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Aporofobia. Sí, exactamente, así es el neologismo, puede volverlo a leer y deletrear. El término "aporofobia" procede de dos vocablos griegos: "áporos", el pobre, el desvalido, y "fobéo", temer, prevenirse, odiar, rechazar. La escritora y filósofa, Adela Cortina, tiene entre sus muchos logros haber aportado al español un término que la Real Academia de la Lengua adoptó para definir el odio a los indigentes, la aversión hacia los desfavorecidos. Esta es, pensé, la clave.

Me encontraba husmeando el informe del Instituto Nacional Estadístico sobre la inmigración, que hace falta tener hígados, con la que está cayendo, cuando, entre las muchas causas, ventajas, inconvenientes, y razones miles, topé (no precisamente en el INE) con el término 'aporofobia', me dije: éste es el principio moral e intelectual más ajustado. No rechazamos a los extranjeros si son turistas, cantantes o deportistas de fama, los rechazamos si son menesterosos. Hay un sentimiento de aversión, de rechazo al pobre. Así lo expresa ella: "Lo que molesta, primero de los inmigrantes, y luego de los refugiados, no es que sean extranjeros, sino que sean pobres". Todas las fobias que aparecen en nuestro entorno - homofobia, islamofobia, xenofobia - son patologías que se expresan en forma de odio al diferente, pero que llegan enmascaradas, según esta perspicaz filósofa, en el rechazo al pobre.

Probablemente, si esto se lleva a la manipulación electoral termina teniendo consecuencias políticas y desafíos democráticos importantes, tal es el caso. No todos los extranjeros molestan por igual. Los petrodólares tienen, como todo el mundo sabe, una fuerza metamórfica eficientísima. Nada me extrañaría que se le pusieran alfombras rojas, como a los turistas, a los camellos de Oriente, si en su carga portaran polvos de talco para niños. Don Din tiene una fuerza integradora y maquilladora pasmosa.

El problema no son los extranjeros; son los inmigrantes económicos, a los que se sumaron los refugiados y excluidos. Molesta la pobreza. y si, además, son extranjeros les consideramos un problema para la identidad (distorsión parecida ocurre en algunas regiones españolas).

A lo que voy. Tenemos aversión al pobre, incluidos los de la propia familia. Poseemos esta actitud de superioridad, que, desgraciadamente, suele incluir la culpabilidad de la víctima, ya sea por causas económicas, políticas o terroristas ¿les suena lo que digo? Resulta, de este discurso, que es el pobre el culpable de su pobreza. Nuestra sociedad, que tan buenas teorías aporta al desarrollo integral de la persona, tiene doble rasero de medir y una contradicción fragrante entre lo que dice o legisla, y lo que hace, cuando deja al descubierto a aquellos a quienes tanto defiende y luego abandona a su arbitrio.

Ejemplos podemos encontrar en las puertas de Cáritas y comedores asistenciales, más que en los organismos representativos del cacareo institucional. Naturalmente hay de todo, como en botica, pero, si estos valores de acogida (con todos los problemas que conlleva) se viven sin compasión por los que vienen de fuera y no se educa en la solidaridad con los necesitados, no ha de sorprendernos que aumente la xenofobia, la aporofobia y cuantas fobias haya a todo lo que remueva el comodín comodón de la comida, partida, café, siesta. Póker de ases que se lleva la banca.

Sin duda hemos mejorado mucho, y no soy apocalíptico recalcitrante, pero con el aumento de extranjeros en nuestro país, cinco millones y medio a uno de enero de este año, ya podemos hablar de problemas de integración, adaptación, bolsas de pobreza, aumento de discriminación, disminución de los salarios a los nativos por competencia con los migrantes, aumento de la discriminación, xenofobia.

Quiero decir que, además del problema moral que tenemos con la aporofobia, nos sobreviene un problema político, social y cultural ineludible. La migración, por lo que sobrelleva en sí mismo, ya tiene sus consecuencias inmediatas. Añadan ahora la ilegalidad que proviene de hambrunas, guerras, inestabilidades políticas de tantas partes del mundo y el legítimo derecho que ampara a todas las personas, en su deseo de buscar un futuro mejor para ellos y los suyos. Pongámonos en su pellejo, a ver qué haríamos si nuestra vida pendiera de un hilo y nos encontráramos con una mano delante y otra detrás.

Decía Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger, que el derecho de los pobres a emigrar es más sagrado que el de los ricos a hacer turismo. A pesar de los problemas, que surgen cuando nos remueven del sillón, incidiría en las ventajas que aporta la inmigración a nuestra instalada sociedad 'Al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto' (Ex 22,21) Estoy en el mismo carro de quienes honrada y razonablemente vienen a ganarse la vida. En este sentido no hay personas ilegales; estoy, sin embargo, enfrentado con las ideologías buenistas que les utilizan con subvenciones y pagas (quién sabe si comprando votos) en claro y escandaloso contraste con quienes, siendo de aquí y habiendo cotizado toda su vida, tienen menos derechos y han de conformarse con nada y menos. Derechos humanos para todos, por supuesto. Justicia, proporción y equidad, también; de otro modo, la lucha de clases está servida. Esta vez de pobres contra pobres. Cosas veredes.

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