El Callejón de los Bolos fue, desde siempre, un espacio expositivo con infinitas posibilidades, pero muy mal considerado. Era una sala que estaba ahí, a la que, de vez en cuando, se le daba uso; sin embargo, no se le concedía demasiado interés. Ni los artistas se volvían locos con ella, ni sus responsables –la Delegación de Cultura del Ayuntamiento- ponían mucho empeño en dotarla de la importancia que, sin duda, tenía. Era un espacio que se convirtió en una especie de cajón de sastre para acoger cualquier tipo de actuación, sin excesivos criterios selectivos. El espectador que hasta allí acudía se podía encontrar cualquier cosa. Todo se juntó para que su decadencia fuese un hecho; su cierre se presentía cercano; sin muchas ganas desde la institución gobernante por darle una solución adecuada.

Cualquier situación contraria hubiera sido buena para su clausura definitiva. Aquello no ofrecía demasiado interés para que se luchara por mantenerlo en uso mediante una buena rehabilitación. Abandono mísero sin argumentaciones claras y futuro muy incierto. La antigua bodega se sumió en un lamentable estado y una capa de misterio envolvió un recinto que muchos anhelábamos y que sentíamos necesario para completar la infraestructura expositiva de la ciudad.

Con el paso del tiempo y en momentos de engaños electorales, algún lumbrera desinformado, con escasísimas luces culturales -ni de otro tipo- y absoluto desconocimiento del asunto, alumbró la idea de un posible destino como Centro de Arte Contemporáneo. ¡¿’Lo qué’?! ¿Sabía el ilustre inventor de tan magnífica idea qué es un Centro de Arte Contemporáneo?, ¿había estado en su vida en alguno?, ¿conocía el sentido de ‘arte contemporáneo’? y ¿de arte, simplemente? Memez, inconsciencia, osadía... Fotos en los medios anunciando tan feliz ocurrencia, momento de gloria y a morir por Dios, que decía mi abuela. Más años de abandono, de misteriosa pátina de silencio forzado y que pase el tiempo.

Con las subvenciones caídas del cielo europeo como maná vivificante se vio la posibilidad de encontrar la solución para rehabilitar el espacio. Se acometen las obras y tras un deambular desesperante, se anuncia su definitiva adecuación.

Lo del Centro de Arte Contemporáneo, como era de esperar, no fue nada más que una entelequia de alguien que se le ocurrió aquello como se le podía haber ocurrido que el destino fuese un Museo de Escupideras de Loza. De Centro de Arte Contemporáneo se ha pasado a una realidad con nulo contenido y algo así como una sala para que los chaveas jueguen a la videoconsola o para que miren tranquilamente las aplicaciones de los móviles. Por cierto, para los ágrafos desinformados inventores de ocurrencias de estulta consideración, un Centro de Arte Contemporáneo es, básicamente, una realidad artística destinada a la exhibición de parte de los fondos de una colección de arte, además de exponer muestras temporales de artistas importantes.

De estos, aunque el de la ocurrencia no lo sepa, en Jerez hay muchos. Con ellos se podría comenzar lo que podría ser esa importante colección. De alguno de esos reconocidos artistas que en la ciudad hay se han celebrado no hace mucho, magníficas exposiciones. Claro sin que el ilustre ideólogo y sus compañeros y compañeras se hayan dignado visitarlas. Vamos a dejarnos de tonterías y sean capaces de concederle al arte y a todo lo que le rodea la dimensión y el respeto que merece.

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