que María Nicolasa Gordon de Wardhouse dio a ese cultísimo y gran hombre que fue Pedro Nolasco González, marqués de Torresoto, segunda generación del negocio familiar. Fue acabar el bachillerato y el jovencísimo MM aparece en Alemania para formarse como ingeniero industrial. Después se le vio en Glasgow, donde trabajó como obrero ajustador en los astilleros de Beardmore. Y, años después, por Sudamérica, al servicio de la compañía Norton Griffithe & Co., que trabajaba en la construcción de un trozo de 640 kilómetros del Ferrocarril Longitudinal, que recorría Chile de norte a sur.
Cuando acabó su trabajo en Chile, MM regresó a Jerez. Siguió ejerciendo como ingeniero industrial, pero el vino -¡cómo no!- le llamó y fue tal el descubrimiento que a él se dedicó con enorme pasión el resto de su vida. MM ya era poco más que un jovencito y se había hecho un hueco en el apellido González, una de las cinco ramas familiares en que derivó la genealogía de los siempre presentes Domecq. Los González pasaban por ser los más británicos, los que mejor hablaban inglés y gozaban de ser extremadamente educados y refinados. El marqués de Bonanza sacó su carácter: Su simpatía, educación e inteligencia le valieron para ser hombre querido y respetado en el Jerez de comienzos del pasado siglo. Pero si había algo que sorprendiera en esa cabeza eran sus grandes dotes para el trabajo, que le convirtieron con los años en un gran exportador desde su cargo de presidente del consejo de la compañía.
A su lado tuvo una gran mujer: Emilia Díez Gutiérrez, otro apellido de abolengo en Jerez, que trajo al mundo a cuatro criaturas: María Dacia, Mauricio, Luisa y Jaime. Los dos varones adoraban a su padre. Jaime siempre hablaba de su resolución. No había problema que se le resistiera. Y cuando se refería a su constancia en el trabajo, contaba aquella anécdota que aconteció en Extremadura. Estando allí en una ocasión, pidió a su agente que le llevara a todos los bares que no compraban los productos de la Casa. Llegaron a uno de ellos, bajó del coche y se quedó esperando toda una mañana la salida del tabernero a la puerta del local. El tabernero, ya cansado de aquello, salió y le dijo: "Es usted el hombre más hueso que he visto en la vida. Me ha caído bien: Le compraré tres cajas".
Y Mauricio, que nos dejó hace menos de dos años años, resaltaba la capacidad de negociación del padre, que mezclaba con una enorme humanidad. Contaba que, en las carreteras, paraba constantemente en las ventas. De Jerez a Madrid podría parar cuarenta veces, porque no quería pasar una venta sin entrar y saludar. Y de Jerez a Sevilla, se conocía las ventas de memoria, los nombres de sus dueños, de los camareros..."
Cumplió los 87 y todo el mundo le preguntaba qué consejo daría para llegar tan bien a su edad. "Creo que bebiendo moderadamente vino de Jerez, no hay inconveniente en llegar a los cien años". MM falleció el 2 de abril de 1980. Tenía 93 años y andaba como un reloj, si no fuera por la antipática pérdida de algo de vista. Gran paradoja para ese bebé que agonizaba con cuatro meses. Y su padre, el marqués de Torresoto, lo hizo con 97. Su hijo Mauricio tenía 89 cuando se cruzó con la muerte y siempre contaba que Perico, primo hermano suyo, cumplía entonces los 97. Y su mujer tenía 94. "Cada día -comentaba- se toman entre los dos una botella de 'Tío Pepe': media él, media ella".
Y después hay una lista innumerable de méritos y títulos que acaparó en vida: Fue el responsable de que los monjes volvieran a La Cartuja en colaboración con el padre Arteche; fundó la Hermandad del Rocío de Jerez, de la cual fue eterno devoto; impulsó el Consejo Regulador del Vino y puso en marcha una labor proteccionista de la naturaleza con la compra de 17.000 hectáreas en Doñana. Fue además Caballero del Imperio Británico, Gran Cruz de la Beneficencia, Hijo Predilecto de Jerez, Medalla de plata al Trabajo, presidente de la Cruz Roja en Jerez, guardia mayor del Parque de Doñana... Y no se olvide, por dios, su acertada participación como testigo en el exitoso 'pleito del sherry', donde fue providencial para nuestros intereses.
Atrás quedó ese hombre bueno, afable, inteligente y conversador, de buen trato con todos, que entregó su vida al negocio del vino, al que admiraba y respetaba. "Somos apolíticos y 'taberneros' -repetía siempre-; queremos que todo el mundo pruebe nuestros productos". Cierto día, abandonó la bodega y dijo: "Acabo de salir de la bodega con una copa menos. Me siento bien, muy bien. En el término medio de una euforia que ofrecen estos vinos..."
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