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Análisis

Felipe Ortuno M.

Fundación de la Orden de la Merced

Ir al origen es lo principal y primero. Sin origen nada podemos aportar al camino. Las cosas tienen sus principios, como los toros tienen sus querencias. Tenemos a nuestros padres, que son, en este caso, espirituales y esenciales. Hace unos cuantos siglos, mucho antes de que Robespierre y sus secuaces quisieran liberarnos de la inhumana esclavitud, allá por el siglo trece, se oyó un grito de libertad y fraternidad en el altar mayor de la catedral de Barcelona. ¡Cuánto camino desde entonces, y cuánta libertad conquistada! Aún estamos en ciernes de conseguirla. Mientras tanto la Orden de la Merced no se pertenece a sí misma sino en la santa y justa causa que defiende y del encargo que recibimos de quien todo lo dio por la libertad de cuantos pudieran perderla, y más aún la fe. Porque es en la memoria de lo que celebramos donde se contiene más el deseo del horizonte: nacimos para lograr 'el bien más preciado que los cielos otorgaron al hombre', que no es otro que la libertad en la tierra, y la lucha que se tolera por llegar a conseguirla.

Un desconocido mercader -botiguer dicen en Barcelona- supo cambiar el sentido de las mercancías con las que trapicheaba por otras de más contextura y significado. No digo que fuese un San Pablo, porque este hombre nunca persiguió otra idea que no fuera la de la riqueza, pero como aquel, trocó un sentido por otro y cargó su caballo con un fin parecido al converso de Tarso. Pere Nolasc, mercader de libertad desde su primer trueque, sin pretender otra cosa que la que el corazón le dictaba en aquel momento, se entregó a la verdadera tarea que hoy recordamos para retomarla en más fuerza y con el mismo espíritu.

Tamaña proeza ha llegado a nuestro siglo. Desde entonces la Merced ha ido 'mercadeando', a su manera, como Dios le ha dado a entender. Porque son muchas las esclavitudes que acompañan al hombre, y yo diría que, todas ellas, atan tanto como las argollas agarenas o los grilletes sarracenos.

Detrás de la leyenda medieval, aquel hombre que a falta de financiación propia tuvo que acudir a gentes de grandes ideales como él, consiguió, desde la pobreza, recaudar tesoros para la liberación ¡Qué mayor tesoro que un alma libre! Así comienza la hazaña de Nolasc que, tan sigiloso, nunca quiso reconocer como suya, sino en el nombre de María: Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced de la Redención de los Cristianos Cautivos. Nace la Orden con el nombre de una causa, la más humana de todas las empresas: gracia, merced, misericordia… ¿Alguien da más? Unos laicos comprometidos, que diríamos hoy, sin otro componente que el de su ideal, caballeros, en el prístino sentido de la palabra, se embarcan en la nave redentora para surcar las procelosas aguas del mediterráneo, sin otro fin que la defensa de la fe de aquellos pobres cautivos que podrían perderla en trance de opresión corporal.

Hoy recordamos a aquellos que pusieron las bases de nuestro presente carismático, aquellos que, entre el discernimiento contemplativo y liberador, llegaron a conjugar las dos facetas de una vida entregada por los demás: vida comunitaria recoleta y misión redentora, en salida, como, sin duda, nos diría hoy el papa Francisco. Movimiento centrífugo y capacitación centrípeta - ad extra et ad intra- con la fuerza de Dios para la liberación de los hombres. Porque mientras 'hay hombres esclavos, ni yo ni nadie somos libres'. Así lo reflejaba la vieja Constitución: "per visitar tot l´umanat litnatge qui en aquest segle era axí com en càrcer catiu en poder del diable e d´infer"

Hemos pasado a un nuevo lenguaje, acorde, al parecer, con las nuevas sensibilidades de solidaridad, a una visión diferente que nos puede difuminar el futuro. En cualquier caso, y sin perder la perla de nuestra esencia primera, nunca olvidemos la especificidad del sentido originario de la redención, que siendo así, seguiremos siendo lo que Dios quiera.

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