Rocío Cano en Rocío Cano
Diario de las Artes
Rocío Cano | Museo de Alcalá de Guadaíra
Llegó a la pintura de manera callada, casi sin notarse, como es su poderosa obra. Pinta como es ella o ella es como su pintura; que en el fondo es lo mismo. Rocío Cano es seria en su forma de ser; es amable, sencilla y tremendamente entrañable. Es alegre, animosa y sabe reírse cuando hay que reírse – algo que no es fácil -, aunque, creo, que ella es más de sonrisa clara y de feliz manifestación. Todo igual que su pintura. Porque su trabajo es serio, porque su obra no grita, es de amabilidad y dulzura, como el campo jerezano, sereno, agradecido, como la orilla del Guadaíra, fresca, agradable, umbría que no sombría. Su pintura es luminosa y clara, repito como su sonrisa. Es justa como sus palabras justas. Su obra no copia la realidad, la transmite, describe sus horizontes. Todo esto sólo sirve para expresar que Rocío Cano es pintora de verdad, que es tanto como decir que ella es auténtica, sin reveses, sensata, serena, de gestos sencillos, amables y entrañables. Es Rocío Cano en estado puro, como pintora y como persona.
La pintura figurativa es un arcón donde se guarda de todo; como los arcones antiguos de toda la vida; allí donde cabe de todo. Un arcón que sirve para contener los esquemas del arte. Allí entra lo que no se pone pero da pena tirarlo porque sirvió y no es incómodo, es decir, la pintura buena que tuvo su momento; lo que está esperando que alguien dé el paso para que resplandezca unánimemente; es decir, la obra novedosa que se encuentra expectante y a la espera; lo que siempre vale la pena, siempre sirve y siempre se puede sacar cuando haya que sacarlo; es decir, la obra de siempre, la que no tiene tiempo ni edad; por supuesto, es lo seguro, lo que siempre estará bien porque es lo correcto. No obstante, en ese hipotético arcón, hay algo más, lo bueno -yo diría lo muy bueno- pero que no se tiene la seguridad de que vaya a caer bien y que, sin embargo, sería lo mejor para los demás y algo que se ceñiría a la perfección; es decir, la obra perfecta, pero que, al artista, autocrítico donde los haya, le ofrece la mayor duda.
Ese es el arcón de Rocío Cano; un gran espacio creativo donde casi todo es servible, donde hay pintura siempre realizada con lo mejor, pero de la que ella no está segura si llega en momento de sacarla. Debo decir que conozco el arcón artístico de Rocío Cano, su espacio creativo, desde hace años y es de los más importantes de la zona. Algo que no ofrece duda. Porque Rocío Cano es muy buena pintora; pintora con recursos, con conocimiento, con facilidad, con soltura, con clarividencia; sabedora de todo, conocedora de más, portadora de las mejores acciones; de absoluta facilidad pictórica, de dominio colorista, de valentía en la pincelada, de contención cuando la voz quiera salir estentórea… Rocío Cano es así y algo más; algo que lastra su gran sentido artístico: su autocrítica y autoexigencia. Nunca está contenta con lo que hace porque quiere siempre más, se exige más. Y eso en el arte es poco usual. ¿Verdad, Eduardo Millán? Rocío Cano se pelea arduamente con el caballete y con su conciencia creativa; es luchadora nata; pero, sobre todo, está en guerra continua con ella y su trabajo. Todo esto debería ser de obligado cumplimiento en el arte. Desgraciadamente no lo es. Sí lo tienen los grandes, los que son, los que han llegado para quedarse, los que serán siempre; no los advenedizos adscritos a las modas de un día. Rocío Cano lo tiene y lo ejerce. Su obra es mejor, cada día mejor; vive en la exigencia y cada obra suya eclosiona en un poderoso y bello sistema creativo.
Esta exposición en el magnífico Museo de Alcalá de Guadaíra lo demuestra con creces. Es la feliz culminación de una realidad artística que lleva el nombre indeleble de Rocío Cano; el testimonio grande de una artista total que hace una pintura total; abierta en el círculo exacto de la suprema redondez. ‘La luz que todo lo envuelve’ es la lección unánime de una pintura de paisaje que, sin duda, es una lección superior de pintura. En ella se encuentran los parámetros de la gran pintura: hay estricto desarrollo técnico, sabiduría creativa, justa pincelada, exacta asunción de las gamas cromáticas, lúcido juego de los elementos con los soportes, sabio tratamiento del medio, energía compositiva, serenidad en los gestos pictóricos, contención en la expresión para que ésta sea extrema o justa.
Sabe hacer de un mínimo elemento, protagonista de un todo superior, la parte por encima del todo – ‘Poblado con mar’, ‘Casa salinera’, ‘Espacio natural’, ‘Casa’-. Ajusta el esencial sentido pictórico al paisaje urbano -‘Vistas de Sevilla desde Triana’-. Me parecen mínimos gestos de grandeza los apuntes y bocetos; sabios y llenos de pureza -los siete ‘Variaciones sobre el río’, todos llenos de fina y compacta entidad paisajística-. Es imponente el ‘Poblado con mar’; poderosísimo ‘Ruinas y lejanía’. Extraordinarios dentro de la más justa pintura, los paisajes de viñas. Afortunadísimos los paisajes de Alcalá, los de las Playas de los Bateles, las costas gaditanas… En definitiva, un sobrio y sereno ejercicio de buena, muy buena, pintura.
Estamos ante un ejercicio excelso de esa gran pintura de siempre a la que muchos quieren llegar y pocos son los que lo consigue. Rocío Cano o la gran fortaleza pictórica.
También te puede interesar
Lo último