Parece que el autor de los ataques a iglesias y el asesinato en Algeciras culminó con sus actos un proceso de fanatización al que podría no ser ajena una cierta perturbación mental previa.

El fanatismo consiste en un apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones. La persona fanática rompe las barreras de la racionalidad y puede llegar a tomar acciones contra sí misma, otras personas y el bien común. Los fanáticos no nacen, se hacen sobre una estructura psicológica apropiada al recibir mensajes y experimentar situaciones que ahorman una línea de pensamiento y conducta que da lugar al fanatismo. Una persona culta, racional, escéptica, moderada y con sus necesidades básicas cubiertas es difícil que devenga en fanática.

Estas reflexiones pueden alumbrar algo para evitar sucesos trágicos como los de Algeciras porque, aunque solo una minoría llega a matar, hay fanáticos entre nosotros. Hay que combatir las causas que favorecen esa estructura psicológica donde crece el fanatismo. Ahí desempeñan un papel fundamental la educación, la cultura, y la lucha contra la miseria. Una educación desde la infancia para alcanzar la madurez adulta con una buena dosis de tolerancia y de capacidad crítica… y autocrítica. Además hay que evitar lanzar al viento proclamas que, al caer en el terreno (psicología) adecuado, pueden dar lugar a fanatismos peligrosos. Estaría bien que no hubiera tanto mensaje de odio y superioridad, de "lo nuestro es la verdad", de "mi religión y mi dios son los únicos verdaderos". Estarían bien más acciones de convivencia y sincretismo religioso. A pesar de la condena de algún papa reciente, un poco más de relativismo no nos vendría mal.

Francisco de Asís dijo: "Haz de mi, Señor, un instrumento de tu paz// …donde haya odio que yo ponga amor// donde haya ofensa que yo ponga perdón…"

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